La muerte de un entrenador, Aragonés, y la de un filósofo, Carlos París: España en crisis intelectual

Javier Fisac Seco. Historiador, caricaturista y analista político.- El eco atronador que ha tenido la muerte del entrenador de fútbol, Luis Aragonés, contrasta fuertemente con el escaso eco, apenas un discreto runrún, con la de un catedrático de filosofía, militante comunista durante la Dictadura, pensador crítico y crítico de pensadores, semilla de reflexión y profesor de intelectuales. Y lo digo sin pasión porque yo no soy del PCE, en estos tiempos. Hay casi que escudriñar en el fondo de las páginas de la prensa para encontrar la noticia de la muerte de Carlos París.
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Y con la única excepción del periódico virtual “Público”, apenas si encontramos poco más que una tímida y forzada esquela en la prensa y medios televisivos y radiados de los medios que, en los tiempos de la “transición”, el cuento de la lechera, hubieran sido de izquierdas. No encontramos ni una sola reflexión crítica sobre la falta de pensamiento crítico en la actualidad. Todo parece embotado. En la superficie y buena conciencia institucional, porque debajo de ella permanecen los herejes, librepensadores y hedonistas.

Qué futuro puede tener un país, cuando ese país no tiene intelectuales. Y si los tiene están en la periferia de los medios de comunicaciones como exiliados de su propia conciencia: la conciencia de clase del pueblo. Un pueblo sin conciencia de sus propios intereses ¿hacia dónde camina? Un pueblo sin intelectuales ¿por quién será guiado y hacia dónde? En todo tiempo, las condiciones objetivas para la revolución están dadas, porque en todo tiempo ha existido, como un ejercicio de brutalidad sanguinaria, la explotación y dominación económica, política y moral-religiosa. Pero toda revolución es inconcebible, es imposible, sin las condiciones subjetivas: las fuerzas intelectuales.

El Renacimiento hubiera sido impensable sin Petrarca, sin Boccacio, sin el Aretino, sin Rafael, sin Leonardo, sin Botticelli, sin Pico de la Mirandola, sin Marsilio Ficinio, sin Lutero, sin Calvino, sin Enrique VIII, sin Copérnico, sin Kepler, sin Galileo…sin herejes; las revoluciones norteamericana y francesa hubieran sido impensables sin Winstanley, Gay, Godwin, Locke, Montesquieu, Voltaire, Helvecio, Holbach, Turgot, Condorcet, Rousseau, Diderot, Dalambert…sin la Enciclopedia y los enciclopedistas. Las revoluciones proletarias y campesinas hubieran sido inconcebibles sin Bakunin, Marx, Lenin, Mao, el Che…Las condiciones subjetivas, el pensamiento revolucionario, hereje, librepensador y hedonista, son condición necesaria para transformar las objetivas, los movimientos sociales, en revolucionarias. ¿Dónde están hoy día?

Hoy, aún bajo la influencia del nacionalcatolicismo, los partidos de izquierda, que no el pueblo que en su práctica diaria usa anticonceptivos, aborta, es feminista, se divorcia, es homosexual, no va a misa, ni se confiesa… por lo que ha dejado de ser católico, los militantes de izquierda, empezando por sus cabezas dirigentes, tanto socialistas como nacionalistas, cuando les preguntas por su ideología, reaccionan, en primer lugar, desconcertados y, al poco de reflexionar te responden como si no tuvieran otro referente ideológico en su cabeza que la doctrina cristiana.

Las cabezas pensantes de las izquierdas resulta que presiden las procesiones con más rigor, incluso, que las damas apostólicas de la derecha tridentina. Invocan, sus intelectuales, catedráticos de cualquier filosofía, sociología o historia, a las bondades del catolicismo y el compromiso social del actual papa. Que por lo visto es un revolucionario en potencia. Catedráticos que ya no son tan niños, puesto que deberían estar jubilados, hablan de la religión como si fuera su referente ideológico. Y eso que nacieron bajo el yugo del nacionalcatolicismo.

La tradición revolucionaria y su pensamiento crítico, republicano, laico, anticlerical y progresista, progresista de la Ilustración, de la aportación que nos hizo el anarquismo y también el marxismo ha sido borrada de nuestras memorias como por efectos de un autolavado de cerebro. Ya no se habla de Bakunin, ni de Fourier, ni de Darwin, ni de Marx, ni de Nietzsche, ni de Freud, ni de Fromm, ni de Reich, ni de Marcuse… ¿Qué fue de la escuela de Frankfurt?

¿Alguien en las izquierdas ha oído hablar, alguna vez, de Anna Arendt, de Paul Hazard, de Sabine, de Foucault, de Castilla del Pino, de Fernández Buey, de Azaña, de Mandel, de Rossana Rossanda, de Betty Friedan, de Simón de Beauvoir, de Mary Wollstronecraft, de Flora Tristán, de Emmeline Pankhurst, de Clara Campoamor… y tantas y tantas raíces del árbol de la ciencia y de la felicidad, del bien y del mal, prohibido por los dioses, fundamentos del pensamiento progresista. Nuestra única esperanza. Nuestro único guía.

