El recluso

La rebelión de los gorrionesMe llamo Pedro Sarmiento y estoy preso. Llevo tres años encerrado en esta cárcel de cemento y sinrazón… quizá más. Se pierde toda noción del tiempo cuando uno no es capaz de matarlo. No me siento culpable. No era culpable, pero cualquier atisbo de inocencia se esfumó al encerrarme aquí.

Este presidio es como tantos otros: con sus reglas estrictas y ese aire marcial que impregna las normas. Los reclusos desfilan en prusiana procesión manteniendo una línea recta perfecta y al que no sigue el compás, plaf, lo ponen a escuadra. De cuando en cuando, una sirena aúlla como si le fuera la vida en ello. El alarido postrero de un desollado no podría ser más estremecedor. El corazón se encoje y un irrefrenable impulso te empuja a poner la cabeza a cubierto;  alerta, como la presa que huele a su depredador,  temiendo que un millón de bombas fueran a caer irremediablemente en cualquier momento.

Hoy cumplo castigo por desobediencia. Aislado, tras estos barrotes de intolerancia. Sentir la soledad entre una muchedumbre impasible forma parte del proceso de rehabilitación para una sociedad moribunda. Una reeducación que ya me pesa como una montaña de libros.

A través de la ventana veo a los demás reclusos en el patio. Se agrupan por clases, recelan unos de otros, es una reproducción a escala del mundo allá afuera. Otra vez la sirena. Los vigilantes se impacientan. Llueve. Me llamo Pedro Sarmiento, tengo 7 años y estoy preso.

@eusebiogarcia

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