Un vampiro del pueblo (2)

Un vampiro del pueblo¿Siguen ahí? Ah, ya les veo. Marijuana. Ese era el nombre de mi primera novia. La recuerdo ahora, con su falda airosa y su blusa blanca con florecillas bordadas en el cuello camisero y unos botones diminutos desabrochados hasta la sugerente hendidura de su entrepecho, altivo y firme como su mocedad.. Ella me dio a experimentar un placer intensísimo al que le correspondí con la misma intensidad, a cambio de un precio costosísimo. Pero valió la pena. Hay que pagar un precio por aquello que deseamos, regla que vale para los vampiros, los hombres de bien y los promotores inmobiliarios. ¿He dicho regla? Ah, me estremezco.
Una noche de verano. Preciosa. Ni una nube en el cielo estrellado. Se podía contemplar en toda su nitidez el polvo de talco de la Vía Láctea, el temblor de Venus y las luces titilantes del pueblo a lo lejos. ¿Dónde he oído yo esto antes? No sé… Pero sigamos. Nos fuimos a las afueras a ver la luna entera y grande  y nos sentamos en un recodo del camino. Y entre miradas y miradas, suspiros y suspiros, el hijo de la Tiniebla, quiero decir, el hijo de la Wencesláa y El Sordo, el vampiro del pueblo, desde que me coloqué en el dispensario para ir aliviando el borbotón de las heridas casuales, es decir Antonio Gomeras Mazoteras, se dejó de remilgos. La abracé con fogosidad pero sin brutalidad, la recosté sobre la hierba y me dispuse a desatascar los malditos botones que se quedaban siempre a media ladera de sus pechos. Ella me correspondió con sus abrazos y jadeos. No voy a entrar en detalles porque estas son cuestiones muy íntimas. Pero por otro lado, si no entro en detalles no puedo explicarles mi historia como es debido, y mi historia necesita de detalles, de muchos detalles. En fin, el cuello, la boca, y los botones que saltaron como palomitas de maíz hasta descubrir un sujetador que refulgió en la noche como un fogonazo, y que también se fue a acompañar a los botones en su saltarina libertad. Como es natural en esa felicísima circunstancia mis manos buscaron su sexo con frenesí. Marijuana me facilitó la exploración abriendo el desfiladero de su intimidad. Cuando mis dedos hurgaron en su tibia humedad, Marijuana cerró las piernas de repente, bruscamente, con tanta energía que casi me los corta. Tengo la regla, guarro, dijo. Yo miré entonces mis dedos y creí que me iba a morir allí mismo. Me los metí en la boca, los chupé, los volví a chupar como si fueran huesecillos de codorniz. El delirio me golpeaba las sienes. Miré a Mirajuana con la cara encendida. Se resistió al principio, pero yo insistí amorosamente. Quiero dejarlo claro. Insistí amorosamente. Marijuana se abandonó, se entregó, y yo… mi boca… la boca del hijo de la Tiniebla… se lanzó sobre su sexo como un animal. Yo gruñía, ella gruñía, no había dolor, ni pudor, solo una sensación como si el tiempo se detuviese y viajáramos al inicio de todas las cosas. Yo me quedé saciado, henchido, cada vez que respiraba creía flotar, y ella con el sexo reluciente. Se incorporó, se abrochó la blusa, se alisó la falda, se recompuso el cabello y se fue corriendo hacia el pueblo balbuciendo expresiones idiotas de puro contenta. Yo me quedé bajo la luna inmensa gritando como un loco. Si en ese momento me hubiera visto alguien hubiera pensado que el hijo de la Wencesláa y el Sordo había dejado de ser un vampiro del pueblo para convertirse en un vulgar vampiro que sale de noche en busca de cuellos. No. No me vio nadie. Simplemente grité mi felicidad. Hasta la luna me pareció verla que se le arrugaba de un lado por una sonrisa.

Maravilloso, todo genial, feliz. El vampiro del pueblo había probado su primera menstruación. No crean que Marijuana me miró mal al día siguiente. Al contrario, contaba con ansiedad los días que le faltaban para la regla. Se la notaba contenta porque a medida que se acercaba la fecha aumentaba el tono de las canciones y las letras las hacía más pícaras. Yo creo que se las inventaba. Por un momento temí que Marijuana revelase nuestra técnica amatoria con lo que me vi aún más en el papel de vampiro del pueblo reclamado por las  entrepiernas de la vecindad. Pero Mariajuna no dijo nada. Y así entre una ensalada menstrual y otra, me fueron saliendo unos granos por todo el cuerpo que no dejaban de picarme así me bañara en agua de hielo. Fui al médico. Yo tendría unos diecisiete, un muchacho ya. Pero mi madre, con su determinación inapelable, por supuesto acompañada con un buen manotazo en sus tetazas enormes, se empeñó en venir conmigo. Me hicieron pruebas en la capital de la provincia y al final otro médico de la capital grande me diagnosticó lo que otro doctor del extranjero le había diagnosticado por valija sanitaria: alergia. Antonio Gomeras Mazoteras, o sea yo, vampiro, católico y anarquista era alérgico a la sangre. Pero esto no fue el final, amigos, sino el inicio de todo, por que lo verdaderamente importante comenzó cuando años después conocí al doctor Perhaps que no sólo me descubrió un maravilloso tratamiento  sino que me embarcó en una aventura alucinante. Está anocheciendo y ya oigo a Encarni que llega con el vasito… ¿Tienes la regla, Encarnita? Ande, Don Antonio tómese el vaso… Buenas noches, hija. Mmmm si Don Antonio tuviera treinta o cuarenta…

Yo no estoy cansado pero veo que ustedes así, de modo que mañana les sigo contando… Tengo por aquí mis notas. La beca, los estudios, mi viaje a Londres… Un vampiro del pueblo en Londres. Pero otro dia, otro dia…                     

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