El feminismo manchego de principios del XX: Eduardo Malaguilla

Ángel RomeraEl nombre de Eduardo Malaguilla resuena un poco en la memoria escrita de esta ciudad. Porque evoca una imprenta bien conocida por los aficionados a coleccionar libros raros de esta capital de provincia, que es una pena de capital o una capital de pena, aunque antes más que tenerla la daba, que no es poco progreso.

El personaje posee intríngulis, porque fue un científico que quiso hacer carrera de escritor y algunos trabajos suyos apuntaban maneras; lástima que muriera de joven (1905), como otros se mueren de viejo, el mismo año en que publicó en Ciudad Real, en la imprenta Pérez Hermanos, su polémica Caracterización cerebral de la mujer, que es la obra que me ocupa.

El famoso escritor y editor cubano Eduardo Zamacois lo conocía personalmente y le consagró un capítulo entero de su Río abajo. Almas, paisajes, perfiles perdidos, recolección de artículos que vendió por una miseria (cien pesetas viejas y de las de entonces) al editor madrileño Pueyo. Ambos habían compartido algunas asignaturas en la Universidad Central y, habiendo hecho amistad por sus gustos comunes, el amigo sintió su muerte y le dejó un hermoso artículo necrológico.

Zamacois, con buen ojo para el talento, como demostró en la editorial de novela corta que dirigió, escribió de él que era «un gran espíritu que pasó por la vida sin abrir los labios». Poco antes de morir le había hablado de un libro que pensaba publicar, titulado Canciones infantiles, que ignoro por dónde andará, si es que anda. Malaguilla pertenecía a la Real Sociedad Española de Historia Natural y entre sus profesores madrileños tuvo a eminencias como el darwinista valenciano Eduardo Boscá y Casanoves (1843-1924) y a José Madrid Moreno (1863-1936), de la Real Academia de Medicina. El primero prologó el libro que voy a comentar, y al segundo está dedicada la dedicatoria manuscrita del ejemplar que poseo.

Malaguilla consultó para elaborar el ensayito que voy a comentar la rica biblioteca del filósofo Juan Marina Muñoz, discípulo de Unamuno y abuelo de nuestro famoso ensayista Juan Antonio Marina, en Toledo, de donde era catedrático. Así lo dice en su capítulo octavo, «Diferencias fisiológicas mentales de los sexos»: «A la amabilidad de mi distinguido amigo el catedrático de este instituto, don Juan Marina, que posee una hermosa biblioteca de Psicología antigua y moderna, he debido el poder convencerme de que los trabajos serios de psicología de la mujer están por hacer».

Ya he hablado de este abuelo de Marina en mi ensayito sobre escritores manchegos del XIX, así que no me voy a extender más sobre el personaje. Continuando con nuestro «feminista» manchego, hay que añadir que había emprendido su corta carrera literaria estrenando en el Teatro Cervantes de Ciudad Real, que se situaba en el antiguo edificio de Correos, frente a mi casa, La prueba del espejo, «revista cómico-lírica en un acto y cuatro cuadros» con letra suya y de un tal Huete, también vástago de la localidad, y con música de un futuro gran musicólogo, cuya estancia y actividad en Ciudad Real, antes de que se lo llevara a Madrid José Castillejo, ha sido muy poco divulgada: José Subirá. Más tarde publicó una colección lírica llamada Poemas relámpagos (C. Real: Pérez Hermanos, 1901). En ese mismo año se juntó una gavilla de escritores manchegos (Amadeo Barcina Pastor, Fernando Franco Fernández y el propio Malaguilla) bajo el amparo del famosísimo humorista y escritor conquense Luis Esteso López de Haro (abuelo de la desgraciada pareja de Pajares, con quien no tiene punto de comparación, y todo un hombre de letras amante de los clásicos completamente olvidado hoy, cuya obra jocosa e impecablemente escrita, compuesta por poemas, teatro breve y monólogos humorísticos, además de libros de viajes y artículos serios, convendría rescatar) y publicaron una antología conjunta de versos, El palacio de las Musas (Madrid: Librería de Fernando Fe, 1901).

