Sin Navidad en el HG de Ciudad Real

La rebelión de los gorrionesDonde el centelleo de las luces languidece, el temor y la esperanza brindan por cada nuevo amanecer. Los dedos se entrelazan y, bajo la atenta mirada de la angustia, se confiesa lo que siempre se había olvidado decir.Cuando la nieve cuaja sobre la nostalgia y los sueños buscan el corto plazo,  el cariño vela por lo que siente más suyo y el ánimo pesa como toda una familia.

Hospital General de Ciudad RealLas manos a la espalda y la mirada perdida entre los zapatos, pasillo va y pasillo viene, y el tiempo se convierte en anhelo y carcelero de los sentimientos más profundos. Los suspiros escapan agobiados del alma con cada última traición piadosa, con cada silencio que niega la bienvenida al final del sufrimiento.El dolor se contagia y la pena estalla en lágrimas de desconsuelo. La impotencia ahoga las respuestas suplicadas y el testigo se pasa con abrazos en cada turno, regalando a un hermano la suerte del último adiós o una noche de sobresaltos.

La  impaciencia se aplaca con el veredicto de las batas: libertad o ampliación de condena. Las malas noticias se reciben con la expectativa de un «a ver si mejora mañana» y el silencio lo rompe el borboteo de un cacharro del que brota el oxígeno que no alcanza a abastecer suficientemente los pulmones, ni si quiera los enfermos.

El desasosiego guarda cada puerta abierta y ventila la intimidad cuando el olor de la amargura se hace insoportable. No hay suero para la aflicción de los sanos, ni sonda que libere de la preocupación y la pesadumbre. Y al final, la enfermedad descubre el milagro de la patética fragilidad de la carne y la inquebrantable fortaleza del afecto fraternal.

Rota la Navidad

Estos días en los que las calles de Ciudad Real se vestían de Navidad, en los que el paro daba un respiro merced a tiendas y restaurantes, esa inmensa e inhumana mole de pladur, el gran hospital, se vaciaba. Valiente sociedad componemos que refuerza los caprichos con indecente ligereza  y de los enfermos se despreocupa con la excusa de una fiesta. «Mira lo que me han hecho», «¿qué pasa?» y «Aquí no viene nadie», como mortecinos villancicos repicaban en cada habitación mientras los sanitarios de reemplazo aguantaban el chaparrón y las sufridas enfermeras intentaban que lo inexplicable tuviera la cruel lógica de un sistema sanitario indolente y sin vocación: «es Navidad».

Para colmo, la máxima autoridad de la sanidad en Castilla-La Mancha anunciaba, en pleno desatino hospitalario, que según un estudio elaborado por el propio Gobierno autonómico, los castellano-manchegos regalaban un notable en satisfacción al Sescam y sus responsables.

Es entonces cuando la desesperación por el abandono da paso a la indignación. Cuando indiferencia y la bobalicona alegría de una burla infame atraviesa el cuerpo como una imparable vía hasta alojarse en el corazón. Lágrimas de rabia abarrotan los ojos enrojecidos por la ira y la impotencia, preparadas para saltar y aterrizar, con suerte, en el desahogo.

Y a los que somos testigos sólo nos queda tragarnos tanta vergüenza y resarcir en parte la afrenta. Qué menos que poner voz a todos los profesionales, a todos enfermos y familiares que tienen que morderse la lengua. Rompamos, una vez más, los silencios forzados y comprados de esta puñetera tierra.

Por último, para los convalecientes encamados que han visto cómo el Hospital General de Ciudad Real volvía a la vida tras la estela de la cabalgata de los Reyes de Oriente, en nombre de todos y desde el más profundo respeto, sólo una cosa, tan sólo una palabra: perdón.

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