Valentina y el rastro de su sangre

Le voy a contar un cuento que se titula Valentina y el cuento “El rastro de tu sangre sobre la nieve”.

Manuel Valero

Empieza así: Valentina suspiraba a cada párrafo creyéndose Nena Daconte y tan concentraba estaba en la lectura, que la nieve del cuento de García Márquez le parecía más real que la que caía a remolinos sobre la pequeña ciudad.Valentina veía los copos que mansamente blanqueban el alféizar de la ventana y respiraba con la hondura de los deseos insatisfechos y a cada línea cerraba los ojos y ocupaba el lugar el Nena viajando junto a Billy en su flamante coche nuevo. Tenía entre sus manos la breve historia de “El rastro de tu sangre sobre la nieve” y el hecho de que estuviera nevando le facilitaba los tránsitos de la realidad al ensueño. Ella suspiraba porque ella no era bonita ni nunca había tenido a un hombre ta cerca que la hiciera palidecer de amor con el solo pronunciamiento de su nombre. Siguió leyendo hasta que un ruido en la ventana la distrajo de su placer. Era la cometa de unos niños que andaban jugando en la plaza pese a la inclemencia. La cometa se había enredado entre las cuerdas del tendedero. Se levantó, abrió la ventana y la desenredó con tan mala fortuna que se pinchó el dedo pulgar con uno de los clavos que sujetaban el armazón de la cometa. Unas perlas de sangre le brotaron con la lenta solemnidad de lo trivial. Los niños le dieron las gracias a voces y Valentina con la sonrisa melancólica de las mujeres solitarias volvió a las andanzas de Nena y Billy. Se había puesto una tirita para detener la sangre. Así pasó la tarde hasta que después de una cena triste se acostó. Al día siguiente notó un dolor intermitente en el dedo, se quitó la tirita y volvió a manar la sangre como un rocío primaveral. Era domingo, así que aprovechó para ir al centro de salud a que le vieran la herida. De paso aspiraría el saludable aire del invierno y pisaría la nieve como cuando era niña y no tenía consciencia de que no era bella. Por el camino, pequeñas gotas de sangre ponían un puntito de rojo vivo sobre la tierra blanca a cada paso. Aligeró la marcha hasta que llegó al centro de salud. La atendió un médico mulato tan grande como una desmesura que al verla se le quedó congelada la mirada y el aliento. La curó con ternura mirándola a los ojos como una aparición. Cuando terminó la dejó marchar porque no se atrevió a invitarla a pasar la tarde cuando terminara su turno. Valentina se dio cuenta de la atención que le prestó el médico pero pensó que no era por su belleza sino por su semblante de congénita tristeza. Dio las gracias y se marchó. El médico se quedó como trastornado y cuando terminó su jornada sintió unos deseos irrefrenables de volver a verla. Pero.. ¿cómo? Al salir a la calle observó un insólito sendero punteado de sangre que milagrosamente había conservado su color pese a haberse coagulado. Caminó entre perlas sanguinas hasta que llegó a la casa de Valentina. Miró en el portal el apartamento que habitaba pero no fue necesario: los niños de la cometa que jugaban ahora con un descentrado muñeco de nieve le indicaron la ventana. Él médico subió al apartamento y llamó. “Me gustaría invitarla a merendar”, le dijo. “¿Como ha sabido que vivo aquí?”, le preguntó. “Dejó usted un rastro de sangre sobre la nieve”. Valentina se desmayó y durante un segundo notó la puñalada de la extrema felicidad. Un año después se casaron.

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