De la tolerancia y la memoria

Lo ocurrido tanto en Manzanares como en Puertollano son dos gotas destiladas de nuestros seculares atavismos. Si en la primera ciudad el concejal de Cultura, Manuel Martín Gaitero, negó el uso de una biblioteca pública a la Escuela de Ciudadanos para que el exministro Carlos Solchaga conferenciara, con el peregrino argumento del izquierdismo recalcitrante de los participantes, en la segunda, el alcalde de la ciudad, Joaquín Hermoso, ha aprovechado el foro de las II Jornadas de Memoria Histórica, para retirar a Franco -a uno ya le da pereza escribir en plena cincuentena el nombre de este señor-  el título de alcalde honorífico de la ciudad.

El primer caso revela una intolerable forma de ejercer el poder sobre lo público, que cuando se trata de un espacio cultural debe primar la más absoluta libertad, y el segundo, una inútil insistencia sentimental en un hecho prácticamente ignorado por los ciudadanos.

Que los cursos de la Escuela de Ciudadanos por el que han desfilado adalides de la izquierda, sirvieran  para atizar al PP y sus políticas, no es motivo para negar ese espacio que como público se supone libérrimo, antes al contrario, cederlo es un síntoma de fortaleza y tolerancia democráticas.

Otras  asociaciones, iniciativas, la propia Biblioteca o la actual concejalía de Cultura han podido  contrarrestar en ese espacio público tomado por la nómina de  “izquierdas” de la Escuela de Ciudadanos, con actividades de compensación tan legítimas como aquéllas. El titular de Cultura del Ayuntamiento manzanareño ha optado, sin embargo,  por negar el salón bibliotecario para la disertación de Solchaga, cayendo en la trampa de la patrimonialización de las instituciones, un mal nacional, a poco que se tenga un poco más de poder de lo deseable. Si la Escuela de Ciudadanos tiene como objetivo “fomentar el aprendizaje y la reflexión sobre la actualidad”, lo verdaderamente enriquecedor es que a las mismas charlas y cursos hubieran acudido como público personas de pensar diferente para haber suscitado un debate abierto. Cualquier cosa menos la burda negativa.

En la segunda ciudad, Puertollano, el alcalde llevará a Pleno la degradación civil de Francisco Franco, 36 años después del óbito de un General que se ha enmohecido  en el último rincón del desván de la historia durante ocho legislaturas municipales con la imperdonable negligencia de cuatro alcaldes socialistas.

El olvido es la mejor medicina contra el dolor de los malos recuerdos y el mejor antídoto contra determinadas circunstancias y determinados personajes. Por tocar la fibra emotiva, este asunto resulta más incómodo y políticamente incorrecto rebatirlo, pero en el fondo viene a ser la otra cara de la moneda del asunto de Manzanares. La decisión oficial de retirarle ese inmerecido honor a Franco sólo es comprensible desde el sentimentalismo revisor, aun más extemporáneo cuanto los tiempos apremian a la reinvención del futuro más que al conjuro del pasado. Tal vez hubiera tenido sentido haber solucionado la contradicción de contar con un dictador en la galería de ediles ilustres hace 20 años, hoy, resulta políticamente estéril.

Ya he escrito que cuando llevemos 40 años de democracia y amorticemos los 40 de dictadura comenzaremos, tal vez,  a ser un pueblo normal, sin esos lastres que dificultan el camino.

Manzanares cerrando foros de debate a las izquierdas y Puertollano volviendo a airear la figura sepia del dictador, abuelo de las derechas, siguen reflejando en 2011, y con la que está cayendo, esa España pesada y antipática en la que tan mal se avecinan los naturales con carné de partido.

A uno le hubiera  gustado que Franco, simplemente, no hubiera existido. Pero ante la imposibilidad de reescribir la Historia hemos tenido la oportunidad de retomar su escritura a partir de 1978.

Hay, finalmente,  dos olvidos, el útil y sabio de lo malo y el ingrato y necio de lo bueno. En ocasiones, tanto el Ayuntamiento de Puertollano, como el PSOE local  han dado muestras del segundo, con respecto a la memoria del primer alcalde democrático de la ciudad después de la guerra civil. La Memoria Histórica de largo alcance tiene esos riesgos, que  nos vuelve amnésicos de la memoria del anteayer.

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