Del cine y los sueños

José Manuel CampilloLos días que no bebo, los lunes, para conciliar el sueño me dedico a hacer alineaciones de fútbol. Como soy de la época del Calvo Sotelo y del Ensidesa, el elenco de jugadores que manejo da para los lunes que me queden, parafraseando el título de Zinnemann, de aquí a la eternidad. El resto de días, ya salpimentados con los efluvios de Baco, vienen a mí, envueltos en el mágico halo de la ensoñación, retazos de imágenes de películas que sirven para adornar mi imaginación y rescatarme de la abisal cotidianidad.

c_el sueno eternoHablando de sueños, cómo no traer a colación El sueño eterno y al arrogante Humphrey Bogart en el momento en el que le dice a Lauren Bacall: «tranquilícese, que no abofeteo muy bien a estas horas de la noche». Y es que Humphrey, a los ligones de discoteca barata, nos ha dado mucho juego. Y no es porque nos acercáramos al pinchadiscos y le dijéramos «ponla otra vez, chaval». Es porque nos valía para un roto y un descosido. Utilizábamos con nuestra historia de  amor fracasada esa frase de En un lugar solitario: «nací cuando ella me besó, morí el día en que me abandonó y viví el tiempo que me amó». Por supuesto, conjugando ad hoc. O nos acercábamos al tonto que nos había intentado humillar y al preguntarnos si le odiábamos, le espetábamos eso de: «si alguna vez pensara en ti, posiblemente». En fin…dejemos a Bogart y vayamos a otros que han acompañado las noches de insomnio y cama vacía con igual o más ahínco.

Algún que otro sábado, ha aparecido el Errol Flynn de la escena final de Murieron con las botas puestas. Errol siempre ha sido meme de fines de semana. Era muy juerguista. Esa escena me acompaña ya desde la célebre contienda de VHS contra Beta. Recuerdo que los amigos teníamos, a nuestros trece años, las primeras batallas hegelianas, aunque sin conseguir completar la tríada, la síntesis. ¿Beta o VHS? Era como: ¿Pepsi o Coca Cola? ¿Schopenhauer o Hegel? O con menos trascendencia y más actualidad: ¿Podemos o no Podemos? Ya saben que ganó VHS y perdió el general Custer. Aunque aquí la derrota es lo de menos. Con su prestancia y gallardía nos ganó para toda la vida. Más aún después de leer, no sé dónde, que en las fiestas tocaba el piano con eso que dicen que piensan los hombres. Si bien esto es una gran mentira, los hombres no piensan.

También acude al fetichismo de mi memoria la escena en la que Susan Sarandon, en la barra de un bar, se confiesa ante un extraño y dice eso tan jugoso de que nos casamos para tener un testigo de nuestra vida. Alguien que dé fe con la rotundidad del coro de Edipo de lo que hemos hecho. El notario de nuestra realidad. Ya decía Oscar Wilde que si las cosas no se cuentan es como si no hubieran sucedido.

c_top-gun¿Y qué me dicen de esa apostura con la que Tom Cruise, gracias a Top Gun, consiguió que medio mundo se comprara unas Ray-Ban, mientras el otro medio se hacía el tupé a lo Travolta en busca de Olivia Newton-John? Las ópticas y las peluquerías tienen mucho que agradecer al cine. ¿Qué mujer no intentó  hacerse el «pixie» que Audrey Hepburn mostró en Vacaciones en Roma? ¿O el look cleopatriano de la Taylor? Si es que el cine alimenta las industrias con la misma voracidad que cualquier escritor alimento su ego. ¡No le deben nada la Vespa a la antes mentada de William Wyler, o los vaqueros al rebelde Dean! De hecho, en Roma aún hay más vespas que japoneses. Y esto es mucho decir.

Cómo no acordarse de ese canto a la verdadera amistad, la que decía Aristóteles que es el bien más preciado del hombre, llamado Papillón. Muchas noches aparece ante mí el insobornable amigo de Dustin Hoffman (¡cuidado, que la señora Robinson aún te está buscando!), Steve McQueen, tomando el alimento que le ofrece un leproso. ¡Qué lección de humanidad!

