Artículo de opinión de Alberto Muñoz sobre la dimisión de Lydia Reyero como concejala de Cultura del Ayuntamiento de Ciudad RealEn lugar de emprender acciones políticas que posibilitaran la construcción de una ciudadanía fuerte a través de la cultura, y que tendieran a su cohesión en una ciudad que el régimen político ha fragmentado, la política cultural, por imperativo de partido, ha perpetuado los rancios valores seculares. Por tanto, los condicionantes heredados; las sombras intangibles del aparato del partido; la “invitación” a no adoptar decisiones políticas incómodas para los grupos de presión; la negativa a ser liberada como concejal para poder dedicarse con más dignidad a este cargo; la consideración de lo cultural como mero esparcimiento y adorno institucional, etc., legitiman de por sí una dimisión que se justifica ahora por motivos personales y emocionales, pero que debió producirse mucho antes. Por haber aceptado y asumido estos condicionantes, y por haberse plegado a ellos, a Lydia se le pueden ahora reprochar los males que de ello se derivan. Entre ellos la perpetuación de una política cultural estancada y a veces pervertida, orientada en muchos casos al servicio de unos fines arbitrarios y anacrónicos. Esta decisión de asumir los condicionantes heredados, quizás la única de naturaleza política que ha adoptado, es la que más perjudica el balance que se puede hacer de su trabajo.
Es de suponer que la carga del cargo heredado habrá tenido parte en los motivos aducidos en su dimisión. Con Lydia perdemos, no obstante, a una persona que pudo ser, por su capacidad para dialogar y para trabajar, una extraordinaria responsable de la política cultural local. Ha sido una persona que ha hablado con todos, fueran o no afines al canon cultural municipal. Una persona que ha estado en los espacios culturales, en las sedes y en los actos de todo tipo de colectivos, fueran del pelaje que fueran. Esa normalidad que Lydia quiso darle a la convivencia a través de la cultura, fue el germen de un cambio que se frustró antes de nacer. Unas capacidades personales que en un contexto menos retrógrado habrían dado un fruto provechoso para una ciudad menos fragmentada.















