Los muros de Jericó

Ángel RomeraEl periodista americano Dan Rather dijo un día con cinismo que, si matas a una persona, eres un asesino y te llevan a la silla eléctrica; si matas a diez, eres un loco, te llaman «asesino en serie» y ruedan una película; y si matas a cien mil o más, eres un político y te invitan a Ginebra unos días, a negociar.

Nuestro mundo se construye con escalas sinonímicas; podría decirse, parafraseando a Rilke, que este mundo es el grado de lo terrible que soportamos todavía; es cuantitativo, no cualitativo. Pese a lo que pueda parecer, nada está ordenadito y en su sitio con un letrero. Se halla amontonado y en desorden y trabajamos en él a bulto y con torpeza; el caos es el elemento más abundante en el mundo y en nosotros mismos. Es un capitalismo de chacina (o cantimpalismo choricero), donde todo se vende por cantidades y no por cualidades, mucho menos éticas y morales, que se regalan como adorno. El tener una suma grande de votos exime de cumplir el propósito moral que se prometió al recogerlos y ya se empezó a olvidar con la fórmula de la jura que se hizo para desempeñarlos; lo que importa es eso, la suma de votos, el medio o el poder, porque para la política no hay fines: estamos en el mundo de Max Horkeimer, el de la razón instrumental. Impera la alienación y alienados son incluso los que creen que nos gobiernan, cuando lo único que hacen es seguir el predicado de un imperativo impersonal mecanicista e inhumano.

Tres cuartos de lo mismo es lo que pasa con nuestra manía de las rayas, fronteras, vallas, muros y murallas. Se hace incluso fijando líneas ante la ventanilla y mirillas telescópicas que antes no había. Los simpapeles «asaltan» la valla como si fueran unos hampones, y el lenguaje marca ya al extranjero como un salteador. Se trata a toda costa de mantener las distancias, de impedir a toda costa que se adhieran los pegajosos sentimientos y dolores, pero unos estamos más distantes que otros, de la misma manera que unos somos más iguales que otros. Especialmente lejanos son los políticos, tanto más lejanos si se encuentran el en Everest de la Unión Europea. El tercer mundo está en tercera clase y en tercera división y, mientras nosotros nos consideramos europeos de segunda, no nos importan los terceros en discordia.

La nigeriana que pasó la valla con un fémur roto es un caso, perdón, una persona significativa, porque por esa línea de fractura pasa una frontera que no se va a recomponer. Encima, es una mujer, así que con la pata quebrada y a casa, en el negro corazón de África. Le compraremos la muleta y todo, incluso le soldaremos el hueso, pero se irá al otro lado de la fractura, porque nosotros empezamos a quejarnos de luxaciones y no queremos hacer los trabajos que ellos hacen a gusto, cosiendo y cantando. Hay un montón de calles con nombres de naciones tras ese tremendo Eroski que hace de Mercado común; pero también hay gente que quiere cruzar el lago mediterráneo sin tener que caerse desde el puente; muchos de ellos son gitanatas, asiatas y negratas.

La Unión Europea era llamada antes Mercado Común, y lo era, porque las peleas parecían cosa de verduleras. La misma Thatcher era un apio que no se tragaba nadie. Hubo que trabajar mucho para soldar unos huesos que llevaban mucho tiempo sin componerse y ahora mismo la Unión está tan gorda a causa del euro que cualquier día va a fallecer de un ataque al corazón partío y patrio de Berlín. Los mandarines del imperio alemán están esperando a los bárbaros tras las murallas y no se dan cuenta de que los bárbaros les están creciendo en su propio seno. Son los bárbaros naciofascinerosos, de los que hay muchos incluso entre los proeuropeos de Ucrania, que ven a la Unión como lo que realmente es, una confederación germánica. Nosotros, sudistas, haríamos bien en declarar una Guerra de Secesión o, mejor incluso, volvernos lone star, como Suiza. Daneses, ingleses, polacos y algún otro han sabido ver claro cuando los españoles nos poníamos ciegos de europeísmo. Nunca se plantearon salir del euro, porque nunca entraron. Como resultado de nuestra estupidez, ahora formamos parte del Sacro Imperio Romano Germánico y la Merkel dicta nuestra política campando a sus anchas en nuestro mercado, dejando a nuestros parados al pairo y a nuestros políticos mamando del cargo y sin nada que hacer, ahora que hasta lo poco que podían ya no es necesario; seguro que de ellos no se hará un ere que los una al paro. Un erre que erre, sí. Hemos perdido soberanía, aunque nunca tuvimos demasiada; desde luego, no tanta como la del propietario de la Constitución, ese rey al que no se puede acusar ni siquiera de estornudar.