De todos estos escritores, el único cuyo nombre se recuerda hoy después que el de Esteso es el del veterinario Amadeo Barcina Pastor, (1874-1944) natural de El Viso del Marqués y muy popular entre sus coterráneos como periodista y autor de poemas satíricos (dejó inédito, entre otros, un libro suyo con un centenar de sonetos, así como un volumen de cuentos costumbristas manchegos). Don Amadeo creó, dirigió y, en parte, redactó un periódico de título bien significativo, El Único, para El Viso, del que solo conserva ejemplares un tal Isidro Orellana Tarazaga, según cuenta el benemérito investigador José Muñoz del Campo al hablar de su figura en este artículo. El periódico empezó a salir en 1915, con colaboradores tan ilustres como el novelista Emilio Cornejo Caminero, de quien tengo no pocos títulos en mis estantes, y una segunda época del mismo empezó en Valdepeñas en septiembre de 1929. Don Amadeo era un gran dinamizador cultural y dirigió mucho tiempo la Sociedad Cómico Dramática «Talía», que representó muchos de nuestros clásicos; tuvo un hijo que le siguió en la afición a las letras, Cristino Barcina Muñoz, autor de una curiosa obra normativa, Mil vocablos incorrectos de la lengua española, (Madrid, 1980).

Nuestro Malaguilla deja prudentemente sus opiniones más polémicas para el final. En el prologuillo, sin embargo, ya deja bien clara su opinión:

«Ni la mujer sana y tonta por cuya preconización aboga Moebius, ni la mujer sabia y discutidora que entusiasma a Bebel son tipos admirables ni debemos desearlos para lo porvenir. Y los que creyendo en una o en otra razón trazan la vida de la mujer con arreglo a sus fantasías, se exponen a destruir su propia dicha y la de los demás. En nuestro país aún no hace mucho tiempo que se consideraba deshonroso hasta enseñar a la mujer a leer y escribir».

Malaguilla comienza citando los estudios y datos de un montón de antropólogos alemanes, franceses, italianos e ingleses y compara pelvis, estatura, húmeros y cráneos de hombres, mujeres, gorilas, orangutanes y chimpancés africanos, asiáticos y europeos (no hay simios europeos, salvo los titis, aunque alguno pueda pensar que sí). Luego mira si se distingue algo la composición de la sangre de ambos sexos. De ello deduce algo que ya sabíamos: la debilidad corporal de la mujer. Luego se centra en el cráneo, deduciendo correctamente que la mujer posee una menor capacidad craneal, de lo que deduce su inferioridad. Curiosamente, para él los parisienses y auverneses (¿¡!?) son los más cabezones. En fin, que comparados hombre y mujer las mujeres poseen cerca de 220 centímetros cúbicos menos. Es más:

Las diferencias de capacidades craneales entre los hombres y las mujeres de hoy son una tercera parte más pequeñas que las mayores diferencias de raza en la actualidad y una mitad que los términos extremos históricos y etnológicos (p. 40)

Nuestro feminista señor Malaguilla acompaña sus aseveraciones con todo tipo de estadillos y gráficos de cabezas caledonias, merovingias, guanches, vascas, corsas, bretonas, negras tasmanias, chinas, galesas, esquimales y nubias. Y suelta el siguiente disparate:

Si mi modesto ensayo tuviese la aceptación que requería solo la buena voluntad con que lo escribí, yo continuaría estos apuntes con el estudio de algunas familias en las que el prognatismo se hereda «solo por las mujeres», conservando  los hombres cráneos ortognatos normales. Este hecho, repetido en La Mancha con una frecuencia aterradora, me ha hecho afirmarme en mi creencia de que la mujer tiene una tendencia notable a heredar todas las formas cerebrales primitivas, que, con la falta de ejercicio mental, se afirman en ella y se repiten de generación en generación.

Más polémica es la ceguera de Malaguilla respecto a la cuestión de las circunvoluciones craneales; se le escapa que la inteligencia no es cuestión de peso, sino de uso, y que no se localiza en los huesos del cráneo precisamente. Malaguilla se esfuerza en desacreditar a Topinard, para quien no hay diferencia alguna entre la estructura del cerebro masculino y femenino, y aduce a Rudinger, que observó algunas diferencias de tamaño en algunas áreas y observó que hay diferencias sensibles en los lóbulos frontal y temporal, «tan importantes para vida psíquica».

Y pasa Malaguilla a diferenciar la psicología de ambos sexos., bien provisto de alemanes, franceses (entre ellos Binet, que no es manco), italianos y anglosajones (entre ellos James, quien tampoco lo es). Es significativo que diatribe contra un krausista como el belga Guillaume Tiberghien (1813-1901) considerando «disparatadas» sus ideas sobre los sexos.

