De ferias y otras cuestiones

Clarisa LealArrancan en toda España multitud de Ferias dedicadas al libro y a sus autores. Las editoriales se visten con sus mejores galas a la espera de que, tal o cual autor y su rúbrica estampada en la primera de las páginas, hagan que la gente se anime a comprar un libro ahora que la piratería está al alcance de cualquiera y nos los sirven en bandeja por el módico precio de cero euros. Al amparo del buen tiempo y con el libro bajo el brazo, se hacen largas colas para tener un poco más cerca a aquel o aquella que ha llenado horas de nuestro tiempo libre con sus historias reales o ficticias. Por unos pocos días los autores se vuelven más de carne y hueso, más accesibles, más simpáticos (porque hay que vender que para eso uno tiene que comer) y con las mejores de sus sonrisas, cuál político en pre-campaña electoral, se dejan fotografiar y achuchar por el pueblo. Es el momento de conocer el trabajo de unos cuantos (no necesariamente de los mejores), de asistir a presentaciones (que de seguro nos motivarán lo suficiente como para comprar ese libro que aún no tenemos en nuestra biblioteca) y de potenciar, a través de diferentes cursos, las ganas de leer y  escribir (aunque se olviden en cuanto cogemos el teléfono móvil o escribimos en una red social pateando a la mismísima RAE).

Pero… ¿qué sería de una ciudad sin una Feria del Libro? Con lo que eso viste. Da igual que un Ayuntamiento apueste por una actividad como esta o que tengan que ser otro tipo de organizaciones, de manera privada, las que tengan que lanzarse a la búsqueda de patrocinadores para que puedan salir adelante. Una Plaza Mayor o el mejor de los parques de una ciudad debe llenarse de libros como mínimo una semana al año. Que por unos días parezca que somos un poco cultos y que nos importa, lo suficiente, como para hacernos con un libro y colocarlo en la mesilla de noche. Si acertamos y nos motiva la lectura, igual nos da por leer más textos el resto del año. Y si no… siempre quedará el fútbol.

Ironías aparte. Mi respeto a aquellos que no leen y así lo exponen (porque para gustos lo colores y los libros… o la ausencia de ellos). Mi no-respeto a los que llenan estanterías y estanterías del salón de sus hogares porque queda cool (seguramente una figura de Lladró es mucho más aparente y hace que no pases un mal trago si te preguntan por ella). Mi respeto a la gente que sigue apostando por la creación de estas Ferias (porque la literatura está más viva que nunca y siempre habrán autores, editores, lectores, etc., que escribirán y editarán y comprarán). Mi no respeto a los que posan y, en una enfebrecida perorata, alardean de la necesidad de apostar por la cultura (cuando luego las facilidades son las mínimas). Mi respeto a esos padres y abuelos que, pese a no haber recibido una educación plena en conocimientos y verbos, han facilitado a sus hijos o nietos un volumen con el que poder instruirse más que ellos. Mi no-respeto a esos otros que dicen: “mucho leer y… ¿para qué? ¿Eso te va a dar de comer? (quizá da de comer a unos pocos pero hay alimentos que no sólo se ingieren por la vía clásica). Y así podría seguir y seguir…

Llamarme intransigente. Lo soy. Por eso, cada vez escucho menos las opiniones y leo más.

Clarisa Leal

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