Corazón mío. Capítulo 7

Manuel Valero.- ¿Cómo va la policía? ¿Deduciendo fumeque ante un cenicero?.- Había una buena relación entre el periodista y los agentes Peinado y Ortega. La habilidad del redactor de Mundo Global era su carta de presentación. Gozaba de un prestigio inapelable y sus contactos eran copiosos y muy importantes.
corazonmio
– Tengo una cosa para vosotros, pero no gratis-, dijo.

– Suéltalo ya, Ropero- inquirió Ortega.

– Puede que sepa dónde está el novio de Lobera. Mi periódico ha preferido embargar la información  hasta que no lo tengamos confirmado…

– La prensa delante de la policía-, rió Julián.

– No es la primera vez-, ironizó  el periodista.

“Habla ya ”. Peinado le dio un manotazo cómplice en el hombro.

– El portero de la casa de Lobera me ha dicho que solían veranear en Sitges, en una urbanización muy selecta. Lo sabe porque Lobera le solía dar la dirección para que le enviara el correo cuando se perdía de vacaciones… Naturalmente me dijo que no revelara la fuente. Pero sois la poli, ¿no? Lo negaré siempre, aún en el potro de tortura…

Peinado y Ortega dieron un respingo…

– ¿Pero no… lo interrogaron?- Peinado miró a Ortega con cara de perplejidad.

– Sí, y dijo que no sabía nada.

– También lo sé, me lo contó. No quiere líos con la poli-, el periodista se acodó en la barra como un cliente casual que inspeccionara el local.

– La gente se mata por unos minutos de gloria y cuando realmente tiene que hablar no habla..-, Peinado apuró su copa..

– Eh, eh, eh, confidencialidad. Sólo os pido que me llaméis en el momento en que localicéis al novio de Lobera. Salvador Lillo. Así se llama.

La música de un piano trazó su pentagrama por el ámbito casi solitario  del local. El periodista les dejó la dirección de la urbanización de Sitges, y una fotografía del tal Lillo, y se  marchó con un saludo cómicamente militar.

– ¿De dónde la has sacado?- le preguntó Ortega cuando Ropero estaba a punto de abrir la puerta…

– Hay un montón de revistas, poli-, respondió, le apuntó con el dedo índice  y salio a la calle.

– Luego que si la policía es tonta-, bromeó el dueño del local- ¿Otra copa?”.

– Media copa, mañana nos vamos a Sitges-, respondió Peinado.

Luego miró a Ortega que le mantuvo la mirada con un leve temblor de incompetencia.

Los dos compañeros se despidieron después de telefonear al inspector jefe Villahermosa para   informarle.

– Pues… ¡pitando!, y que sea fructífero el viaje, el contribuyente no está para pagar excursiones a la policía. Esa fue la orden.

El neón de El Gato Azul tintaba sus rostros con un tono cadavérico. Comenzó a llover.  El otoño venía generoso. Lo habían anunciado en los noticieros y los expertos meteorólogos de nómina coincidieron en el pronóstico de un aguacero impagable durante casi toda la estación.

– Hacía falta-, suspiró Peinado levantándose el cuello de la cazadora.

Ortega se dirigió a su coche. Peinado se quedó solo mirando el cielo con el ceño fruncido para amortiguar los fríos impactos de la lluvia sobre su rostro. Saludó con la mano a su compañero, y dio media vuelta.

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