Los deseados

La rebelión de los gorrionesSancho III de Castilla, el monarca que contribuyó a la creación de la Orden de Calatrava, ya fue «el deseado».  También  Fernando VII, hasta que reinó tras la expulsión de Pepe Botella. Más tarde sería conocido como el Rey Felón (ojo, de felonía, permítanme la aclaración). Desaseados lo fueron muchos, pero no es el momento de lavar la cara a nadie, ni cuestión de sacar trapos sucios una pila de años después.Fernando VII, deseado y felónLa España del joven siglo XXI ha conocido a otro aristócrata «deseado»: El Duque de Sintetas del Paraíso. Una señal inequívoca de que los tiempos están cambiando. Aunque quizá no lo suficiente.

Tras la expulsión de la Moncloa de los modernos Botella (de influencia más tejana que francesa), a mano de un puñado de burgueses y profesionales electorales y de otros gremios (entre los que destacó un Zapatero), el trono político de la piel de toro aspira a las posaderas de otro absolutista de la militancia. Un monarca de las urnas capaz de despertar entre la plebe la misma excitación venérea que turbara la razón de doña Juana siglos atrás. Un líder que no revolucione a acólitos y correligionarios, ni cause aversión, rechazo o repugnancia entre los contrarios.Eso sí, sin exquisiteces morales e ideológicas. Populismo, amiguismo y una tierra quemada, devastada y arruinada por décadas de gobierno bananero, con epicentro político en la cicatriz del más notable cordón umbilical, son pecados veniales del pasado sin importancia. Más aún si se cuenta con la gracia y bula de algún pontífice del cuarto poder. Pedro J (J, número romano sin descifrar), el mundano, por ejemplo.

El sucesor podría ser el barón que soñó con reinar, aquél que no cabía en la cabeza del ratón manchego y que acabó bajo la cola del de León.  Viagra informativa, afrodisiacos propagandísticos y otros efluvios feromónicos, macerados por las alcahuetas de la comunicación, son efectivos estimuladores del deseo popular. El conjurado se vuelve tremendamente bello y apetecible, como perfumado por las letras de Patrick Süskind. El jorobado de Notre Dame podría parecer el más apuesto mancebo. Sin ir más lejos, acuérdense de la pata más corta de la banqueta de las Azores ¿no revoloteó ante los ojos de la mayoría absoluta de España como un gracioso querubín? Tampoco viene mal, si la situación es perentoria,  un retoquito y, capricho capilar o errata del destino, el salado presidente de la Cámara baja, gobierne o no gobierne, pasará a la historia como Bono, el Vello.

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