Corazón mío. Capítulo 21

Manuel Valero.- – De modo que eres, policía… ¿como los de las pelis?”- dijo Gloria enfriando el café con un pequeño soplo que le constriñó los labios como preparados para un beso…
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– Más o menos, pero los puñetazos suelen ser menos estéticos, no tienen… ¿cómo te lo diría…?, no tienen ballet, son guantazos sin poesía, como cuando nos peleábamos de niños.-, bromeó Roberto-Bueno, en realidad no es eso exactamente, procuramos hacer nuestro trabajo para que haya la menor violencia posible. Seguimos a los malos y cuando están confiados, llegamos y los detenemos, eso es todo…

– ¿Y ganan siempre los buenos?” – la muchacha le sonrió con la sonrisa que delata el placer de la compañía y lo miró con sus ojos verdes..

– Apuesta lo que quieras-, le respondió Roberto impostando su condición de investigador- ¿Y tú?

– Soy bióloga, especializada en Botánica, me preparo para una plaza en el Jardín Botánico y de vez en cuando ayudo a mi tío en la floristería, sobre todo en estas fechas.

-¿Y hay una flor para cada momento?-. El policía se acodó en la mesa de la cafetería para acortar la distancia, pero lo hizo suavemente, con un deje de ternura en la pregunta.

-Supongo que sí… Hay todo un protocolo, las rosas son como el comodín, lo mismo valen para alegrar a un enfermo que para una declaración de amor… Pero la regla número uno es que no se deben regalar crisantemos. Es una flor muy triste porque se asocia a los difuntos”.

-¿Toda regla número uno va acompañada de una segunda. ¿Me equivoco?-, preguntó entre interesado y divertido…

– A un ecologista, mejor una planta que una flor-. Gloria rió ahora sin reservas…

En la calle, las luces de los edificios y los ojos encendidos de los automóviles se reflejaban en el asfalto. La gente caminaba peleando contra un viento fresco y húmedo que arremolinaba las hojas en las aceras.

– ¿Sales con alguien?

Roberto se sintió estúpido por esa insoslayable curiosidad porque consideró imposible que una muchacha como la que estaba sentada frente a él no tuviera una legión de aspirantes. Gloria bajó la mirada y se entretuvo girando la cucharilla en el interior de la taza vacía. Fue más la sombra de un resto de tristeza que la de la decepción, pero se iluminó al cabo, como si ya fuera agua pasada.

-Sí, quiero decir ya no… Se llama Arthur, es norteamericano, vino a la ciudad con una beca, también se especializaba en Botánica. Fue bonito, pensamos en mantener la relación, pero un océano de por medio es demasiada agua… ¿no crees?

– Puede… ¿sí? No… no sé.

– Al principio hablábamos por mail, a través de la red, pero si hay algo que no casa con lo virtual es …bueno, ya me entiendes… Pensé irme a Estados Unidos, pero para entonces ya era demasiado tarde… Conoció a alguien y…

– Lo siento..-, respondió Roberto entre dolido y feliz, con cuidado de no delatar en su rostro sobre todo la segunda sensación.

Gloria le hizo la misma pregunta siguiendo el manual universal de dos jóvenes que se acaban de conocer…

– Te toca…

– Estuve casado dos años pero me divorcié. Hace unos meses…

– Vaya, yo también lo siento.

Milagrosamente, Roberto comprobó que fue la primera vez que hablaba de ello y que se acordaba de Amparo sin el menor atisbo de dolor. Eso fue nuevo para él, todo el mundo que salía o entraba a la cafetería le parecían seres maravillosos. Fue tan intenso que ni él mismo daba crédito a su súbito renacer. Estuvo a punto de regalarle a Gloria los gladiolos que había comprado para su madre, pero le pareció una inconveniencia. Exultante, cambió de conversación con una premonición de felicidad inmediata. Estaba lloviendo otra vez.

– Vaya aguacero. ¿Es buena tanta lluvia para las plantas?

Se sorprendió por la obviedad de su pregunta, pero le daba lo mismo, todo le parecía como recién puesto sobre la tierra, y todo volvía a cobrar el sentido exacto de las cosas. Se sintió lógico.

 

 

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