Carta abierta a Felipe Ferreiro, de la Venta de la Inés

Querido Felipe:

Yo no creo que vosotros seáis como los personajes de Los santos inocentes, como tantas veces se ha dicho. Vosotros tenéis voz y vosotros sois los dueños de vuestro destino. ¿Cuántos hombres o mujeres en los días de hoy podemos decir eso? ¿Cuántos de nosotros podemos decir que somos dueños de nuestra vida, de nuestras creencias, de nuestro pasado, de lo que está por venir? Creo que hoy día, en contraste, somos los presos de este tiempo de ansiedad, de este desconcierto enorme, de estas carreras que nos traemos sin saber muy bien adónde queremos llegar.

Sé que de vuestra cepa sufridora y sé en las dificultades en las que vivís. Lo he visto. Hemos compartido mesa, hemos charlado. Y he comprendido vuestra esencialidad, que podría parecer una precariedad lacerante, pero que en el fondo es un universo bien compuesto cerca de una chimenea que no se apaga nunca, ni en invierno ni en verano. La austeridad y la alegría.

Bien sé que hay grandes problemas en vuestra vida, injusticias irresueltas. Muchas palabras de ánimo y muchas decepciones mediante. Muchos periodistas que hemos ido allí a contar vuestra historia, a decir esto lo arreglamos contando de una vez lo que aquí está pasando, por Dios, en pleno siglo XXI, y luego nada: crónicas recortadas, mucha emoción, mucho lucimiento y poca cosa. Nos ha pasado eso, Felipe, los periodistas nos volvemos vanidosos delante de las historias conmovedoras. Pero luego lo de siempre: poca respuesta legal, poca respuesta política y vosotros sin agua, arrastrando eternamente garrafas.

Es difícil entender vuestro contencioso. Es tan miserable que uno piensa que es imposible que esto suceda, pero ahí estáis. Por lo menos ya tenéis la luz y esa lámpara blanquecina luce en vuestra cocina y la televisión la tenéis siempre encendida. Y cuando hablaba de vosotros en la tele siempre me llamabas al día siguiente, puntual, para darme las gracias.

Hace dos meses fui a visitaros. Me dio una gran ilusión veros. Saludar a Carmen, comer un poco de embutido que me serviste, charlar contigo. Me fui preocupado porque fue la primera vez que te vi mal de salud. Y Carmen te miraba con desasosiego. Ciertamente me fui triste. La Venta esa tarde no había sido ese bregar de senderistas ni de grupos de cicloturistas de los sábados o los domingos. Esa tarde la Venta era un punto de silencio en el Valle, mientras la noche de febrero caía a plomo.

Mientras conducía por el camino pensaba: en cuanto llegue a casa hago un par de llamadas y me pongo a escribir. A quién iba a llamar, alma de cántaro, qué iba a escribir con tanto brío. Así que me llegó una enorme impotencia, una cura de humildad, de qué iba a servir decir lo que ya se había dicho. ¿Qué tipo de denuncia tendría que hacer para que alguien con poder os ayudara? ¿Qué tenía que decir? Si ya me habías contado que el equipo de Barreda ante de las elecciones del año pasado –en noviembre- te había dicho que el ex presidente cuando aún presidía iba a ir a comer con vosotros, y tú preparaste la mesa, y la mesa se quedó puesta porque nadie fue ni nadie avisó que no iba. Así me lo contaste, con los ojos ya cansados, menos lucientes. Qué decir. Ya le había dicho en directo a la consejera de Agricultura, Marisa Soriano, que colaboró en el programa de Imás con nosotros, que se pasara recién tomado el poder. Y nadie fue. ¿Qué iba a decir más? ¿Quién no sabe ya en esta provincia, en esta región, qué pasa en la Venta de la Inés? ¿Quién era yo para que alguien me hiciera caso?

Así que no escribí nada. No quería, Felipe, escribir lo que ya se había dicho tantas. Lo que ya hemos dicho con supuesto lirismo. Que sois memoria viva, que sois resistentes, que es una injusticia infame lo que ocurre, que tu forma de hablar es casi un himno. Pero no he dejado de darle vueltas al asunto, Felipe. No he dejado de pensar en la Venta, en el fuego, en la leña, en las cacuelas que están en la lumbre.

Luego, la crisis se ha endurecido, hay mucho miedo, se dice que estamos a un paso del abismo, que hay una generación perdida, todo eso. Y yo ahora vivo en Londres, una ciudad que te convierte en un autómata en cuanto te descuides, que te golpea, que te hace ir perdiendo referencias, que te aleja de la tierra, de lo esencial, de lo que se come, de lo que se respira. Una ciudad inmensa, dura y hermosa, frenética, pero que hace que los seres humanos estemos siempre con la lengua fuera. Corriendo, corriendo a toda pastilla, sí, pero sin saber muy bien adónde. ¿Y sabes, Felipe? Es cuando más me habéis venido a la cabeza, en esta soledad londinense, leyendo periódicos que narran el desastre, es ahí donde os he encontrado, relajadamente, en esa cocina o sala de estar donde tenéis ese banco pintado de verde, ahí os he visualizado. A ti cocinando, con esfuerzo, moviendo a Carmen, ayudando a tu mujer. Acarreando garrafas. Y es verdad: la imagen era dura, la de una vida complicada, injusta, pero la imagen era igualmente hermosa, la de alguien que ha sido dueño de su destino, el que no ha callado, el que ha narrado más de un millón de veces la historia de la Venta del Alcalde, esa letanía, esa oración que no necesita de más adornos, sino la propia historia. Ahí os he visto, desde esta soledad o aislamiento al que te somete una ciudad como ésta en la que vivo, allí os he visto, conversando, viendo la televisión, en el centro mismo del Valle de Alcudia, con la primavera sonando ya como una mandolina alegre.

Felipe, no sois como los santos inocentes. Tenéis voz. Habéis elegido vuestra vida en la Venta, hacer gala de lo que significa ese lugar mitológico. Habéis vivido vuestro destino, que es lo más hermoso que puede hacer un ser humano, enfrentarse a su lugar en el mundo, no rehuirlo, y habéis sido felices allí, recibiendo visitantes, ofreciendo de comer, marcando el camino hacia la Fuente del Alcornoque. Felipe, tal vez os muráis reclamando el agua, añorando los otros tiempos del Valle, cansados, más que cansados, rotos, pero habréis vivido vuestro destino y no el destino que otros os marcaban. Y eso no lo hacen los santos inocentes, sino los santos valientes.

Eugenio Blanco es periodista.

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4 COMENTARIOS

  1. Tienes razón amigo Eugenio, los Ferreiro-García no son los Santos Inocentes, son unos héroes. Héroes maltratados que enarbolan su valentía con tremenda dignidad, y con el aprecio de miles de personas de buen corazón.
    Tienes razón, qué decir que no se haya dicho ya. Cómo repetir, sin repetirse, la injusticia que sufre esta familia; el dolor agudo que les aqueja cada día que amanece. Aunque las frecuentes visitas alegran sus corazones; corazones enormes repletos de generosidad y hospitalidad.
    Son tan grandes,… como pequeños y miserables los que, teniendo el báculo del poder, no hacen nada por evitar su sufrimiento, y miran para otro lado en busca de la mirada del lacayo y del banquete gratuido.

  2. GRACIAS, Eugenio, por esta gran carta… Has conseguido escarbar en mis sentimientos y evocar todo lo compartido con estos tres seres entrañables. Aún sigue impregnada mi retina con su imagen el día que los conocí y, como aquel día, han brotado algunas lágrimas de mis ojos.

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