Las siglas

Durante una campaña electoral acudí al Palacio de Fuensalida a entrevistar a José Bono. Al terminar la entrevista y en el zaguán de Palacio, a resguardo de una generosísima lluvia, un hombre de absoluta confianza de Bono me preguntó mientras esperábamos un taxi que nos llevara al parking donde dejamos nuestro coche, que cómo veía las elecciones. Por entonces, Bono no tenía rival, por lo que mi respuesta fue la esperada y la lógica. Enfrente tenía a Agustín Conde. Bono ganará de calle, respondí. Luego el hombre de confianza de Bono me dijo más o menos textualmente: “lo que pasa es que el PSOE necesita a Bono pero Bono no necesita al PSOE”.

Me sorprendió aquella confesión,  aunque fuera de micro, uno no deja nunca de ser periodista. Ya entonces, las siglas no eran el asidero de Bono. Pero tampoco eran un baldón. Al fin y al cabo, todo político que ha hecho carrera en este país, y de paso unos cuantos negocios según va el paso, lo ha sido al amparo y abrigo  de las siglas y la organización a la que pertenecen. Hoy se da un fenómeno insólito a estudiar por los expertos en Ciencias Políticas: candidatos que abjuran de las siglas de su partido, que en los buenos tiempos le reportaron pingües resultados. En lugar bien visible aparecía el logo sociata  que “llenaba las urnas de puños y rosas”. Eso decían, orgullosos de su organización, de sus líderes y de su marchamo. Como debe ser. A las duras y a las maduras.

En cambio en estas elecciones abominan de puño y rosa, como si el puño les golpeara en la imagen de cartel y la rosa se marchitara hace tiempo. Hoy, ocultan o muestran discretamente, una marca que los hizo célebres, poderosos, y en algunos casos, ricos. O bastante menos pobres que cuando empezaron. Hasta el propio Zapatero de Vista Triste, alentó a los suyos a “defender la marca”. Las mismas siglas que han dado todo a candidatos y candidatas, la misma marca que los candidatos y candidatas lucían en ocasiones con la complacencia de la imbatibilidad, la arriconan hoy como el nuevo rico  abomina de sus padres de pueblo. Hay un refrán español implacable que define a los desagradecidos. No es el caso. Todas las cunas son buenas. Pero contemplar hasta qué punto se puede llegar para evitar daños colaterales, es de una ingratitud gigantesca, sobre todo hacia quienes tienen el carné del partido que son muchos más que los que detentan un cargo. Puestos a ello, es mucho más noble y comprensible, cambiar de matrícula, aunque sea de la P a la E.

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