Antimemorias de un converso

Manuel Valero.– (Reescripción libre de un manuscrito firmado por un tal Celestino Torroba y encontrado bajo el hule de una taberna de aldea). “Dios tiene mucha gracia. Tanta que me ha convencido y me he convertido, bueno, me he reconvertido, soy, de alguna manera, un converso. Y lo que es mejor, un converso feliz.
Manuel Valero
Es como volver al hogar después de largo tiempo zascandileando por las alternativas del mundo y darte cuenta de que el sustento de toda ley, toda moral, toda solidaridad, toda convivencia, toda paz, lo tenías delante de tus narices, esperándote: Cristo. Pero ha valido la pena. Los rodeos dejan de ser erráticos cuando te regresan al origen. Al fin y al cabo la vida es un tránsito que nos lleva indefectiblemente a nosotros mismos, no hacia fuera sino hacia dentro. No podría precisar con exactitud en qué momento se produjo el milagro aunque sospecho que algo ha debido influir el descarte progresivo de todas esas alternativas, los desencantos encadenados y la certeza de que el aspecto sórdido de la condición humana impregna de tal modo los modelos de sociedad que acaban envueltos en un ruido infernal de intereses encontrados. La inmensa soledad de lo artificiosamente amable supongo que también ha debido poner su brizna de polvo, especialmente esa campechana moral de la solidaridad sin sacrificio, tan políticamente correcta, y ese humanismo radical de laica moral con que se trata de suplir el socialismo fallido. Con la coartada del hombre libre se automatiza el medioambiente social de tal modo que cuando se despereza lo envuelve el terror de confesarse disidente. ¿Disidente? ¿Será por pura disidencia que he vuelto a mis deseos infantiles de ser un buen cristiano? Puede, pero en mi descargo añado que no se trata de una metamorfosis sentimental sino producto de un maduro declive intelectual. Eso lleva implícito un sereno razonar de las cosas, porque es cuando te quedas con lo puesto, con el corazón mentalizado, que empiezas a entender con más claridad el complicado dédalo de tu vida y tu relación con el mundo”.
Y debo confesarlo también: cuando por consejo de un amigo pertinaz leí dos libros sobre el actual Papa, Benedicto XVI. Tanto me caló su profundidad de pensamiento, su indagación en la fe a través de la razón, la puesta en comunión de ciencia y creencia (religiosa), que me enganché a su pensamiento. Así que no me duelen prendas reconocerlo: a medida que leía al Papa notaba cómo me caía del caballo. Y para mi sorpresa, no hice nada por agarrarme a la brida. Me iba sintiendo bien a medida que la obra de Benedicto XVI me descabalgaba. Hoy disfruto leyéndolo con el mismo interés con que me zambullía en las explicaciones de la Historia y el mundo de los autores de culto de los tiempos calculadamente revueltos. Y es curioso, entonces leías a los santones del pensamiento de izquierdas, con ganas de cambiar el mundo para servirte de él, y ahora es un poco como al contrario, cambiar uno para servir al mundo, de alguna manera. En fin todo esto para concluir que no hay nada más revolucionario que la imitación de Cristo, alegremente decididos sin masoquismos místicos ni arrebatos integrista. Sencillamente: amando al prójimo que no es besuquearlo con un buenismo colegial sino respetándolo al máximo”.

«De la primera misa de mi infancia guardo el recuerdo de un manchón de chocolote en el impoluto traje de marinero para sofoco de mi madre y el vago cansancio de una procesión con olor a romero. La imagen de la fotografía, esas fotografías con los bordes troquelados en pequeñas ondas y con el papel estriado que hacía un agradable sonido cuando pasabas la uña por encima, me perpetúa con un gesto de seriedad transida. Estaba serio pero alegre. Jesús, a quien años después me encargaría de darle puerta de mi alma desalmada, estaba conmigo, de modo que estaba en gracia de Dios, que ya digo tiene mucha, y por tanto me podía morir en ese preciso momento ya que iría al cielo sin la parada purgatoria. Y era muy ingenuo, debilidad que aún sigo domeñando porque lo sigo siendo en el botepronto.