De la amistad pasamos al amor. De la razón a la pasión. Y es que ya Don Federico, sí, Nietzsche, nos enunciaba eso de: «siempre hay un poco de locura en el amor, pero siempre hay un poco de razón en la locura». Ahondando en lo que Ovidio sentaba cátedra, no puedo dejarme en el tintero qwerty, ni quiero, esa maravilla de Ophüls que se titula Carta de una desconocida, novela homónima del genial escritor vienés Zweig. Aún no he podido olvidar la ingenua mirada de enamorada que Joan Fontaine dirigía al altivo Louis Jourdan. ¡Cómo me hubiera gustado que alguien me mirase así alguna vez! Yo solo he despertado…dejémoslo.

El cine y el amor siempre han guardado una relación maravillosa. Son como el otoño y la caída de la hoja, la noche y el pecado, los niños y el ruido, Abbott y Costello, Ortega y Gasset. Son duplas indisolubles. ¿Quién no recuerda, digo para los de mi generación, El lago azul? ¡¿Ay, Brooke Shields, por qué elegiste a Agassi, y no a mí?! ¿Y Ghost? Ummmhhh, ¡quién fuera arcilla! ¿Y Memorias de África? ¿Y Los puentes de Madison?

c_lago azulEl desamor  o el amor no cumplido también han dado maravillas para el séptimo arte. El paciente inglés, Tal como éramos o Erase una vez en América han pespunteado las costuras de nuestro inconsciente con el firme hilo de Ariadna. Estamos cosidos a su recuerdo como la piedra a la hiedra. O el silencio a la amenaza. O el beso a la traición.

El cine siempre ha sido el coctel en el que las grandes pasiones se han agitado hasta convertirse en bebidas celestiales. Un Dry Martini en la mano de Roger Moore desprende una elegancia que la realidad se empeña en opacar.  Si bien, aquí como en taquilla hay para todos los públicos. Para los que prefieran algo más terrenal y alejado de la gran pantalla les recomiendo a George Best. Ya saben, aquel de: «he gastado mucho dinero en mujeres, alcohol y coches. El resto lo he despilfarrado». O «hace años dije que si me daban a elegir entre marcar un golazo al Liverpool o acostarme con Mis Mundo iba a tener una difícil elección. Afortunadamente, he tenido la oportunidad de hacer ambas cosas». Por cierto, qué bien jugaba. Ganó el Balón de Oro en 1968.

Posdata: Acabo esta miscelánea del recuerdo experimentando con ustedes. Permítanmelo. Gracias. Voy a practicarles lo que se denomina en psicología el «Efecto rebote». Por favor, no piensen en mi último libro: «Kubrick y la Filosofía».

Silencio, ¡se rueda!
José Manuel Campillo
www.vienafindesiglo.blogspot.com

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6 COMENTARIOS

  1. » Aún no he podido olvidar la ingenua mirada de enamorada que Joan Fontaine dirigía al altivo Louis Jourdan.» Ningún hombre o mujer que exhiba tan estúpida desmemoria como el personaje de Jourdan merece ser mirado con esa entrega. Por eso prefiero releer mil veces a Zweig que «revisionar» a Ophuls.

    Fetichista y hermoso repaso por los inmortales, José Manuel. Esos jeans de James, !ay!

    Hasta pronto.

  2. Tengo escrito en ‘Geografía personal. Grado elemental’ , y sobre este asunto: «Lévi-Strauss, dijo una vez en una entrevista de ‘Cahiers du Cinéma’ que «el cine es la sustancia de los sueños». De igual forma que antes, Ilya Ehrenburg también introdujo los sueños para hablar del cine en 1931. Denominando su trabajo ‘La fábrica de sueños’, referido al Hollywood que pasaba del mudo al sonoro.
    La sustancia de los sueños y la fábrica de los sueños, tienen que ver con la oscuridad de la sala, con el chorro luminoso del proyector, y con el revulsivo productivo de un imaginario en movimiento».
    Pues eso, en Movimiento, aunque no fuera el Nacional.

  3. En una sala a oscuras pasan muchas cosas. Es como en nuestra mente. Cuando dormimos y el inconsciente empieza a campar a sus anchas, nuestra subjetividad suele recibir alguna que otra modificación.
    Un saludo.

  4. Hola Carmen:
    Es que a Zweig nadie le gana. Ni en ensayo, ni en novela. Bueno, quizá Dostoievski…
    Cuidado con el recuerdo, a veces consigue que la realidad nos entristezca. Y estoy seguro que ya no verás a muchos que le sienten como a James.
    Hasta pronto.

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