Cabeza y corazón

Fermín Gassol Peco.- Uno de los universales en toda relación es la dualidad. La dualidad es el caldo de cultivo permanente de todas nuestras decisiones. Algo tiene entidad siempre y cuando pueda ser contrastado y comparado con, al menos otra realidad. Históricamente estos dualismos se han ido adecuando a los problemas que el hombre se ha venido encontrado a lo largo de su historia y a las soluciones que ha logrado en cada momento.
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El hombre ha ido descubriendo sus capacidades ascendiendo por paredes más o menos verticales de la historia apoyado en sus dos bastones, la cabeza y el corazón. Y así ha llegado a donde está.

Fue Augusto Comte el que definió esta escalada con sus, digamos que tres alturas o niveles de conocimiento, con sus conocidos estadios del saber; la religión, la filosofía y la ciencia positiva como cima de este conocimiento. El hombre positivo, cerebral, exacto, matemático, ese es el hombre que según este filósofo francés llegaría un día a la plenitud del saber universal.

Comte desarrolló esta teoría a mediados del siglo IXX, es decir, hace unos ciento sesenta años. Trascurridos todos estos años la pregunta a hacernos podría ser ésta: ¿Ha logrado el hombre de hoy ser más cerebral que hace siglo y medio?

A nivel personal el hombre actual es más positivo; plantea la vida de manera más práctica, más efectiva, ¿más cierta? El desarrollo y los descubrimientos científicos hacen que sepamos el porqué de muchas cosas que tiempo atrás, bien se desconocían o se atribuían a generalidades o a otros campos del conocimiento. Hoy el saber es mucho más específico, que es como debe ser todo verdadero conocimiento, aquel que es capaz de diferenciar lo exclusivo de lo parecido o de lo general. Por eso hoy existen muchas más especialidades en todas las materias, tanto a nivel científico o técnico como en la calificación profesional, tanto en materias intelectuales, como en las manuales. Hoy las opiniones a ciertos niveles han de estar soportadas con una base más afinada y concreta; es más, toda persona que quiera sobrevivir en esta compleja maquinaria social ha de estar especializada en alguna materia. Hoy se impone lo específico.

A nivel social sin embargo, los hombres y mujeres mantenemos un comportamiento más mezclado con el pasado. Gustamos de rememorar viejas costumbres, mantener tradiciones que se dan de plano con la forma de concebir la vida a diario. Quizá sea como una contraprestación a una vida que sabe y huele a poco o que no nos ofrece los olores y sabores de nuestras raíces; y es que no todo en la vida es “aluminio”, aunque este metal tenga muchas e indudables virtudes.

A nivel político, la cosa se complica y mucho. Mantenemos con demasiada frecuencia posturas que tienen que ver con el pasado…y con nuestro corazón. El hombre de hoy, positivo, racional lo es menos cuando “piensa” en decisiones donde el pasado y la historia, donde la genética y la tradición juegan un papel demasiado importante y destacado todavía a la hora de decidirse por una u otra opción. Si para Comte la fase filosófica del conocimiento tendría que ser superada por la científica, no parece que muchas personas actualmente a la hora de emitir su voto, por ejemplo, actúen con la frialdad de una decisión de la mente, sino más bien con la decisión un tanto atávica del calor del corazón.

Como es lógico, dejo a un lado a aquellos que toman las decisiones con el estómago agradecido y con más motivo a los “pamporreros” y “pesebreros”. Esos no formaban parte del pensamiento de Comte.

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