Me ocurrió una cosa que aún no he olvidado del todo y que supongo influyó en mi decisión de adolescente de mandar la fe, la esperanza y la caridad a tomar vientos para abrazar el trabajo, la revolución y la solidaridad que mataban a dioses para entronizar a hombres que luego divinizaba, aunque de eso me di cuenta después. Y lo hice con la misma fogosidad con que di por terminada mi relación con Dios y sus portavoces terrenales, tan clasistas, tan carcas. Digo sobre aquello que me ocurrió que cuando apenas faltaban unos metros para acabar la procesión que a esas alturas iba ya desordenada y un tanto desangelada valga la expresión, el muchacho que iba conmigo a mi lado en la fila, sin uniforme para la ocasión porque era más pobre que yo, un pantalón corto de rutina callejera y una camisa a punto de rasgarse con el cuello en curva hacia las nubes, golpeaba el rosario contra la pared. No eran golpes violentos sino de despecho. Más que airado el chico iba decepcionado. Yo creo que ni se daba cuenta de los golpes que propinaba a Nuestro Señor contra la tapia terrosa de un solar por el que pasábamos en ese momento. Así que le pregunté por el motivo de su enfado.

-Yo quería un traje de marinero como el tuyo… -me dijo, mohíno, sin mirarme, fija la mirada en el suelo.

Fue la primera oportunidad que tuve de ejercer de cristiano nuevo. Y lo hice.

-Eso es lo de menos. Lo más importantes es que hemos hecho la primera comunión. ¿Tú crees que a Jesús le importa eso? –le dije.

El chico se paró, me miró de arriba abajo y respondió:

-Pero tú eres un marinero, y yo quería un traje de marinero…

Luego aceleró el paso y desatascó una procesión ya sin geometría. Traté de insistir pero no tuve valor. Lo seguí mirando cómo se desahogaba y por ese golpear suyo del crucifijo contra la pared que ya se acercaba a su ángulo para huir de aquel tormento, la pequeña figura de Cristo se desclavó y cayó al suelo.

-Mira, lo que has hecho por tu estúpida actitud –le recriminé, ahora, sí, valeroso.

Y el muchacho sin inmutarse, se agachó, cogió la figurita, la besó y se la metió en el bolsillo…

-Ya no le duelen lo clavos – dijo. Y añadió: – Yo quería un traje de marinero…

Yo creo que fue por eso que me manché el dichoso traje de marinero que con tanto amor me hizo mi madre alargando las horas de taller y levantándose cuando aún faltaba una eternidad para el amanecer. ¿Qué habrá sido de aquel chico al que no volví a ver nunca, ni siquiera de adolescente? ¿Le seguiría dando tanta importancia a lo externo? A lo mejor lo que quería realmente era vestirse de grumete.¡Quién sabe si ahora no gobierna un barco importante de mercancías o pasajeros! O tal vez se enroló bajo cualquier pabellón y anduvo por ahí de puerto en puerto, con la navaja presta y el codo siempre dispuesto».

«Sí, Dios tiene mucha gracia y es muy listo. Y democrático. Habéis leído bien de-mo-crá-tico. Dios no se nos impone, nos deja hacer, ser y vivir a nuestro libre albedrío. Sólo lo amas si eliges hacerlo. Y con sólo una norma principal y definitiva: amar al prójimo como a uno mismo, es decir, comprenderlo, tolerarlo, apoyarlo, respetarlo, cuidarlo. Poca cosa. Todo el daño que haces al prójimo te lo haces a ti, porque no hay felicidad personal ni colectiva que se sustente sobre el dolor de los demás. Así pensaba yo entonces y así he vuelto a pensar ahora cuando, aburrido, de arrancarme los pelos blancos del cabello, he decidido entregar el cuero cabelludo definitivamente a la tiza del tiempo. Pero entre ambos signos del paréntesis ha habido un largo recorrido en busca de las alternativas. Por eso cuando leí el Archipiélago GULAG de Alexander Soltzenitsin, lo consideré un burgués reaccionario, elitista, intelectual enemigo del paraíso obrero en la Tierra. Porque defendía la teoría de que sólo el hombre y nada más que el hombre era capaz de conseguir un día una Humanidad nueva, armónica, libre, sin más horizonte que el de su propia dimensión y sin necesidad de verdades reveladas ni místicas improductivas. Sí, andaba también con Nietche y su Anticristo y su Superhombre. Era hijo de mi tiempo, rebelde, revolucionario, bebedor, fumador (lo sigo siendo) comunista, blasfemo, como correspondía a todo ateo activo hasta que otro ateo mucho más ateo que yo me dijo:

-¿Pero tú crees o no crees en Dios?.

