Jamás se leen aunque se buzoneen a discreción a costa del contribuyente, pero los programas electorales van a recobrar en esta ocasión, en las elecciones de mayo 2011 y en las generales siguientes, adelantadas o no, una importancia soberana, nunca mejor dicho, porque no otra cosa se dirime en unas elecciones que el trasvase de la soberanía desde la calle al Parlamento. Como además de ese documento prolijo y plúmbeo, los partidos suelen hacer una edición resumida de lo más atractivo, conviene no dejarse distraer por cantos de sirena.
Ya sean electores expertos que saben de qué va la vaina o nuevos electores que se han educado en democracia, un buen ejercicio ciudadano para el examen cuatrienal de nuestros políticos, es repasar en familia el programa de trabajo con el que se presentaron a las pasadas elecciones y tachar lo que no proceda. Luego echarle un vistazo al proyecto de gobierno que exhibirán para el próximo mandato y cotejar el programa futuro con el programa pasado. No llevará demasiado tiempo. Una tarde, pero es que ser elector informado y formado, merece un esfuerzo, oiga. Piense que cuanto más informada y formada esté una sociedad, mejor serán nuestros mandatarios ya que los elegidos serán los mejores de entre nosotros porque los partidos habrán puesto primero a los mejores de entre ellos.
Puede que sea un coñazo, pero me da que esta vez el programa va a tener más importancia que los programadores. Aunque queda un semestre para entrar en faena, será absolutamente ineludible, llegado el momento, poner en cuarentena las promesas deslumbrantes que se envuelven en el celofán de las vísperas electorales. Es más, eliminar de un plumazo de las posibilidades del voto al primer impostor o impostora que empiece con la carrera de la subasta irresponsable del y dos huevos duros, de todos los cuatrienios. Programa, programa y programa… y a votar. Cuando toque. Que quedan las Pascuas de por medio, importantísimas para encarar el año en paz con Dios, los hombres y la parienta.
