Corazón mío. Capítulo 4

Manuel Valero.- Un cigarro de plástico. A ese recurso, que al inspector jefe siempre le parecía una falta de clase insoportable, se acogió desesperado. Antes eso que parchearse el cuerpo o tenderse en una camilla para que un chino juegue a la guerra pinchando la cartografía corporal, como si el cuerpo de uno fuera un mapa de operaciones.
Corazon
– Es por el azúcar de las bolillas, pero no sé qué es peor si tomar azúcar o tragarse esto-, le dijo a Peinado, mostrándole la boquilla del cigarro placebo destrozada a mordiscos-¿No tendrás por ahí un…

– No, jefe- la respuesta del agente Peinado sonó a rutinaria resignación.

En el despacho, Villahermosa , un veterano policía a punto  de jubilarse, demócrata reconvertido, expeditivo y amante del orden,  se interesó por las novedades del caso Lobera. Nada que no se ajustara a la lógica de su trabajo en la televisión. El visionado de  los programas de los últimos meses reeditó un prontuario de casquería verbal, de zafiedad indigerible. Durante ese tiempo, pasaron por el plató personajes insólitos que revelaban con natural desparpajo las intimidades de algún famoso. En ocasiones se cebaban en personas fallecidas, monotemizadas por capítulos y su turbio pasado de amores lésbicos, de noches de orgía, de drogas, de vanidades soterradas, de venganzas y amenazas, de matrimonios rotos… Todo muy calculado. Previo contrato, y con unos emolumentos nada despreciables, invitaban al plató a uno de los “protagonistas”, carne de cañón, y entonces, se armaba la marimorena. Se hablaba de malos tratos, de acosos sexuales, de tráfico de drogas, de influencias, como quien habla del tiempo. Todo por la audiencia.

– La democracia ha traído la telebasura, la dictadura se inventó Estudio 1,  qué paradoja, Peinado-. Continúe.

– La libertad de expresión, jefe, no lo olvide…

– ¿Verter sobre millones de hogares todos los días toneladas de inmundicia? ¿Para eso sirve la libertad de expresión? No me jodas, Peinado.

– Si el precio que hay que pagar es ése, no sé usted, pero yo estoy dispuesto a pagarlo. La libertad saca lo mejor y lo peor de cada cual. Y además están los tribunales…

– Y mis cojones-. Continúé.

– En cuanto a Tony Lobera…”

– ¿Sí?

– Mantuvo relaciones estables con un modelo durante casi dos años… pero lo dejaron este verano. Lobera era muy discreto con todo lo que tuviera que ver con su vida privada.  De hecho solo aparecía en fiestas oficiales de la cadena, o en entrega de premios, todo muy a la vista…

– ¿No fue a Lobera éste a quien un periodista… ¿cómo se llamaba? Ah, sí el de la cadena  Estar, David Serrano… ¿no fue que se negó a darle un premio?

– El mismo, jefe.

– Con dos cojones.

El agente Peinado sonrió. Su jefe le caía bien, no era lo que se dice un hombre moderno, sino un tipo aferrado a sus principios, aún después de su reconversión democrática. Llegado el momento, asumió que lo mejor que le podía pasar al país era que abandonara su anacrónica singularidad para convertirse en un país democráticamente normalizado. “La ley y el orden son el basamento de toda sociedad y si es democrática, más”, solía decir en las conversaciones de bar cuando cualquier noticia avivaba el debate.

– Bien, y qué dice el pollo.

Villahermosa escupió una esquirla de plástico de la boquilla del placebo.

– Ortega está con ello, han ido esta mañana a hablar con él a ver si le sacan algo en claro.

– ¿Principal sospechoso?

– Bueno… fue su novio y, ya sabe, todo el mundo es sospechoso, excepto la poli, ahí radica el interés, jefe”

En ese momento, el agente Ortega llamó a la puerta del despacho con un repique de nudillos, y la abrió sin esperar a que le fuera concedida la licencia de entrar…

– El pájaro. Ha volado. Fiussss. Humo, nada…

– Vaya, vaya- susurró Villahermosa.- .¡¡Pues localícenle!!

Peinado se levantó y salió junto con Ortega, amigo de profesión de Peinado, y amigo de los de prestar dinero, o sea, de los de verdad. Al cerrar la puerta, Peinado oyó algo parecido al chasquido de un encendedor.

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