Malraux llevaba razón

Manuel ValeroCuando se descorre de súbito una cortina ofrece al observador una realidad instantánea, precisa y exacta  de lo que ocultaba. El observador puede que antes se hiciera una idea de lo que ocurría  por el runrún del somier y los susurros delatores,. pero es hasta que llega el marido  que no surge ante sus ojos  la infidelidad sospechada. Luego vendrán los detalles de cómo, cuando y cuántas veces. Esto es lo que ha pasado con la situación política y económica actual. Todos sabíamos que había un manejo impúdico del poder, de las entidades financieras, de empresas fantasma, del ladrillo  y del dinero con el parapeto de un bienestar iluso y unos servicios públicos que se han confundido en ocasiones con servicios con spa y sauna de agua del Ärtico. Era tan gigantesca la cosa que la cortina ha tardado en descorrerse pero cuando lo ha hecho ha dejado al aire toda una infausta rebotica de miseria moral.

La crisis global que sacude al primer mundo, perdona de momento a los países emergentes, menos mal, y engorda hasta el susto al gigante amarillo, ha generado un diluvio tal de dinero fácil, sin base, que ha llevado a gobiernos a endeudarse más allá de lo concebible para ganar elecciones, a los bancos a formar parte de esa espiral de orgía que atascaba los veneros del sistema de dinero virtual, y a los ciudadanos a endeudarnos hasta las trancas porque el dinero manaba de las entidades crediticias como por ensalmo. Y por encima de todo lo peor de la condición humana: la codicia permitida y jaleada. Una de esas imágenes que ha dejado la cortina rasgada por el peso de la avaricia, la megalomanía y el poder usado como dominio y predominio, ha sido el fantasma del Aeropuerto de Ciudad Real y más allá la inmoral canonjía que se han dado para sí los directivos de cajas de ahorro fraudulentas. Son dos perlas de un sistema que agoniza, como predijo Carlos Marx, que si bien fue vidente en el colapso del capitalismo salvaje víctima de su propia voracidad y de los manejos de la geopolítica universal con guerras a la carta o acuerdos bilaterales de explotación, no lo fue en cuanto al sistema alternativo que se erigió como contrapartida. Desgraciadamente. Tratando de liberar al hombre de la explotación, el socialismo real lo convirtió en esclavo del Estado y del colectivo, sin libertad y sin criterio. Salvó al hombre de su propia humanidad deshumanizándolo.  El socialismo real implosionó en los años 90 como el sistema superviviente del nuevo orden está haciendo ahora más sutilmente, más civilizadamente.

Estamos al final de un modelo con lo que eso conlleva de incertidumbre e inquietud. Hay quien confía todavía en la gran síntesis, en la Tercera Vía Global, nunca bien perfilada de un sistema mixto, en el que impere la sensatez que desprende la honestidad y la existencia atemperada del justo término. Es decir, un sistema humanista que no jalee la codicia disfrazada de legítima ambición, que no distorsione los mercados con dinero hueco, que ajuste unas normas éticas y morales y universales del sistema financiero, que impregne de esa humanización a los mercados y que las leyes castiguen severamente a quien por su propia codicia es capaz de arruinar a muchos. Y que por supuesto garantice la libertad.

En este gigantesco circo de las vanidades han jugado un papel estelar quienes han dirigido la res pública con criterios de secta política con la intención de enquistarse en el poder, pero también las sociedades y los pueblos que, engañados por una aviesa propaganda demagógica o aturdidos por un pseudo bienestar rampante, hemos permitido que la parte innoble de la condición humana haya dirigido el consciente colectivo del pan para hoy pero hambre para mañana. Con la escusa de una descentralización del Estado se ha generado una feria de administraciones autonómicas al día de hoy insostenible que exige una profunda remodelación o replanteamiento. El error de confundir descentralización administrativa con descentralización política para calmar el apetito nacionalista, cuando el mogollo de la cuestión era sacudirse el estado franquista y sustituirlo por un Estado social, democrático y de derecho, lo estamos panado ahora: con más trampas que un pajarero y con antipáticas vecindades como la de los catalanes y los andaluces o los castellano-manchegos y los murcianos, ebrios de fiestorro estatutario. Hasta hemos llegado al lujo, absurdo lujo, de la uniprovincialidad autononómica. Y a pie de calle, mantenemos la querencia del sueldo público como el sueño español de toda la vida, exigimos un bienestar de lujo sin que nos toquen los bolsillos y ponemos en práctica un modo de hacer política de arrabal que se acentúa cada vez que se acercan unas elecciones. Y en sitio principal hemos pervertido la máxima bien colocadita, del qué hay de lo mío en detrimento de qué puedo hacer yo por mi país y mi región.

Todo está a la vista de todos, con todo lujo de detalles: la marea de dinero fútil o deshonesto como lo llaman algunos economistas que surge de las impresoras del estado sin ningún patrón de referencia-como el oro- ha dado paso a una conducta social indecorosa de la que nadie está a salvo.  Estamos llegando al final de un sistema. Es de esperar que el nacimiento de uno nuevo no sea  desde la ira y sí desde la reflexión y un profundo voto de cambio. Se trata de humanizar la política, la economía y los mercados, de verdad, sin espejismos,  y en la manera de lo posible todos y cada uno de nosotros. De alguna manera, André Malraux llevaba razón: el siglo XXI será el siglo del espíritu o no será. Obviamente, el intelectual francés no pretendía decir que la centuria en la que ya estamos fuera un tiempo de hombres puros y traslúcidos sino la oportunidad de mirar con nuevos ojos el espanto del siglo XX y del superhombre, para poner en orden los valores del hombre común. Quizá este crecimiento exponencial del espejismo de un estado de bienestar confundido con el estado de la comodidad, del aumento de la especulación, la codicia y la usura, reflejada en las pensiones inmorales de pésimos gestores, esté el nanosegundo de la implosión del sistema. O nos gobernamos con sentido de la equidad, la justicia y la honestidad, o creamos un nuevos status, comenzando por una profunda revisión de Naciones Unidas para no permitir en el medio plazo que un solo ser humano pase hambre o revolucionamos moralmente el Banco Mundial, el FMI y el sumsum corda, o esto reventará por la costura de la obesidad mórbida del culto a la riqueza.        

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