Corazón mío. Capítulo 22

Manuel Valero.– ¿ Y ahora estás con algo? Quiero decir…- Gloria atacó por el flanco profesional haciendo caso omiso al comentario sobre la lluvia, y recurrió al lenguaje de las manos para ayudarse a salir del atasco. Fue cuando Roberto se dio cuenta de sus dedos alargados y finos, y de la burbuja esmeralda que anillaba uno de sus dedos.
corazonmio– Sí, estoy siempre ocupado. Hasta que la gente decida que es una tontería hacer daño a nadie porque la policía siempre gana, y nos quedemos sin empleo.
–  ¿Siempre?-  Gloria arqueó las cejas divertida y extrañada…
“Digamos casi. Pero ya te dije antes, somos muy cabezotas. Investigamos la muerte de ese presentador de telebasura que mataron en el aparcamiento de la televisión y luego apareció vivo… Supongo que sabrás de qué hablo.
– Decían que había sido un atracador que se asustó, o algo parecido… No sé más, francamente, no me interesa. La telebasura es vomitiva pero a veces es divertida. Los ves ahí delante de todo el mundo, gritando, insultándose… ¡hasta comiendo!. Dios mío, ¡si se les ve la comida dentro de la boca!-  Gloria se tapó la suya inconscientemente.
– Mi jefe tiene una curiosa teoría, dice que mientras en la dictadura había Estudio 1 ahora hay trapos, corazones y tripas…
– Y libertad-, apostilló la muchacha-. Un detalle muy importante.
-Eso es exactamente lo que yo le digo, pero no es mal tipo. Anda con un humor de perros porque está intentando dejar de fumar.
-¿Y tú? ¿Tienes una teoría sobre ese pre-sen-ta-dor?-. Gloria entrecomilló la palabra.
“- A veces creo que se lo ha montado para aparecer en el libro Guinness de las audiencias y otras, que alguien quiere hacerse pasar por él por alguna razón. Pero no te aseguro cual de las dos hipótesis es la verdadera .
Un griterío desde fuera de la calle los distrajo, miraron fuera y observaron una manifestación.
– Nadie está contento últimamente-, susurró el policía.
– Es para no estarlo, se ven cosas intolerables-, dijo la muchacha sin dejar de mirar la riada de gente que portaba pancartas contra el Gobierno y eslóganes entre cáusticos  y amenazantes.
– ¿Y quiénes son los responsables?-, se preguntó a si mismo el policía-. Cada cual tiene su propio responsable, y a su vez nadie lo es. Los que mandan no hacen otra cosa que meterse el dedo en el ojo..
– ¿Tú de qué parte estás?-. El interés de la muchacha lo fijó en el asiento con cara de sonado, pero encajó el golpe. Respondió con sinceridad:
– Prefiero las ideas a las ideologías. Las primeras siempre son luminosas, las segundas acaban, inevitablemente, despreciando al hombre, al que pretendidamente se empeñan en salvar. Y hay algo peor: las grandes ideologías acaban controladas por hombres malvados-, recitó de memoria y de una sola vez-.Es lo que dice mi padre, y creo que lleva razón.
-Es un pensamiento muy interesante pero yo creo que a este sistema, a este, no digo otro, le falta un buen repaso. Hay demasiada impunidad ahí fuera, no puede ser que un político aparezca sermoneando y luego esté metido hasta el cuello.
– En eso estamos de acuerdo, pero tampoco puede ser que la izquierda proclame ciertos principios y los grandes popes y sus nepotes practiquen otros. Si me guardas el secreto- dijo Roberto mirando a un lado y a otro de soslayo- creo que ambos términos izquierda, derecha y toda esa yenka están pasados, superados… La lucha de clases ha sido sustituida por el derecho a un móvil de 500 euros con el que luego vamos a las manifestaciones para grabar a los malos.
– Yenka, ¡qué gracioso!
Enzarzados en esa primera conversación que trata de sondear en poco tiempo las líneas maestras del otro, no se apercibieron del tiempo que transcurrió como por ensalmo, como se derrama de las manos un puñado de arena. Hablaron del tiempo, de política, de arte, de flores, de la situación personal de cada uno, y de la manera en que cada uno trataba de encajar en el mundo que les había tocado vivir. Gloria tenía un ramalazo idealista exento de toda radicalidad. Era más bien un vestigio de su humanidad. Faltaba uno de los asuntos clave.
– ¿Eres creyente?-, le espetó a bocajarro Gloria, luego de un breve silencio natural, el que proporciona el bienestar de una compañía deseada.
– Soy poli, creo en lo que hago- Roberto sonrió con impostada malicia.
– No me refiero a eso, aunque reconozco que si es así eres un afortunado. Me refiero a que si eres religioso…
– No es lo mismo,  pero para contestarte parafraseo otra vez a Roberto Peinado, mi padre: Soy políticamente nihilista y religiosamente cristiano. Es una barbaridad, lo sé, pero él dice que es un nihilista bueno y a mi me hace gracia, porque aunque parezca imposible lo entiendo… A mi, particularmente, no me interesa, el opio del pueblo y todo eso. Tu turno…
– Soy católica y procuro vivir coherentemente según mis principios. Al César lo que es del César… Sé que no resulta muy atractivo y admirable en estos tiempos que corren, pero a mi me da axactamente igual. A los veintiséis años es un problema que te importe más lo que los demás piensen de tus opiniones, que tus propias opiniones.
La muchacha apoyó la barbilla sobre el dorso de una mano analizando cada músculo del rostro de  Peinado. Era atractivo, sí, un pelo lacio castaño con un flequillo rebelde,  fuerte pero no musculoso, ojos pequeños del color de las castañas. Se alegró de no provocar la estampida de su compañía cuando le confesó sus ideas religiosas. Pero por si las moscas, dijo:
– Se me hace tarde, Roberto…
– Ah, claro, te acompaño a casa.
– No te molestes, cogeré un taxi. Ya has sido demasiado amable conmigo esta tarde  invitándome a café …Eres buen conversador y eso me gusta, me gusta muchísimo…
Salieron a la calle. Roberto estaba atento a los taxis que pasaban, muchos de ellos ocupados.
– Te llamaré, ¿te importa?-, le dijo.
– No, no me importa, por mi encantada… Espera te hago una perdida. ¿Me dices el número?
– Oh, claro, claro…
Luego de un silbido de truhán, el policía detuvo un taxi. Gloria de pie junto a él lo miró fijamente a los ojos sin decir nada, hasta que Roberto apenas le musitó un adiós. Después la vio alejarse y cómo Gloria lo despedía con la mano desde la parte trasera del coche. Roberto le devolvió el saludo y lo mantuvo un buen rato hasta que el taxi desapareció por la avenida.

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