Madrid-Barsa. O la crónica de una muerte anunciada

José Manuel Campillo.- Cronica de una muerte anunciada comienza con «el día en que lo iban a matar, Santiago Nasar se levantó a las 5,30 de la mañana para esperar el buque en que llegaba el obispo». En esta crónica, el Barcelona, sin embargo, en el día que iban a certificar la defunción del segundo Dream Team, no se levantó. Permaneció en esa suerte de sueño, en el que uno no quiere despertar, que recrea tiempos mejores y huye de cruentas realidades.
Redactores Ciudadanos
El Barça ya no es el Paul Newman de «El buscavidas». Su particular billar llamado césped ya no ve las carambolas que veía antaño. Xavi telegrafía los pases como si hubiera vuelto el lento código Morse. Ha perdido, edad obliga, esa ligereza mental que hacía que para él un segundo tuviera una duración menor, dando de paso la razón a Einstein con su teoría.

La final de esta Copa del Rey fue, también, la constatación de que Messi es humano y su estrella se difumina con una celeridad inversa con la que él inventa jugadas. Es un jugador triste, apático y sin una participación importante en el juego. Todo lo contrario del que se supone que es el jugador al que debe suceder, Maradona. «El barrilete cósmico» intervenía dos veces en un partido. La primera terminaba en gol, y la segunda en un «uuyyyyyyyyyyyyyyyyy». Messi interviene en el juego muchas veces, pero con la misma intranscendencia con la que se pronuncian discursos en el Congreso.
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Y como maestro, o discípulo, de ceremonias nos queda el «Tata» Martino. Este era su momento. No el de ganar la Copa del Rey. Sí el de hacer lo que no ha hecho nadie. Me explicaré.

Señala Daniel Kahneman en Pensar rápido, pensar despacio, que cuando el ser humano está en situación de pérdidas, no solo se mitiga nuestra aversión al riesgo, sino que podemos incluso llegar a querer riesgos con tal de salir de una situación desastrosa. Aceptaremos entrar en contingencias arriesgadas en que sea probable, pero no seguro, que se agraven nuestras pérdidas aún más a cambio de disponer de un resquicio de esperanza de escapar de la situación negativa en la que nos encontramos. Esta es la idea de Kahneman que Martino no aplicó. Era el momento, de todas maneras ya estaba fuera del Barça, de quitar a Messi. Era el instante en el que uno tiene que decir «aquí estoy yo y voy a quemar mis naves». Si bien Martino no tuvo el valor de quitar al mejor jugador del mundo, y hacer lo que el partido y las circunstancias le pedían. Esperaba que el astro argentino con su sola presencia, cual Cid, derrotara al enemigo. Pero Messi no es el Cid. Le falta alma. Y Martino no es Napoleón. Le falta valor.

Nada más comenzar el encuentro daba la sensación de que estábamos presenciando un cuadro pintado por un impresionista. El fondo verde y los brochazos más gordos de color blanco. Y de adorno, unas pinceladas muy finas de color blaugrana. La batalla táctica la ganó ese heredero del catenaccio de Mourinho. Ancelotti tiene la excusa perfecta, en la falta de títulos, para que su pusilánime Madrid no llegue al cuarenta por ciento de posesión de balón y los aficionados no piten cual banda de cornetas en Semana Santa. El Madrid de los últimos tiempos es un equipo cobarde. Fiel reflejo de sus últimos entrenadores. Pero le basta con algún Aquiles esporádico para conquistar la decadente troya catalana. No creemos que este año conquiste otro territorio.

Posdata: Triunfo justo de un equipo que puso lo que demandaba el bolero: alma, corazón y vida. El Barcelona está enfermo, necesita ácido acetilsalicílico. Esto es, una aspirina. Ya me entienden: que vuelva Guardiola.

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3 COMENTARIOS

  1. Las finales siempre causan miedo a los grandes cuando son la única tabla de salvación de toda una temporada y la inversión ha sido descomunal -recordemos que el Atlético de Madrid es el que tiene ventaja en cuanto a la obtención del título de liga, y en la Champions el Real Madrid se encontrará con el auténtico hueso y gran favorito de la competición, el Bayern de Munich-.
    En este caso, como toda final, el partido tuvo de todo, lucha, jugadas comprometidas, fallos garrafales, miedito por ambas partes.
    Al fin y al cabo merengues y azulgranas se las tienen tiesas históricamente y el partido de ayer no iba ser una excepción, aunque sí decepción en algunos casos concretos que no es necesario recordar pues parecían como almas en pena por el campo -Messi por encima del resto, qué duda cabe-.
    Este miedo iba más con la forma de jugar del Real Madrid, más predispuesto al contragolpe y aprovechándose de las virtudes físicas de sus estiletes ofensivos -abanderados por el protagonista de la noche, Gareth Bale-, y en contra del escaso poder ofensivo de los culés.
    Sin más, enhorabuena a los madridistas -entre los que me incluyo- y a los azulgranas ya saben que el año que viene la historia se vuelve a repetir y habrá otra nueva ocasión de obtener el título.
    Buenas tardes

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