Nos hemos quedado sin freudomarxistas, muchos de los que lean este artículo pensarán que vengo de la estratosfera. Este lenguaje, estos nombres, ni les sonarán. No son fuente de conocimientos, ni de sabiduría, ni de pensamiento crítico en sus memorias. El Renacimiento, la Ilustración y el materialismo revolucionario y progresista del siglo XIX y XX, la República y su fiebre intelectual, sus intelectuales, han sido borrados de nuestro pensamiento y de los libros de filosofía, de historia, de pensamiento político. El vacío ocupa su ausencia.

…las bibliotecas están vacías. Ya no tenemos revistas, como antaño. Ni siquiera tenemos revistas de pensamiento crítico. La Nada. Aquéllas como “Triunfo”, “El Viejo Topo”, “Argumentos”, “Tiempo de Historia”, “Leviatán”, “Hermano lobo”, “Debats”… con su ausencia hemos perdido la memoria. Y no lo digo con nostalgia sino con sed. Sed de conocimientos. Sed de referentes intelectuales. Sed de debates en la izquierda progresista. Zombis de la nueva inteligencia religiosa que parece dispuesta a secar todo pensamiento crítico y materialista. El triunfo de los dioses frente al pensamiento revolucionario. La contrarrevolución frente a la ilustración. La esperanza frente a la resignación. La revolución frente a la Nada, Dios. Que nos perseguirá hasta destruirnos.

Cuando las izquierdas hablan, arrebatadas por el desencanto social, de democracia social y política, siempre se les olvida la tercera revolución: la moral. Y siempre hablan como si aún no hubieran alcanzado a conocer el pensamiento progresista y crítico de cuantas corrientes y pensadores he citado. Piensan como si estas imprescindibles aportaciones, necesarias para elaborar nuestra conciencia crítica, no hubieran existido jamás.

Los socialistas, atrapados en la doctrina cristiana como único referente ideológico y protegidos por su ignorancia contra todo pensamiento crítico, se autodestruyen. Y los comunistas, que no tienen nada que ganar analizando desde la ignorancia de su pensamiento la realidad social- y no serán capaces de entender que mi reflexión no la hago contra ellos, sino para que resuciten, se levanten y anden- carecen de las herramientas necesarias para progresar. Estamos desamparados.

Carlos París, espero que tu contribución permanezca como una mecha activa, en todo tiempo, para, algún día, recuperada la esperanza, estallar en un volcán de ideas revolucionarias. O eso o el caos: el triunfo de los castrantes dioses. Nos queda la esperanza, a los desesperados, de que los profesores, esos enseñantes de la educación pública, vuelvan a esas esencias y, algún día, hagan de profetas de la revolución política, económica y moral desde sus trincheras, las aulas. Y más allá, en los movimientos sociales.

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5 COMENTARIOS

  1. Tiene razón, sr. Fisac. La prensa apenas se ha hecho eco de la reciente muerte del presidente del Ateneo, pero los que hemos recalado en los obituarios de El Pais y en las más extensas semblanzas que le dedica Público estos días, nos ha dejado dichosamente impresionados la trayectoria vital e intelectual de Carlos París. Mortis causa nos hemos enterado de la grandeza del intelectual y personal y de su hedonismo y todavía no salgo de mi asombro, preguntándome : ¿»Un hombre con esos mimbres nació en este país?

    Por lo demás, hermoso y triste artículo. Enhorabuena.

  2. Me ha encantado el articulo, ¡¡sí señor!!. Poder leerle, Es un lujo para mis sentidos.
    No es frecuente que en un periódico provinciano, podamos tener tanta calidad periodística. Máxime, cuando en los periódicos nacionales, se lee solo la publicidad del «subvencionador» de turno.
    Muchas Gracias por este regalo y como dicen los argentinos: !!aguante Javier!!

  3. «Las cabezas pensantes de las izquierdas…». Puede que ahí esté el quid de la cuestión que planteas. ¿Donde?, ¿cuando?, ¿quién?
    Antes había el llamado ‘intelectual organico’; había también dimensiones de pensamiento internacional visible en las diferentes Internacionales: Socialista, Comunista, Troskista y Anarquista. Ahora sólo hay globalización de mercados y de producción. No hay discurso alternativo internacionalista que frene a la Organización Mundial del Comercio, al Fondo Monetario Internacional o al Banco Mundial.Solo hay un eco lejano de la Internacional Situacionista y su pope Guy Debord.
    Todo ello, sin negar capacidad de pensamiento a las derechas liberales, pero es un caso más infrecuente; sobre todo en las cabezas nacionales. Se me dirá que hay ejemplos posibles, como los de Raymond Aron, Karl Poper, Isaac Berlin y Vargas Llosa. Pero al final, también son anécdotas. Quizás todo sea como decía Adorno: ‘Minima moralia’.

  4. No creas que no ha habido eco de la muerte de Carlos París, lo que si hay es mucho mezquino que se toma su venganza póstuma. Yo mismo estuve, nada más enterarme, que fue al poco de ocurrir, acicalando la página de la Wikipedia y aportándole datos mientras iban saliendo más obituarios. Fui quien puso la fecha de fallecimiento en la entrada y quien amplió el artículo. Hice de enterrador; con frecuencia suelo cavar la fosa en la Wikipedia de gente más o menos olvidada, de uno y otro signo, incluso de gente tan relegada como Tomás Marín Martínez, un cura de misa y olla muy facha que fue profesor mío de Paleografía en la Complutense y murió hace mucho. Supuse que alguno de sus le habría escrito alguna reseña biográfica, pero nada. Tuve que ser yo quien se acordara de él. Cuán mala memoria tenemos.

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