El detective íntimo: Capítulo 3

El detective íntimoCon la llave en las pinzas, Román Paracuellos, fue directo al grano. Alzando el extraño objeto hallado en el interior caliente de la herida del perro muerto hasta la altura de los ojos del señor Badía, le interrogó.

-¿Y esto?
-Es una llave -respondió descolocado el inmobiliario.
-Exacto, es una llave. Tiene su parte redondita y plana achatada, su paletón y sus dientecitos. ¿Y para qué sirve una llave?- preguntó con sorna.
El policía Carranza lo observaba boquiabierto, el señor Badía aturdido y la chica, ya completamente entregada al magnetismo de ese chulito encantador.
-Para abrir puertas, armarios, ficheros… No sé, ¿para eso sirven las llaves, no?- dijo Carranza.
-Pero una llave- añadió el detective caminando a la vista de todos con la llave prendida en las pinzas como si se tratara de un pez diminuto- no es tan importante por lo que abre sino por lo que guarda. ¿Le sugiere algo esto, señor Badía?
-Créanme, no tengo la menor idea- balbuceó el ricachón con un poso de sincera ignorancia.
-Bien, señor Badía, ¿formaliza usted la denuncia?
-No. Si se trata de una broma de mal gusto, mejor dejarla correr, no quiero publicidad, ni aparecer en los papeles…
-¿En qué papeles, señor Badía?
-!Paracuellos! – la expresión fue de Carranza.
La chica sonreía disimuladamente, absorta, impresionada y feliz. Sí, se notaba feliz por dentro y por fuera y observada y deseada y… ¡qué emocionante era todo!
Como el señor Badía desistiera de continuar con el caso de la gamberrada, los agentes llamaron a la perrera municipal que se hizo cargo del fiambre perruno. Se lo llevaron de allí y le prendieron fuego sin más contemplaciones. Luego una señora de la limpieza adencentó la pared y el suelo y refrescó el ambiente con un ambientador de Lavanda.
-Si no les importa me quedo con el botín- dijo Paracuellos, emtiéndose la llave en el bolsillo.
Antes de que el detective abandonara el lugar del crimen el señor Badía lo llamó, lo cogió del brazo y lo llevó a un aparte del vestíbulo de Inmobiliarias San Ildefonso.
-Señor Paracuellos…
-Tutéeme. Román, simplemente..
-Oh, de acuerdo, Román. Si no tienes inconveniente me gustaría verte el lunes en mi despacho…
-¿Un trabajo? Bien, amigo, no me juzgue mal pero ahora que voy a trabajar juntos me gusta tratar coloquialmente a quien me contrata. Supongo que se tratará de algo relacionado con eso -dijo señalando con la cabeza el lugar donde antes había estado colgado el perro- y con ésto-ahora, mostrándole la llave.
-Puede ser, pero no quiero adelantarte nada. El lunes en mi despacho a primera hora. ¿Te parece bien a las 9 de la mañana? Bien, de acuerdo, ahora si me disculpa. Vamos, Lorena…
Se llamaba Lorena, la chica rubia de boquita a lo Johanson, se llamaba Lorena. Le iba bien el nombre, el nombre nos identifica y el nombre de Lorena identificaba a la perfección a aquella muchacha que lo saludó con un gesto cortés de la cabeza cuando el detective se despidió.
– Allí estaré, adiós… Adiós, Lorena
A las nueve y media de la noche no tenía otra opción que pasar un rato en el Bar Ataria a tomarse un buen zumo de tomate con un puñado de pimienta y a escuchar a Inmaculada Ballester, una cantante local que cantaba por ocio, casi todos los sábados, sin más pretensión que disfrutar de la compañía de la abigarrada clientela. Ultimamente había demasiado movimiento de gente foránea, pero nuestro hombre conocía quien era cada cual y en qué andaba metido. Como sabueso local era el más apreciado por la plantilla al completo de la rama hostelera de la ciudad, y siempre recurría al viejo truco de engrasar con unos cuantos euros a sus confidentes habituales. Nada del otro mundo. A él le gustaba la vieja escuela. Sólo cuando engrasaba al confidente sentía deseos de fumar para pasarle los diez machacantes, o veinte o cincuenta, con un cigarrillo con filtro blanco en la comisura de los labios. Pero ya se había acostumbrado. Obviamente el flujo de cash para los soplones venía antecedido por la perspectiva de una información rentable. La cantante Inma, para los amigos, también era sus ojos, y sus oídos, y su compañera ocasional de polvo balompédico.
Había más gente fuera fumando que dentro bebiendo.
-Nunca me acostumbraré al aire limpio. En los ochenta esto parecía un local de verdad, hoy parece la cafetería de un centro de desintoxicación- le decía Tito, el dueño.
-No te quejes, que no te falta parroquia. Anda ponme un vaso de sangre…
-¿Cómo está hoy el oreo?
-Hay marchita. Al fondo están los que espían al concejal de Urbanismo; en aquella mesa el que anda detrás del presidente de la patronal, y tres tipos que hay fuera fumando entre los veinte o treinta clientes que están fumando, rastrean la sociedad Lotaria, la Hermandad de San Judas y a la jefa de la Mancomunidad del Agua Dulce… Y ese de ahí es un contraespia contratado por la Mancomunidad del Agua Dulce para que cuando llegue el caso desmuestre que la Mancomundiad fue espiada porque un espia espió al espía que espiaba a la Mancomunidad. Todo muy divertido.
-Joder, Tito, andas puesto, pareces yo.
-Dios me libre, no me gustaría tener que tragarme un partido de futbol para echar un polvo al mismo tiempo.
-Imaginación al poder, o en este caso a la cama. ¿Y algo más?
-Poco más. ¿Y tú en qué andas?
-En nada, de momento, pero andaré. ¿Ves esta llave? Pues ha aparecido en las tripas de un perro.
El camareo dejó de limpiar el vaso que lo ocupaba con gesto de incredulidad, como si le costara entender la conexión entre ambas cosas.
-Santo Dios, ¿y qué hace una llave en las tripas de un perro?
-De momento abrirme las piernas de una linda rubia. Luego ya veremos.
Inma cantaba sus boleros como una diva perdedora, con una profesionalidad que de haberla aprovechado le hubiera dado un lugar en el mudo del espectáculo si hubiera querido.
-Y qué has hecho hoy?
-No me gusta hablar de mi pasado, Tito, sólo somos una hoja que se mece por un instante en el último soplo del viento que es el presente..
-No me jodas, Paracuellos.
-¿Sabes que me costó acostumbrarme a mi apellido? Eso fue lo que me llevó a dejar el partido, el otro, ya sabes. No se puede uno apellidar Paracuellos y ser comunista…
-Bueno, no te has perdido nada. Antiguallas, amigo.
-Dame otro vaso de tomate, a ver si crío la huerta en el estómago.
-¿No quieres una copa de verdad?
-El alcohol es para decadentes, Tito, la cultura SIN es el futuro.
-Asombroso, Román, lo tuyo no tiene nombre, un detective abstemio que no fuma. ¿Por qué no te metes a cura?
-No lo descartes, tal y como va el mundo. Pero prefiero esperar a ver si llega el fin del celibato.
Pasaron las horas. Cuando Román salió del Bar Ataria hacía una noche primaveral cuya dulzura resultaba empalagosa on los primeros aromas de los jardines públicos. Silbando y con las manos en los bolsillos, se dirigió al coche y se fue a casa. Estuvo durmiendo hasta las diez de la mañana, hora en que Casio, su gato, siempre le reclamaba la primera atención del día, todos los domingos, sin fallar uno solo.

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