Los primeros derechos humanos

Ángel RomeraLa violencia ha dado mucho que meditar en nuestra época. Hay tres tipos: la física, que es la que pueden ejercer los hombres principalmente; la emocional, que es la que emplean preferiblemente las mujeres, y la intelectual, que consiste esencialmente en la mentira y la suelen ejercitar los políticos con sus pueblos y los psicópatas con sus títeres. Esta es la mentira más difícil de combatir, porque la mentira es pegajosa como la mierda y suele congregar todas sus variedades cualquiera que sea la que se manifieste en primer lugar. Por ejemplo, la violencia política acarrea los otros tres tipos y se autoriza con un derecho humano fundamental que arranca de 1789: el derecho de resistencia a la opresión, consecuencia de todos los demás derechos, esto es, el derecho a cambiar la forma política del estado cambiando la ley, que solo es la forma que inviste la fuerza para hacerse soportable. El derecho a cambiar la forma como se ejerce ese fuerza puede ser o por el estilo de Solón, quien forjaba la leyes identificando el interés común, o por el estilo de Anacarsis, quien decía que las leyes solo son una hipocresía para el derecho del más fuerte; ambos eran dos de los siete sabios de Grecia, pero se contradecían al respecto; la opinión del buen Plutarco, sin embargo, era que Anacarsis estaba más en lo cierto. Esta contradicción la revela bien el liberal Cristóbal de Beña en una de sus Fábulas políticas, escritas cuando las Cortes de Cádiz, en 1812:

 Tendió la Araña, diestra tejedora,
su fuerte red un día,
y el gusano y la mosca voladora
a cientos los prendía;
mas dio un Moscón en ella que, atrevido,
sin cuidar de sus lazos,
atravesó por medio del tejido
y la hizo mil pedazos.
Las leyes suelen ser tela de araña,
que rompe cuando quiere el poderoso,
mientras sufren los débiles su saña.

Durante los primeros tiempos de la Revolución Francesa se redactaron los que se creyeron primeros Derechos del hombre; pero en África, y en concreto en un lugar tan ajetreado últimamente como Mali, un señor llamado Sundiata Keita ya los había formulado más de quinientos años antes en una constitución llamada en su lengua Kurukan Fuga, o Carta del Mandén (1235).

 La Kurukan Fuga es de intención universal: se dirige a «las doce partes del mundo» y está redactada en verso (una prosa que ha hecho gimnasia) para ser mejor memorizada. Suprime la esclavitud y proclama los siguientes derechos:
«Toda vida es una vida»
«El daño requiere reparación»
«Practica la ayuda mutua»
«Cuida de la patria»
«Elimina la servidumbre y el hambre»
«Que cesen los tormentos de la guerra»
«Cada quien es libre de decir, de hacer y de ver»
Contiene unos cuarenta capítulos repartidos en cuatro secciones:
Organización social (1-30)
Declaración de derechos (31-36)
Protección del medio ambiente (37-39)
Declaración de deberes (40-44).

Todo esto recuerda a los ingenuos tres mandamientos del derecho romano que, para quien quiera mirar al cielo, ese lugar hacia donde dicen que huyó Astrea, la diosa de la Justicia, asqueada de esta tierra en que todos querían lincharla, para quien quiera mirar al cielo, digo, para ver si no le cae algo de él, aparecen escritos en el friso superior del antiguo palacio de justicia de Ciudad Real: honeste vivere, alterum non laedere, suum cuique tribuere: «Vivir rectamente, no perjudicar a otro, dar a cada uno lo suyo».

Yo quisiera para España una constitución tan útil como la africana, pero a lo que se ve vamos a terminar haciendo otra torpona y europea o un remiendo de la anterior, que no sé qué sea peor. Una constitución de esas que proclaman la libertad, la igualdad y la fraternidad, pero no la justicia, como afirmaba un ciudarrealeño enmudecido por siglo y medio de falta de curiosidad, Félix Mejía.
Pero la existencia de la esclavitud provocó en América que resurgiera el pensamiento del rey Sundiata. En Guatemala se redactó la primera constitución que abolía la esclavitud y en los EE. UU. un peculiar personaje, el anarquista Henry David Thoreau, alérgico no solo a ella, sino al militarismo americano contra México (en 1848, EE. UU. arrebató a México el sesenta por ciento de su territorio, sus regiones más ricas: California, Texas, Arizona etc.) escribió su famosísimo ensayo Desobediencia civil. Decía en él, entre otras cosas, que cuando la ley segregada por el estado es injusta el hogar de un hombre honrado es la cárcel y que el gobierno más útil es el menos poderoso. Cervantes ya lo escribió en el Don Quijote: «Por la libertad no solo se puede, sino que se debe dar la vida»; lo sabía muy bien: ya se había jugado la vida por ella al menos seis veces. El pacifismo y su resistencia a transigir con el gobierno y pagar unos impuestos que se iban a emplear en armas llevaron a Thoreau al hogar de un hombre honrado. Pero su principio de no violencia, no cooperación y resistencia pasiva es el más noble y sagrado de los avances de la humanidad en su reclamación del derecho humano de resistencia a la opresión, consecuencia de todos los demás derechos. El derecho a hacer de la tela de araña una cadena tan fuerte e invisible como la Entrerred o Internet.
Siempre, sin embargo, se ha interpretado la ley como ha dado la gana (eso es lo que afirmaba Mejía con lo de la falta de justicia) y, según como se interprete, el derecho de resistencia a la opresión puede ser esgrimido por cualquiera para justificar el dominio, la violencia política y el terrorismo particular o estatal; el criterio más recto es el de que ese derecho solo lo puede asumir el débil, nunca el fuerte, y por procedimientos que no vuelvan incoherente su demanda: no se puede oprimir para liberarse de la opresión, sino que se puede ignorar, rechazar y hacer ineficaz. La civilizada idea de Henry David Thoreau cundió entre débiles como Lev Tolstoy, Mahatma Gandhi, Luther King y Nelson Mandela.

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6 COMENTARIOS

  1. Verdad es que la violencia intelectual consiste en la mentira que ejercen los políticos. Esa es una verdad que debería elevarse a la categoría de dogma. Cuánto dolor y decepción causan las mentiras de los políticos, que han hecho del embuste su profesión. Basta pasar un mes hablando con uno de ellos para darse cuenta de que así es.

    • Así lo afirmaba uno de los grandes periodistas españoles, «Cándido» o Carlos Luis Álvarez, en uno de sus volúmenes de memorias: en los políticos se da un corte fundamental entre lo real y lo imaginario.

  2. Una sociedad cimentada sobre la libertad, la fraternidad y la igualdad necesariamente está cimentada sobre la justicia porque no puede existir substancialmente lo uno sin lo otro.

    • Más bien pienso que sin justicia no pueden existir nada de lo otro; la fábula que transcribo muestra que igualdad, fraternidad y libertad pueden estar en el papel, pero no en los hechos. ¿No es eso lo que ocurre actualmente? Y digo algo más: jamás se hará una reforma de la justicia en España. El poder no está interesado en esas cosas, por su propia conveniencia.

  3. Si lo intelectual pertenece al entendimiento, a lo espiritual o al cultivo de las ciencias y las letras,difícilmente se puede asociar con violencia.

    • La violencia intelectual es fundamental, porque ella es la que autoriza o deniega las otras. Las mujeres maltratadas ¿no son engañadas por sus maridos para que no denuncien? La mentira logra la permisividad para los otros tipos de violencia, porque los esconde.

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