«Y no hago ni siquiera mención de los innumerables trabajos en que las feministas y antifeministas desahogan sus iras, porque todo estudio que no lleve en sí una sólida base científica y una serena altura de miras, debe tirarse por inútil. A la cabeza del viejísimo movimiento feminista, figuran obras cuyo solo título provoca la risa. Una veneciana nacida en 1855 escribió un libro con el título Del mérito de las mujeres. En 1600 apareció uno de Moderada Fonte destinado a la defensa intelectual de la mujer. Guillermina María Ana escribió otro en París el año 1668 que se nombra Que el sexo femenino vale más que el masculino. Y así, por este estilo, con lemas y demostraciones curiosísimas, hemos venido soportando hasta la actualidad novelas de comedor, psicologías de enamorado, leyendas áureas que se trazaran en caldeados gabinetes o ante bellas estatuas». p. 74.

«Acaso el convecimiento de la inferioridad mental de la mujer lleva encerrado en sí el desprecio a su sexo? Todos los legisladores y los teúrgos y los profetas han predicado el amor a los débiles. Cuanto más conocida es su debilidad, menos se les ataca. Mucho mejor defenderéis a un ciego poniendo al descubierto sus ojos vacíos que llenando sus manos de puñales. Para que se respete a la mujer, hada mejor que divulgar la escasez de sus fuerzas. Por eso mi labor, que a muchos parecerá de destrucción, es de defensa. Es la defensa de la mujer, débil madre, hermana y compañera de nuestra existencia»

Precisamente lo que ya apreciaba la destacada feminista Simone de Beavoir en su clásico estudio El segundo sexo, aunque para combatirlo: que a lo largo de la historia la mujer siempre se ha considerado como algo relativo, no sustantivo, como algo vicario o subordinado a un superior: como madre, hermana, esposa o hija. La mujer siempre ha estado atada a las circunstancias y no se ha sustantivado.

Sobre la psicología femenina Malaguilla se decanta por los trabajos del alemán Paul Julius Möbius o Moebius (1853 – 1907) y despacha en unas líneas a Belltez, de Stuttgart, a Lily Braun «que canta el futuro endiosamiento de la mujer con los ideales socialistas» y  a Lombroso y Ferrero, que «dedican cerca de doscientas páginas en forma aforística al estudio de la capacidad mental del sexo femenino». Menciona a una escritora antifeminista, Fanny Sewald, y apenas dice nada de Runge y Scheleur. En resumen, su caracterización psicológica de la mujer es, por ejemplo, el misoneísmo:

1. Conservación de ideas primitivas y resistencia a la innovación. «La costumbre es para ella la más poderosa de las leyes […] Así se han sostenido en los salones imperios podridos que se apoyaban en trajes lujosos; así confiesan los popagandistas de nuevas religiosas y sociales el escaso número de sus adeptos en el bello sexo. La moda, único progreso de que ellas se ufanan, es cada vez más antinatural y antihigiénica. Ni realza sus bellezas ni las conserva, obedeciendo siempre o casi siempre a los más disparatados caprichos. Sin embargo, la moda conserva adornos que, como los pendientes, son patrimonio de pueblos primitivos y salvajes. Lo desconocido, en lugar de atraer, repugna fuertemente al bello sexo», p. 78.

2. Desconocimiento del propio análisis. «La mujer no tiene la mejor idea de su yo. Una prueba de ello es que, cuando alguien combate a la mujer, se defienden todas como si fuesen una sola. No tienen conciencia de su individualidad, tan poderosa en los seres superiores. Saben que son mujeres y quieren tener todas las mismas ideas, como si las ideas fuesen patrimonio de los sexos y tuviesen que ser en cada uno de ellos idénticas. Cuando no conversan se aburren, según su propia confesión, porque ignoran las delicias de conversar consigo mismas. La observación de lo externo está en ellas tan desarrollada como nula es la de lo interno», pp. 78-9.

3.Asimilación de los juicios ajenos por la carencia de los propios. «La mujer es esclava de la opinión. El «qué dirán» es la más poderosa de sus leyes morales. La opinión de la mayoría la seduce porque no exige el dolor del propio raciocinio y se comprende con facilidad. Cuando se aparta de la opinión del vulgo, raras veces, toma la de los hombres más populares por lo que tiene de distinguida. Una dama aristócrata que tiene en los salones madrileños fama de inteligente, nos declaraba en una ocasión con razonamientos nada vulgares su pasión por la moderna música alemana y polaca. Pero, a continuación, me decía que todas las novelas le parecían iguales y pesadas, prueba evidente de que no eran suyas las apreciaciones», p. 80. El autor se extiende en consideraciones sobre que las mujeres son incapaces de retener el sentido de una frase larga, mientras que los hombres sí pueden. «Es un  hecho sobradamente conocido que las mujeres discuten más las cosas pequeñas que las grandes y tienen a las primeras especial afición. Escuchad la charla de cualquier reunión de señoras y os convenceréis», p. 80.

