Notas sobre el terreno (4): El sol por Antequera

Nada de nada, rien de rien, nothing for nothing. O sea, nasti de plasti. El día 23 de mayo, una vez consagrada la rutina cuatrienal de las elecciones con el recuento de votos y la asignación de escaños, acabará con el mismo lento atardecer de los dias anteriores, bajo ese marasmo que siempre sucede al efecto catártico de los resultados: los ganadores porque a la euforia desatada seguirá el agotamiento y los perdedores (suponiendo que los haya) porque entrarán en ese limbo de calma que constituye la asunción de los hechos consumados. Es decir, normalidad, rutina…

La democracia es esto: un sistema en el que los ciudadanos mandan sólo un día pero mandan mucho, y que tanto cuando no mandan, que es el resto de la legislatura, como cuando con su veredicto deciden si rojo, azul (o negro), lo hacen exentos de tragedia, con la misma indiferencia mecánica con que mojan el donuts en el café escudriñando el mapa que ha dejado la refriega felizmente pacífica de las urnas.

Pero dicho esto, conviene tener en cuenta que, llegados hasta aquí, y por todo lo visto y oído, el sistema democrático necesita con urgencia una regeneración profunda que lo salve de esa rutina precisamente que lo sintetiza a una cita ciudadana cada cuatro años. La evolución de la sociedad castellano-manchega, la aparición de las redes sociales, los periódicos digitales -tal cual éste-, la sociedad de la información, exigen acentuar el componente ético de la democracia para volver a conciliar a electores y elegidos y dotarles de más complicidad recíproca más allá del resignado conformismo. Una ley electoral que realmente refleje el pluralismo social sin caer en el asamblearismo fácil, una tolerancia cero hacia comportamientos públicos indeseables, cuando no delictivos, el apartamiento inmediato de quienes se acercan a la política para servirSE, la democratización en primer lugar de los partidos políticos, la activación de mecanismos de transparencia parlamentaria y de participación ciudadana, los intereses generales por encima de los partidistas, la coherencia… son, así a vista de pájaro, cuestiones que ya van tocando después de tres décadas de un sistema que también ha servido para consolidar la corrupción y la patrimonialización del poder.

Las manifestaciones del pasado domingo han sido un aviso. La exigencia de una democracia más real, de más calidad, es una de las prioridades a las que se tendrán que enfrentar los dirigentes y líderes de las próximas generaciones. Democracia es todo menos miedo. Por eso, el día 23 de mayo el sol saldrá exactamente a la hora que le toque, según el almanaque, y por donde siempre lo ha hecho: por Antequera, mientras la sociedad ya ha empezado a exigir sonoramente que más temprano que tarde la decencia, la ética, la coherencia, la vergüenza , la participación y la dialéctica… presidan la actividad política y pública, antes de que esa sociedad civil que reclama lo obvio, más democracia y mejor, la reclame por otros derroteros.

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