Un hilillo de odio

Una cosa másHay tres supuestos de politica-ficción: que todos los ahorradores de un país saquen sus depósitos de los bancos, que todos los trabajadores de un país decidan quedarse en casa una temporada y que todos los electores de un país se acerquen a las urnas para votar en blanco. Estos supuestos de imposible concreción en el mundo real no hacen sino corroborar que la Banca está en manos de los pequeños ahorradores, que la economía está en manos de los trabajadores y que los electores lo mismo pueden cambiar un Gobierno que provocar un colapso institucional y social de incalculable magnitud.

Entre los tres supuestos, puede que el tercero tenga un atisbo de verosimilitud, y que el elector aburrido de contemplar cómo la clase política se dedica, no a convencerles, sino a sacarle los ojos al enemigo acérrimo del adversario, decidiera darles un serio correctivo llenando las urnas de votos mudos, llueva o no, como en el inquietante “Ensayo sobre la lucidez”, de José Saramago . Hace tiempo que en Castilla-La Mancha los dirigentes políticos del centro en sus dos tímidas declinaciones hacia la derecha y la izquierda, socialistas y populares, -los únicos que cuentan con posibilidades de repetir o acceder virginalmente por primera vez al Gobierno autonómico-, diseñan el guión de cada día con la vista puesta en el contrario, al que hay que abatir hasta no dejarle un diente vivo como en Terminator. La acción política declarante y declarativa con ponzoña letal de primera calidad hace tiempo que traspasó los límites de lo permisible. Y no digo que en un sistema democrático –el menos malo de todos, porque la condición humana es simplemente indomeñable– no haya que ejercer la oposición al Gobierno de turno, argumentándole sus errores o defendiendo con ciencia y argumento las propias propuestas como mejores para la felicidad común (aplaudir los aciertos es sencillamente inconcebible), sino que el disparo grueso, la acusación, el disparate y hasta lo ridículo se ha aposentado en el discurso partidista para quedarse durante el tránsito que lleve a las elecciones. Golfería, irresponsabilidad, mentira, difamación, cinismo, hipocresía, doble moral, amigo de lo ajeno, clientelismo, etc, etc, son algunas de las cualidades con que se adornan los contrarios populares y socialistas. Afuera de ellos está la modestia forzada por los votos de IU y los brotes verdes de UPyD, que no son las únicas organizaciones políticas que existen pero si las únicas, que de producirse un milagro, podrían sentar su ojo fiscalizador en las Cortes Autonómicas.

Socialistas y populares –¿quien empezó primero?- se pasean de rueda en rueda rodando con el guión del improperio a punto, renovado y actualizado, como los capítulos de un  interminable serial de la descalificación. No hablan de sí mismos, quiero decir, no cuentan al detalle a los ciudadanos cuáles son sus planes, -sólo lugares comunes y conceptos vagos-  porque toda la metralla la gastan en un solo gatillazo. Basta con echar un vistazo a las hemerotecas para hacer un recopilario del piropo con que se desayunan a diario José María Barreda y María Dolores de Cospedal. Un tedio abrumador que sólo llega a la primera línea de los ciudadanos informados pero que se disuelve, a poco atraviesa ese primer filtro, en la indiferencia general. Y eso los salva. Si la inmensa mayoría de los electores siguieran la puesta en escena de unos y otros, podría darse la insólita experiencia de hacer realidad lo que ocurrió en la novela de Saramago. Y es que no hay persuasión ni altura de discurso en este cansino zarandeo político, sino verborrea viscosa de callejón portuario. Y un cierto hilillo de odio, como un lixiviado delator, que es lo más preocupante.  

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