Elogio del francés

Manuel ValeroAdmito que los franceses me caen bien. Y eso que tuve un encontronazo con un camarero en la terraza de un bistrop parisino desde donde se veía el Museo Pompidou. Esa admiración por los antipáticos vecinos del norte no es aquí muy compartida, pero en el fondo yo creo que los franceses nos odian menos que nosotros les envidiamos.

No en vano son los padres, hijos y espíritus libres de la República moderna, que hicieron la Revolución cuando hubo que hacerla y que después de alguna tentativa frustrada de restauración y de una segunda parte imperial, más zarzuelera que operística, enfiló la senda republicana y se apuntó,cuando no generó, los movimientos más vanguardistas. Incluso experimentó el ensueño de una comuna descomunal como fue el París de 1871.

Puede que en su debe haya que anotar la terrorífica guillotina que dejó la Francia del Antiguo Régimen sin ninguna cara noble que empolvar, pero en su descargo bien podemos recurrir a las vacunas de Pasteur y su impacto sobre la salud humana. Quid pro quo. El país que inventó la Ilustración de la que surgió todo, que convirtió París en el agujero blanco de artistas, pensadores y escritores, que tuvo que soportar la bota alemana en dos ocasiones, que mitificó la Resistencia en la que se inspiraron Ugerzo y Goscinny para crear el universo Astérix, que tiene por banda sonora patria una melodía que se interpretó en la pelicula Casablanca, un país que cuando llegan las elecciones, uno de sus candidatos dice : le changement, c,est maintenant, como si fuera una balada de Gilbert Becaud, es imposible que no despierte simpatías. Y si además son democráticamente universales y administrativamente más jacobinos que centrífugos, para qué las prisas.

Y si como colofón Zidane marcó para el Madrid el gol de la Novena, se han acabado las palabras, oiga. Que Sarkozy ha sacado a relucir España como ejemplo a no seguir chincha, es verdad, pero también soy de los que creo que a Sarkozy le tenemos ojeriza porque cada noche le cuenta sus penas a una señora muy francesa, sexy y susurrante, que está para hacerla mamá de la Patrie. Hasta incluso puede uno escribir esto sin que el lector francés si es que los tuviera, considere lo dicho ni una falta de respeto a la primera dama ni una grosería decadente del último caballero.

El domingo, precisamente, se celebraron elecciones en Francia y en Grecia. El francés y el griego se jugaron su destino, como dicen los ampulosos, y el de Europa, como pontifican los ampulosos. Sumándome a las preferencias de mi compañero Chinchi coincido con él de pleno lleno en la elección: donde se ponga un francés que se quite el griego. No hay color.

Manuel Valero es periodista.

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