En un principio los Moix fueron tres: Ramón, Miguel y Ana María. Muerto Miguel, tempranamente, sólo quedaron dos: Ramón y la Nena, así llamada, por deferencia a su hermano mayor, Ramón.
Con una extraña continuidad filial entre ambos. Y, por ello, entre ellos dos se traza una línea difícil de deslindar, como han contado ambos en distintas referencias y en distintas ocasiones. Así ‘La Nena’, tempranamente, en el texto de su ‘Poética’, incluida en la antología que la lanzó al estrellato ‘Nueve novísimos poetas españoles’ da cuenta de ese proceso. “Un día, a la salida del colegio, le dije a mi hermano: voy a ser escritora. ¿Tú? ¿No querías ser trapecista? Sí, pero ahora quiero ser escritora. Terencio aseguró que nunca podría llegar a ser una buena escritora porque no estaba ‘comprometida’. Empezó a prestarme libros de Sartre camuflados, afortunadamente, en tebeos de Rosas Blancas, Florita y Claro de Luna, para que mi padre no advirtiera sus ansias de proselitismo a favor del poder de Satán. Naturalmente, en lugar de leer los libros, leía los tebeos. Terencio se desesperaba: nunca serás una escritora ‘comprometida’; estás perdida. Mi madre también aseguraba que estaba perdida: nada bueno podía esperarse de una chica que leía libros”.
Es decir la llegada a la literatura de Ana María Moix, no puede entenderse sin la presencia influyente de su hermano, que a esas alturas de 1969, ya se había cambiado el nombre de Ramón por el más sofisticado de Terencio y estaba dando cuenta de un texto tan extraño como sorprendente ‘El sadismo de nuestra infancia’, escrito en parte en Roma y la coda final en Barcelona. Texto que ya firma como Terenci, en homenaje al actor Terence Stamp, que había fascinado al joven mitómano, Ramón Moix, en la película de Peter Ustinov ‘Billy Budd’; aunque haya quien diga que también Terenci, es un homenaje al filósofo latino Terencio, aquel del “nada humano me es ajeno”. ‘El sadismo de nuestra infancia’, que vería la luz en la editorial Kairós de Salvador Pániker, con diseño multicolor de Nuria Pompeya y con un prólogo romano de Rafael Alberti, venía a constituir la inflexión más significativa de Ramón/Terenci, marcando un antes y un después entre una obra de pretensiones vanguardistas (‘Olas sobre una roca desierta’, ‘El día que murió Marylin’ o ‘La torre de los vicios capitales’) y una obra posterior urgida por la necesidad de ser un escritor de éxito y de afamados ‘best-sellers’, hecho que conseguiría más tarde con el ciclo egipcio y glamouroso. Esa es parte de la apreciación de su biógrafo Juan Bonilla en su texto de 2011, ‘El tiempo es un sueño pop’, una obra la de Terenci Moix, partida por las lenguas puestas en juego, catalán y castellano, y por la posterior decisión de abandonar las estrecheces literarias de cierto vanguardismo vinculado a toda la Barcelona de finales de los sesenta y a su revientalobos de la ‘Gauche Divine’.
‘El sadismo de nuestra infancia’ cuenta con la particularidad de reunir en torno a un fin de semana de una nevada inmensa, entre Tahüll y Bohí, al propio narrador y a sus creaciones literarias, para dar cuenta de un estado de cosas parecido a una reflexión antes del diluvio que viene (estamos en el entorno de 1968). Una reflexión en el límite que bebe de una estructura culta, como la desplegada por ‘El Decamerón’ de Giovanni Boccacio y que, además se encabalga entre la cultura pop y la sensibilidad ‘camp’, tan queridas y trabajadas por Terenci Moix.
Mitologías de lo popular y de lo cinematográfico, que le harían conectar con los planteamientos literarios de Vázquez Montalbán, tanto en la ‘Crónica sentimental de España’, como con ‘El manifiesto subnormal’, publicad por cierto, en la misma colección de Kairós que ‘El sadismo de nuestra infancia’. De tal forma que Terenci puede afirmar: “Y eran mis propios recuerdos, los de Joan de Sagarra, Pedro Gimferrer, Rosa Regás, Antonio Sarrión, Vicentito de Ilícit, Ana María y tantos otros compañero de generación”. En la misma cadencia temporal en que se estaba produciendo el trabajo de Castellet en su famosa Antología. Y de la que formaban parte hasta cuatro de los citados en los recuerdos compartidos por Terenci: Gimferrer, Sarrión, Vicente Molina Foix y Ana María; a los que podría agregarse, por esa extraña proximidad del ‘tono subnormal y camp’ de ‘El sadismo de nuestra infancia’ Manuel Vázquez Montalbán. Con lo cual los puentes estaban tendidos, por si había dudas.
Por ello es posible que Ana María fije en la ya citada ‘Poética’ de ‘Nueve novísimos poetas españoles’: “A mí, en realidad, lo que me gustaba era tocar la trompeta en una calle oscura. Pero entonces, ni Miguel, ni Ramón Terencio, ni yo sabíamos nada de la vida; habíamos aprendido todo en libros, tebeos, películas y canciones. Miguel murió sin haber tenido tiempo de averiguar si existía alguna diferencia, por eso le dedico estos poemas que vienen a demostrar que no la hay. Terencio, en cambio, sí ha tenido tiempo suficiente para comprender que la diferencia es muy poca y que -como canta Masiel- todo en la vida es como una canción, y por eso también le dedico estos poemas”.
Periferia sentimental
José Rivero
Anduve extraviada la pasada semana, por eso, hasta ayer, no supe de su muerte. La gauche divine va mermando. Era la nena, la única mujer del grupo, sin embargo, a mí , realmente, me parecía alguien sin sexo, que me recordaba a un gorrión a causa ese aire de desamparo que destilaba su mirada. Su hermano, Terenci, era tan carismático y de verbo tan torrencial, que su obra ( bastante interesante) parecía quedar en un segundo plano cuando formaba esas tertulias sin fin con el mundo de la farándula. Lo que ignoraba es que tuvieran un hermano, Miguel, fallecido prematuramente. En fin, parece que Ana María Moix se ha marchado tan silenciosa y discretamente como vivió, como eligió vivir.
No he tenido la suerte de leer a Ana, pero con Terenci me he partido a más no poder con sus libros últimos. Siempre farandulero.