-Dios es la invención de los poderosos, camarada…

-¿Entonces por qué estás todo el puto día cagándote en él? ¿No se te cae la mierda a la cara? – dijo

– ¿Pero tú también lo haces? ¿Entonces…?

-Sí, yo sí creo, qué pasa. Lo que no admito es el orden de las cosas que puso en marcha.

Entonces el permanente exabrupto con que iniciaba cualquier conversación cobró todo su sentido. Iba de ateo pero no lo era. ¿Cómo ofender a quien no existe?»

Pero mucho antes de eso yo leía lecturas devotas y novelas blancas, entre ellas el célebre Corazón de Amici, con la que lloré en más de una ocasión y a solas por vergüenza torera, lo cual ahora me parece una somera tontería, porque ya lo dijo el filósofo que el que no llora, no mama, pero el que llora, ama. Era un niño y un buen cristiano. Ni más ni menos. Y siempre creí que aquel muchacho pobre que recibió la Eucaristía por primera vez, liberó a Cristo de su cruz mientras yo aún la conservo intacta, nacarada, anudada a un grueso cordón dorado, con el reo bien claveteado. De haberla descubierto un día cuando por mis venas fluía un cóctel de Proust, Marx, Engels, Bakunin, Camus , Sastre y todo lo mejorcito de cada casa, la habría hecho pedazos sin compasión, pero con cuidado para que el tipejo ese arrogante que vino, decía, a darle sentido a la Humanidad y a la Historia porque era el mismo Dios, permaneciese bien clavadito en la cruz que es donde tiene que estar.

Han tenido que pasar muchos años para comprender el verdadero sentido de ese símbolo pero sin embargo no hay….”

(El manuscrito queda interrumpido aquí. Por más que indagé sobre el autor, jamás supe quien era)

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2 COMENTARIOS

  1. «Cambiar el mundo y amar al prójimo…» No me lo creo. Tanta universalidad trata, la mayoría de las veces, de encubrir con grandes palabras nuestra incapacidad para comprometernos con el sufrimiento más cercano y que más nos obliga. Seamos sinceros, el dolor cercano, el que podemos remediar, exige sufrimiento y, por eso, nos acogemos a las grandes palabras para eludir el compromiso de lo que deberíamos afrontar. La solidaridad o la caridad( más de tu agrado, Manuel)aman poco al próximo , que es el prójimo al que debemos amar y hasta besuquear, porque nada malo hay, per se, en el beso o el besuqueo, cosa distinta es la intención del judas o Lady Macbeht que fricciona los labios. Y es que la última vez que escuché a alguien, ungido de un misticismo envidiable, decir algo parecido, una hora antes y con la misma naturalidad había rechazado dedicar unos minutos de su tiempo a dispensar su amor y sus cuidados a un enfermo grave que los necesitaba. Dicho lo anterior, nada malo hay en afanarse en buscar a Dios, casi todos lo hacemos.

  2. Perdóame que discrepe, amiga Carmen, en nombre de Celestino Torroba, pero creo que has entendido el manuscrito al revés,porque es precisamente eso lo que analiza negativamente: las grandes soflamas ideologicas de una Humanidad mejor, cuando este converso apunta al revés y defiende la tesis contraria. No te ofendas, pero creo que si lo vuelves a leer igual captas entre lineas. Y desde luego lo que no es, es un texto de meapilismo místico militante, literario, bueno. En el fondo es la reivindicación que hace Celestino Torroba de escribir de Dios y de que uno cree con la misma naturalidad del laicista activo o el ateo puestos en el mismi nivel de dignidad. El hombre es libre. Ah, y tengo entendido que a Celestino no le gustan las procesiones. Y tengo entendido también que la impostura que criticas -muy política por cierto en estos duros timepos en los que las instituciones h algunbos partidos se convierten en ONG,s como inversión para el voto- no es el caso de Celestino.
    Salud

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