De nuestros empleados los políticos

Cámara de vigilanciaEl otro día vinieron dos mozalbetes a instalarme “el interné” a casa. Su amabilidad fue excesiva pero he de reconocer que no me resultó en absoluto incómoda. Eficientes, agradables  y rápidos.  Unos verdaderos profesionales, créame. Tanto es así que incluso supieron interpretar los gestos de mi cara y me explicaron los entresijos de la conexión Wífi tantas veces como fueron necesarias para que yo siguiese sin enterarme del todo. Además, hicieron un par de agujeros en la pared y luego, cepillo y cogedor en mano, me barrieron el salón de punta a punta.

Yo no pude evitar barajar la opción de que uno de ellos ─el más alto─ tenía cierto interés extra profesional en quien le escribe. ¿Qué quiere le diga? A veces yo también me voy a lo fácil y, sinceramente,  en aquel momento ésa era la explicación que mejor podría justificar aquella inusitada efectividad por parte de los dos mozalbetes.

 Mi gozo en un pozo. Dos horas después de su visita, una teleoperadora me llamó para darme la bienvenida a la comunidad ONO y preguntarme acerca del trabajo de los mozalbetes.

-¿Han llegado a la hora acordada?

-Sí. Bueno, no sé…  No miré el reloj.

-¿Le explicaron el funcionamiento del kit ADSL+tele?

-Por supuesto.

-¿Tiene alguna queja o sugerencia con respecto al servicio técnico, señorita Alarcón?

-¿Quejas? Ninguna. Es más, póngales un punto extra por ahí a esos dos, que han sido muy majetes.

Vaya por delante mi aplauso al profesional per se, al argentino de la calle la Mata que moldea sin llegar a deformar los originales antes de introducirlos en una de sus fotocopiadoras con el fin de obtener un mejor resultado, al carnicero que no te vende gato por liebre aprovechando un despiste por tu parte. ¿Qué me dice de la peluquera que de verdad sólo te corta las puntas? Una gozada, ¿verdad? Profesionales: haberlos haylos.

No obstante, si hasta el mismísimo Rafael Nadal ha demostrado tener sus momentos de debilidad… ¿qué decir entonces del resto de comunes mortales, querido lector? A mí me gustaría incluirme en la lista de los buenos, sin embargo, asumo que sería muy hipócrita por mi parte. En mi larga trayectoria de trabajos de verano y becas de colaboración hubo días en los que bien me merecí un pin en calidad de empleada del día; hubo otros en los que me comporté como un parásito más y, por supuesto, no ha faltado la jornada en la que se me podría haber caído el pelo de haber sido descubierta (nada grave, no se alarme).

Que tire la primera piedra aquel que no se haya comportado como un samugo con un cliente alguna vez, ya sea porque el cliente no siempre tiene la razón o porque el “atendiente” ha tenido un mal día, sin más. Sí, no se debería mezclar lo personal con lo laboral pero le puede pasar a cualquiera en un día cualquiera y, oiga, es que hasta Rafael Nadal tiene sus días tontos.

Mi actual lugar de trabajo está repleto de cámaras de seguridad que cumplen varias funciones; principalmente, repeler a los ladrones y supervisar el trabajo de los empleados. Yo me lo tomo con humor porque esto es lo más cerca de Gran Hermano que espero estar en mi vida y, como dicen en el programa, es cierto que la presencia de las cámaras ha aumentado los lazos afectivos entre todos los que allí trabajamos y, también como sucede en el programa, nosotros encontramos nuestros momentos “edredoning”.

Quiero decir que por muy listos que sean los empresarios, la astucia es gratis y  está al alcance de todos. Tengo la certeza de que yo, personalmente, trabajaría de la misma manera si esas camaritas de vigilancia no estuviesen ahí. Cumplo con mis obligaciones, disfruto de mis derechos, me dejo explotar por mis superiores de vez en cuando y holgazaneo o me escaqueo en alguna que otra ocasión por motivos a mi juicio justificables en tanto que esporádicos: cansancio, problemas personales, pereza o resaca, por poner un ejemplo. Insisto, en tanto que esporádicos. Insisto una vez más, piensen en Nadal.

Mientras usted piensa en lo anterior, yo pienso en nuestros empleados los políticos: Cuando el alcalde de Socuéllamos ganó las elecciones locales se tomó la libertad de tomar prestada  la ambulancia del centro de salud para pasearse por las calles celebrando su victoria con la sirena y las lucecitas a todo gas.

No lo hizo a escondidas. El paseo en ambulancia le costó alguna que otra crítica por parte de la oposición, no obstante, las aguas mínimamente revueltas volvieron a la calma y el rey siguió y sigue en su trono. Tuvo la suerte de que a ningún ciudadano inoportuno le dio por ponerse enfermo durante ese paseo y el vehículo se encontraba en estado, convengamos, disponible. De haberse dado esta situación, supongo, se hubiera gritado más en el cielo para que al final, eso sí, el rey siguiese como sigue en su trono.

No lo hizo a escondidas, sobrevivió al chaparrón sin pena ni gloria como seguramente están sobreviviendo los políticos de esferas más altas. Imagino que estos últimos habrán puesto sus barbas a remojar tras el escándalo británico y ahora que empiezan a salir a la luz itinerarios anómalos de aviones públicos, quizá se sonrojen alguna que otra vez, sin embargo, la experiencia nos dice que nosotros los ciudadanos somos un tanto incompetentes en nuestro papel de jefes de nuestros políticos y ellos lo saben, luego los reyes seguirán en sus tronos.

A raíz de estos ejemplos podríamos disertar sobre la naturaleza de la desconfianza de los jefes y su repercusión en el trabajo de los empleados o exponer  las similitudes y las diferencias entre los empleados de ONO y nuestros empleados los políticos, pero este articulito ya va para dos páginas y supongo que no estará usted muy por la labor de seguir leyendo.

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