Más presión y menos tiritas

Un despropósito mayúsculo, esdrújulo, hiperbólico. Una verdadera provocación. Eso es lo que me parece la última ocurrencia de Florentino Pérez. Sí, ya sé que llego un poco tarde pero si no lo digo, reviento. Entiéndame, por favor.

Qué rápida pasa la actualidad, ¿no le parece? A ver quién es la guapa que, a estas alturas, se pone a hacer inventario de todas las mejores opciones en que podían haberse invertido los  96 millones del tal Ronaldo o los no sé cuántos de Kaká. Perogrulladas y más perogrulladas, ya debe haberse dicho casi todo desde casi todas las perspectivas e intereses. Una lástima que tanta tinta no haya removido la conciencia del empresario, ay.

Lo mismo que Irán, que apenas es ya noticia o las revueltas de la Amazonía peruana, los tamiles de Sri Lanka o los recortes en materia de Justicia Internacional que ya se han aprobado en el Congreso de los Diputados de España y que limitan la persecución de los crímenes cometidos fuera de las fronteras: ¿habrá sido por eso de la crisis? Vaya a usted a saber qué se esconde detrás de esta medida.

Poca tinta o ninguna para los asaltos de granjas en Zimbaue y la represión política que aún utiliza la violencia como forma legítima de defensa o los innumerables abusos en Kenia. Desafortunadamente, la situación de los países más desafortunados es tan similar y constante que rara vez llega a ser considerada noticia por el creador de información de turno y tampoco por el receptor que ingiere telediarios o periódicos.

A nuestro querido presidente se le ha reprochado en más de una ocasión la ausencia de una sólida jerarquía de prioridades a la hora de manosear su cargo. Aún hoy hay quien sigue pensando que Zapatero debió arreglar muchas cosas antes de permitir que cuatro maricones pudiesen disfrutar de esa gran inversión que es el matrimonio y no falta quien  aproveche cualquier ocasión para soltar el ya vacío, tanto de gracia como de significado, “Zapatero, a tus zapatos”.

Las cuestiones sociales no interesan o interesan poco, la política internacional que no huele a petróleo, interesa mucho menos y de las desigualdades en general, ni hablemos.  Alfonso Guerra ha dicho recientemente que «con el dinero que se ha empleado para el llamado rescate del sistema financieron se tendría solucionado el problema del hambre durante 150 años» y, para que no lo tachen de demagogo o hippi ha señalado que este problema -el del hambre- no es sólo moral, sino también económico ya que este desequilibrio provoca un problema de desajuste económico que la economía mundial no puede sostener. Por supuesto, no falta esa otra versión que, con fingida resignación, cuenta que sólo porque existe un tercer mundo, podemos hablar de un primero, con todas las comodidas que ello supone.

Y pienso en los saharauis, lector. Gracias a la ayuda internacional, en el campamento de refugiados de Tinduf (la segunda zona más inhóspita del planeta) nadie se muere de hambre y tampoco es necesario entrar en competencias de Justicia Internacional y sus recortes de actuación para buscar una salida a este conflicto en concreto, es tan simple como que el gobierno de España tiene la responsabilidad histórica, política y moral de esforzarse por acabar con la injustica de este pueblo y sucede que los paseos de Moratinos por Marruecos no son suficiente. No digo que sea fácil, digo que es tan urgente como importante y parece que aquí no pasa nada: mí no entender.

Ahora se estila eso de la cooperación al desarrollo, generada a base de proyectos educativos, sanitarios o agrícolas que pueden venir muy bien, sí, pero no solucionan gran cosa. Son puros parches que tarde o temprano acaban entrando en la espiral de injusticias que se respira en las zonas en las que se desarrollan dichos proyectos. El programa de Vacaciones en Paz mediante el cual un puñado de jóvenes saharauis se libra de pasar el verano en un desierto en el que no hay absolutamente nada que hacer y las condiciones climatológicas son realmente duras es otro parche que alivia el picor pero no saca el veneno; es como la clásica detención de algún que otro cabecilla de ETA. La solución real a estos conflictos existe y, lamentablemente, está en manos de nuestros políticos. Los ciudadanos de a pie tenemos la obligación de apretarles las tuercas y a mí me da que, sin la colaboración de los medios de comunicación, nunca podremos llegar muy lejos.

“Exige dignidad”, defiende una de las últimas campañas de Amnistía Internacional. Se trata de una movilización que pretende presionar a Gobiernos, organismos internacionales y empresas para hacerles rendir cuentas por los abusos que generan o agudizan la pobreza. Porque la pobreza, ya lo dicen ellos, tiene responsables y, por lo tanto, es evitable.

A qué conclusión quiero llegar, quizá se pregunte usted después de lo que bien puede parecer la verbalización mal ensartada de una rabieta, sin más. Pues no lo sé, hace días que vengo pensando en los vacíos de significado del lenguaje que perpetramos los hablantes y me duele constatar que, de tanto usar la expresión “morir de hambre”, se ha dejado de reparar en que ciertamente hay quien muere de hambre y no consigo explicarme cómo se las ha apañado la sociedad (desde el individuo de a pie hasta el jefe de Gobierno de cualquier euro país) para echar los pelillos a la mar y enredarse en cualquier otro asunto que dudo sea más urgente o importante que ése.

Morir de hambre. Joder, qué malo tiene que ser eso.

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