Esto de que la sociedad es un cuerpo es metáfora clásica y antigua; su formulación más lejana la encuentro en el tercer libro De officiis («Sobre las obligaciones») de Cicerón, uno de los padres del iusnaturalismo o derecho natural, para el cual, como todos hemos nacido iguales, nos debemos tanto a otros como a nosotros mismos; se hallaba el hombre horrorizado porque veía la República a punto de caer bajo Marco Antonio, quien, al final, le cortó la cabeza, tomando algunas palabras corporativas de su libro demasiado al pie de la letra, las referentes a que hay que extirpar del cuerpo común los miembros podridos.

La imagen la usaron luego las epístolas paulinas para divulgar el cristianismo entre extranjeros nada judaicos: las desemejanzas entre los miembros del cuerpo místico de Cristo son necesarias para desempeñar funciones distintas, pero cada miembro socorre a los demás para evitar la ruina común. Ese fue el origen del famoso y estúpido corporativismo fascista, nacido no más de una metáfora ciceroniana. Como en la película de Fellini, el corporativismo nos puede hacer desfilar a todos al mismo paso, pero no nos puede hacer clones por más que se empeñe. El hombre solo es socializable hasta cierto punto, más allá del cual se vuelve profundamente territorial y tiene que poner rayas, vallas, muros y hasta murallas. Algunos incluso se esconden en una oficina, una empresa, un convento, un búnker, una cárcel, una biblioteca o un siquiátrico. O un texto escrito.

Contornos
Ángel Romera

http://diariodelendriago.blogspot.com.es/

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3 COMENTARIOS

  1. Acabo de ver la entrevista a la ……….. Marine Le Pen en La Sexta y al mismo tiempo he visto tu texto en MCR. No puedo estar más de acuerdo contigo. La porquería xenófoba y racista se extiende por Europa aprovechando las cenizas de la crisis, y los europeos estamos tan tranquilos viendo cómo crece de forma desmesurada en los países más ricos, mientras que, desde Bruselas, siguen considerando la inmigración como un problema local de España, Italia o Grecia.

    Está claro que esta Europa que tenemos no es la que soñamos en su día. Y está aún más claro que los hombres somos nuestros peores enemigos a la hora de poner líneas.

  2. Disfruto con tu lectura y en parte comparto ese regustillo amargor existencialista. Y comparto la visión entrópica del mundo. Ahora con el avance de los mass media que todo está a punto y en caliente saltamos desde Caracas a Kiev, y por primera vez la extrema derecha se alza agazapada en una revolución a la antigua, en la que parece que el pueblo se alza contra el tirano. Y aparece Crimera, y Tailandia, y las revoluciones árabes todavía sin cocer. El hombre le puso nombre a los animales en el mismo momento en que con una buena tibia se alzó al lado del primer charco de agua que hizo suyo..Así empezó la propiedad privada. El hombre ha migrado siempre y de paso ha invadido, la migración de la miseria es otra cosa que se nos clava en la duda como una espina envenenada. Uno ve lo que ve y !!cómo no se conmueve!! Pero ¿qué hacer? ¿levantar las fronteras, borrarlas del mapa ensoñando un mundo ideal? Cuidado, asunto tan fácilmente maleable sentimental y políticamente puede causar monstruos. Hubo un político emperador por estos pagos, José I de Castilla-La Mancha, casi santo, pero no me atrevo a aponer el San que dijo: que vengan a Castilla-La Mancha, que aquí no pedimos papeles. El hombre es sociable hasta la frontera… Y en cuanto al uso de la cirugía para sanear lo malo del cuerpo social depende del cirujano y su diagnóstico. El absurdo en la creencia de un sistema perfecto, o sea inhumano, todavía es utilizado con grandes dosis de buenismo infantil. Estamos condenados a la destrucción tarde o temprano, aunque la especie es tozuda y si superó al Gran Satán con Bigote y al otro Gran Satán rojo con mostacho, que llevó el corporativismo fascisnazi hasta sus últimos extremos con una cirugía del exterminio insuperables, puede superarlo todo. No me pierdo un articulo tuyo, tocayo.

    • Anima a escribir tener lectores, más si son escritores a los que uno también lee, como tú. Así nos vamos dando ánimos unos a los otros y así va todo esto viento en popa, aunque Goya diga que no amanece.

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