Las cuestiones sociales no interesan o interesan poco, la política internacional que no huele a petróleo, interesa mucho menos y de las desigualdades en general, ni hablemos. Alfonso Guerra ha dicho recientemente que «con el dinero que se ha empleado para el llamado rescate del sistema financieron se tendría solucionado el problema del hambre durante 150 años» y, para que no lo tachen de demagogo o hippi ha señalado que este problema -el del hambre- no es sólo moral, sino también económico ya que este desequilibrio provoca un problema de desajuste económico que la economía mundial no puede sostener. Por supuesto, no falta esa otra versión que, con fingida resignación, cuenta que sólo porque existe un tercer mundo, podemos hablar de un primero, con todas las comodidas que ello supone.
Y pienso en los saharauis, lector. Gracias a la ayuda internacional, en el campamento de refugiados de Tinduf (la segunda zona más inhóspita del planeta) nadie se muere de hambre y tampoco es necesario entrar en competencias de Justicia Internacional y sus recortes de actuación para buscar una salida a este conflicto en concreto, es tan simple como que el gobierno de España tiene la responsabilidad histórica, política y moral de esforzarse por acabar con la injustica de este pueblo y sucede que los paseos de Moratinos por Marruecos no son suficiente. No digo que sea fácil, digo que es tan urgente como importante y parece que aquí no pasa nada: mí no entender.
Ahora se estila eso de la cooperación al desarrollo, generada a base de proyectos educativos, sanitarios o agrícolas que pueden venir muy bien, sí, pero no solucionan gran cosa. Son puros parches que tarde o temprano acaban entrando en la espiral de injusticias que se respira en las zonas en las que se desarrollan dichos proyectos. El programa de Vacaciones en Paz mediante el cual un puñado de jóvenes saharauis se libra de pasar el verano en un desierto en el que no hay absolutamente nada que hacer y las condiciones climatológicas son realmente duras es otro parche que alivia el picor pero no saca el veneno; es como la clásica detención de algún que otro cabecilla de ETA. La solución real a estos conflictos existe y, lamentablemente, está en manos de nuestros políticos. Los ciudadanos de a pie tenemos la obligación de apretarles las tuercas y a mí me da que, sin la colaboración de los medios de comunicación, nunca podremos llegar muy lejos.
“Exige dignidad”, defiende una de las últimas campañas de Amnistía Internacional. Se trata de una movilización que pretende presionar a Gobiernos, organismos internacionales y empresas para hacerles rendir cuentas por los abusos que generan o agudizan la pobreza. Porque la pobreza, ya lo dicen ellos, tiene responsables y, por lo tanto, es evitable.
A qué conclusión quiero llegar, quizá se pregunte usted después de lo que bien puede parecer la verbalización mal ensartada de una rabieta, sin más. Pues no lo sé, hace días que vengo pensando en los vacíos de significado del lenguaje que perpetramos los hablantes y me duele constatar que, de tanto usar la expresión “morir de hambre”, se ha dejado de reparar en que ciertamente hay quien muere de hambre y no consigo explicarme cómo se las ha apañado la sociedad (desde el individuo de a pie hasta el jefe de Gobierno de cualquier euro país) para echar los pelillos a la mar y enredarse en cualquier otro asunto que dudo sea más urgente o importante que ése.
Morir de hambre. Joder, qué malo tiene que ser eso.