4. ¿Dónde están las manifestaciones de la actividad mental de la mujer? «No es en la ciencia. Por cada 10000 hombres que la cultiven encontraréis una sola mujer que a ella se dedique. Y su labor (aun en aquellas ciencias que más propias le son, como la obstetricia), según confiesan la mayoría de los doctores, ha sido extraordinariamente perjudicial. No es en el arte; muchas se precian de saber pintar… ¡calcando los grabados! Herejía que ningún adorador de la pintura se ha atrevido siquiera a pensar y prueba plena de que ellas subordinan el Arte, como todo, a su lucimiento. No sienten el placer de crear y lo que las importa es el admirativo efecto final que sus cuadros causan. Una señora que se dedicaba a esta enseñanza, me confesó que se había visto obligada a establecerla porque todas sus discípulas querían prender enseguida sin aprendizaje de ninguna especie de dibujo. Por el procedimiento del calco había enseñado a pintar a más de 20000 discípulas, mientras que solo unas 50 se habían prestado gustosas a una formal enseñanza. Y en cuanto a estas últimas, mirad los museos y todas sus obras se reducen a bodegones y ramitos de flores. En música las cultivadoras son infinitas. Pero, ¿me queréis citar los nombres de las compositoras célebres? En arquitectura y escultura, cero. En literatura, si exceptuáis unos pocos nombres -las excepciones no son la regla- es necesario huir de sus obras como de la peste. Solo en declamación se suelen distinguir algunas, que no llegan nunca a igualar a los grandes actores. En las profesiones manuales el hombre aventaja a la mujer y la arruina cuando con ella compite. Hasta las obras de economía doméstica (cooperativas, economatos, cajas de ahorros, etc.) son organizadas y dirigidas por el hombre», p. 81-82.

5. Caracteres complementarios. «Asustan a la mujer los esfuerzos mentales y, como no los conoce ni comprende, es incrédula y suele tachar de diabólicos los inventos. Toda su inteligencia se desplega cuando ama porque esa es su única y natural misión en la vida: la maternidad. Por tal motivo, como dice Moebius, la mujer que de soltera parecía tener un ingenio brillante, transfórmase de casada en una mujer «afable y tonta». Ha estado siempre sujeta la mujer al dominio del hombre primero como esclava, hoy como compañera, y esta es la mejor prueba de su menor valer. No ha sido ella la que rompió las cadenas de su esclavitud, sino el hombre que la elevó y la educó, y si continúa en su noble tarea, la pondrá en estado de comprenderle y ayudarle, pero jamás de igualar sus obras«, p. 82-83.

Por último remacha nuestro manchego con estas ideas, que bien pudieran haber venido de otro clásico feminista manchego (así se atreven a llamarse), como fue el influyente Severo Catalina del Amo en su La Mujer en las diversas relaciones de la familia y de la sociedad. Apuntes para un libro (Madrid, Imprenta de Luis García, 1858), a quien no cita en absoluto. Por demás, que el tema preocupaba en nuestra Mancha puede desde luego colegirse de otras obras como la conferencia leída en el Centro Regional Manchego de Madrid el día 14 de marzo de 1910 por José Quilis Pastor, La mujer (Madrid: Imprenta Centro Gráfico Artístico, 1910), del que no vamos a ponernos a hablar aquí sino a costa de alargar ya demasiado este ensayito. Me hubiera gustado conocer la opinión de nuestra mejor novelista y periodista de principios del XX, Micaela Peñaranda y Lima, sobre este asunto.

