Desiertos

Fermín Gassol Peco.- Si preguntáramos a personas de distinta condición sobre aquellos sitios en los que no querrían vivir…no temo equivocarme si digo que en la inmensa mayoría de los casos, contestarían que…ese lugar es el desierto. La razón de esta elección creo que no respondería tanto al hecho de ser un espacio donde no hay nadie, como un sitio en que no hay nada.
fermingassol
Un espacio en el que la arena es su permanente y única ocupante.
Quizá pueda sorprender que alguien dedique un artículo a un lugar, a una realidad o concepto tan árido y monótono donde no parece existir sino el vacío y en él fijarme y detenerme. Sin embargo la desnudez, la soledad y la claridad de este sitio inmenso, siempre me han interpelado de manera especial ante el trascendental significado existencial que encierra.
El desierto se puede describir físicamente como una monótona continuidad de algo que existe entre la nada. De ahí que no sea un lugar idóneo para dar satisfacción a los sentidos. Escribir por tanto sobre esta desnudez no parece resultar nada atractivo. Siempre que hablamos, escribimos o pensamos, lo hacemos para plasmar algo que perciben los sentidos, esto es, sobre aquello que los ojos ven, escuchan los oídos o toca la piel. También sobre aquellos aromas y sabores que están en el recuerdo. Se escribe de las experiencias vividas, sobre la naturaleza, de las relaciones con las personas, sobre todo aquello que nos rodea. Sin embargo en el desierto no existe nada de esto.

El desierto es el silencio, la ausencia, la nada de todos y de todo. Nada que oír, si acaso el viento, nada que oler, nada para tocar que la fina arena, nada que saborear y casi nada que ver, tan solo las caprichosas siluetas de las dunas en el horizonte. Si no es un sitio para el disfrute sensorial, el desierto tampoco es lugar que sirva para entretener. La ausencia de cosas lo hace imposible. Quien vive en el desierto solamente puede experimentar su propia identidad. El desierto es por tanto, un lugar idóneo para no distraerse con nada y centrarse en meditar sobre la desconocida y profunda realidad de uno mismo.

Pero el desierto no consiste solamente en un lugar sino que también puede tomarse como un estado vital. La diferencia que existe entre los desiertos geográficos o exteriores y los desiertos vitales o interiores está en que los primeros resultan ser lugares físicos a los cuales se puede o no ir y de los que uno puede escapar, son por tanto realidades extrínsecas al hombre, mientras que los segundos son siempre consecuencia de una opción o de una decepción personal, o lo que es lo mismo, son producto de un deseo de interiorización o de una alienación.

¿Qué puede ofrecer entonces la desnudez del desierto a las personas de hoy? ¿A ese hombre que tiene o quiere tener de todo, que está rodeado de comodidades, distraído con ellas, que vive saltando continuamente de cosa en cosa?…Pues esa soledad puede provocarle…la locura o el encuentro consigo mismo.

Decía que el motivo para no elegir el desierto como lugar para vivir, no estaba tanto en la ausencia de personas, como de cosas. Y es que muy probablemente echaríamos mucho más de menos la falta de objetos que la ausencia de personas, cuando en realidad la soledad más alienante no proviene de la soledad cósica, sino la que es consecuencia de la incomunicación personal.

Sin embargo la soledad producida por la ausencia de cosas es a la que más teme el hombre de hoy porque es la que le obliga a quedarse…a solas consigo mismo. Una soledad que nos lleva a reflexionar sobre nuestra identidad, sobre quiénes somos, el porqué y para qué hacemos lo que siempre hacemos y no hacemos otras cosas y sobre todo, cómo lo estamos haciendo. El desierto se trasforma entonces en un espacio inmenso en el que solamente existe quien se halla en él, donde nada que no sea el espíritu puede entretenernos y explicarnos, donde la verdad se nos manifiesta de manera clara. El desierto es un lugar propicio para escucharnos, analizar el grado de fidelidad y autenticidad que estamos manteniendo con el proyecto que el pasado diseñó y el futuro nos tiene preparado.

Por supuesto que vivir física o vitalmente de una manera permanente en el desierto no es situación imaginable para la inmensa mayoría de nosotros. Pero sí vendría bien retirarnos algún tiempo hasta él al menos mentalmente, para meditar sobre aquello que responde a lo nuclear de nuestra vida. La “retirada al desierto” supondría penetrar hacia nuestra realidad más verdadera, sin accidentes, abalorios y circunstancias que distorsionan lo esencial de nuestro comportamiento.

Podemos vivir en el desierto sin necesidad de huir de la ciudad. ¿Cómo? renunciando a todo lo que nos distrae o dificulta la permanente visión de lo importante, de aquello que no pasa, de lo que constituye la esencia de nuestro ser. Porque el desierto no solo es un lugar, sino una forma profunda, veraz y trascendental de entender la vida.

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