«Protesto contra el aserto de Moebius de que la civilización es enemiga de la maternidad. La humanidad camina hacia el bien y la civilización que siempre lo es no puede ser contraria a una ley natural. Creo que puede educarse a la mujer de una manera tal que, sin exigirla el abandono de sus primeros deberes de madre, la haga en lo porvenir nuestro aliado y no nuestro adversario. Soy feminista. No de los que proclaman la superioridad de la mujer para explotar su debilidad. Soy de los que incansables pregonan su incultura y su ineducación para elevarla hacia nosotros. Me parece que la amo más pidiendo su instrucción que proclamando su sabiduría. Quiero para ella leyes menos rígidas y cultura más satisfactoria. Confío ciegamente en los efectos de la educación que de esclava la convirtió en compañera y acabará por hacerla aliada. Me alarma la monotonía de su triste destino y ni deseo hacerla doctora ni condenarla a costura perpetua. Reclamo el testimonio de la Medicina para demostrar que la vida casera la llena de dolencias y la universitaria de locuras», p. 83.

El trabajito se acompaña de una bibliografía de nada menos que medio centenar de autores, en su gran mayoría extranjeros. Cabe entender que, ante ideas como estas, algunas destacadas «feministas» de la presunta izquierda en la República pidieran que no se concediera el voto a las mujeres, porque pensaban que votarían lo que les dijesen sus confesores. ¡Hasta qué punto se ha alienado en la falta de libertad a los españoles y, más particularmente, a la españolas!

Los pasajes en cursiva son de Malaguilla, no de quien esto suscribe.

Contornos
Ángel Romera

http://diariodelendriago.blogspot.com.es/

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2 COMENTARIOS

  1. ¡Fantástico, qué trabajo realizas!
    Si me permites, comentaré algo que he leído después de surfear un rato por internet tras la lectura de tu artículo.
    El Paul Julius Möbius que mencionas en tu artículo fue un médico psiquiatra y filósofo alemán que público un panfleto en 1900 que se hizo muy famoso: «Sobre (acerca de) la debilidad mental fisiólogica de la mujer» Se producía en el ambiente de la época, en el que se discutía sobre intelectualismo y feminismo.
    Básicamente excluía a la mujer de cualquier actividad compleja que requiriese utilizar el intelecto. El panfleto (el librito tenía en realidad muy pocas páginas) tuvo bastantes ediciones y le proporcionó un buen capital.
    Con ese dinero creó una fundación y un premio (premio Möbius) para investigación neurológica. De ese premio, ironías del destino, se benefició la neuróloga francesa Cecile Vogt-Mugnier, esposa de Oskar Vogt que fue el encargado de diseccionar y estudiar el cerebro de Lenin, para tratar de averiguar de qué murió. Cecile Vogt obtuvo el premio Möbius en 1920 y venía a señalar que sobre la base del conocimiento del cerebro en ese momento no había diferencias entre el del hombre y el de la mujer.
    En 1905 se publicó una respuesta satírica al panfleto de Möbius» Fue obra de Max (ie) Freimann: «Sobre (a cerca de) la estupidez fisiológica del hombre» donde ya entra -en plan alemán- con un estudio de 200 páginas a rebatir casi cada frase o cada coma del estudio de Möbius.
    Los títulos en alemán son muy semejantes y hacen juegos de palabras. El de Möbius: «Ueber den physiologischen Schwachsinn des Weibes» El de Freimann: «Über den physiologischen Stumpfsinn des Mannes»
    El de Möbius fue editado por primera vez en in Halle a. S. (an der Saale). Verlag von Carl Marhold. 1900
    El de Freimann en Berlin-Leipzig Modernes Verlagbureau. Curt Wigand. 1905.
    Como curiosidad en internet aparece una primera edición de la obra de Freimann. Pertenece a la Library of the University of Wisconsin. y sólo fue sacado de la biblioteca una vez: el 22 de marzo de 1938. El solitario lector o lectora debía devolverlo en un plazo de 14 días, con el apercibimiento de un cargo de dos centavos por cada día de retraso en su devolución.

  2. «Caracterización cerebral de la mujer» Pérez hermanos. Ciudad Real 1905. Eduardo Malaguilla. ¡Vaya un fenómeno!
    Yo creo que en aquella época el debate levantó una cierta polvareda en ambientes «científicos» porque las mujeres comenzaban a llegar a las universidades y, probablemente, generaron una cierta amenaza en los círculos masculinos establecidos.
    Los médicos, sobre todo, se prestaron a esa estrategia descalificadora de la mujer pretendiendo crear la impresión de que su criterio era irrefutable.
    A mí me parece que podía haber cierto primitivismo machista de carácter interesado con la facilona atribución del entendimiento a los machos y del sentimiento a las hembras.
    Menos mal que hoy la mayoría (o eso creo) admite que la propia naturaleza establece la causalidad de las acciones humanas de forma dualista.

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