Julius, mon amour (Memorias de un ladrón bon vivant) Capítulo 5

Manuel Valero.- Y llegó el gran día, la prueba definitiva, el punto de no retorno. La primera vez que mi hazaña apareció en los periódicos y por la que los periódicos reclamaban mi identidad para agradecerme mi insólita generosidad. Por entonces andaba culminando mis estudios de Económicas y por la buena gestión de un amigo de Facultad me empleé en una gestoría financiera.
caco
¡Un ladrón (aunque bueno), en una gestoría financiera! Aunque pensándolo bien aquella oficina podía ser mi medio natural, ¿no? Más adelante comprenderán, porque no paso mucho tiempo hasta que arruiné la firma. Limas y Bordes, se llamaba. Jajajajaja. El caso es que me dirigía al curro a primeras horas de la mañana cuando me detuve en un semáforo a la altura de una sucursal bancaria. A través del cristal de la fachada pude observar a varios encapuchados. Fue un momento fugaz porque en ese instante alguien abatió las persianas. Inmediatamente mi instinto -yo ya había desarrollado ciertas dotes de
observación periscópica-me llevó a barrer con la mirada todo el perímetro cercano… hasta que dí con un furgón de lavandería aparcado casi justo a la puerta del banco. ¿Qué hace una furgoneta lavandera estacionada al lado de un sucursal bancaria? Me pregunté. Y yo mismo me respondí: Esperar el botín, por supuesto. Y cuando vi que el conductor tenía un pasamontañas sobre la cabeza a modo de gorro, ya no tuve ninguna duda. Dicho y hecho. Aparqué el coche en una calle aledaña, tuve una suerte bestial, aunque no tanto porque era el destino que me llevaba de la mano, salí del coche y caminé con parsimonia como un transeúnte más. Pasé al lado de la furgoneta. Nada hacía sospechar que, dentro, dos cacos estaban destripando los ahorros de los probos ciudadanos. Me encaminé hacia donde estaba el conductor aguardando y lo gaseé con un spry de gachas y duelos y quebrantos putrefactos (sí lo llevaba en el coche. Desde hacía tiempo solía llevar un maletín de herramientas porque tarde o temprano sabía que aparecería el momento oportuno para consolidarme como héroe de ficción… pero de ficción real). El pollo se durmió casi al instante. Lo bajé de la furgoneta y lo senté en un banco…de los de sentarse. Luego ocupé su lugar con el pasamontañas en mi cabeza. A los pocos segundos salieron los dos cuatreros de la Gran Vía. Con las prisas no repararon en nada y nada fue lo que tardaron en subir a bordo con la orden lógica en estos casos: ¡Arranca! Pero yo no arranqué. Quiero decir que no salí a escape con el chirrido de neumáticos de rigor sino que les dí una buena ración del gas durmiente apenas los tuve dentro. Y, como el pobre conductor, los dos procelosos se quedaron roncando cuales dos angelitos. Entonces, sí, puse en marcha la furgoneta y me dirigí a la comisaría de policía más cercana. La dejé en doble fila de modo que entorpeciera el tráfico y la poli se percatara del contratiempo y se descubriera el pastel, como finalmente ocurrió. Al poco, las radios ya estaban dando la noticia (no había páginas webs aún), la misma que recogerían al día siguiente los diarios (no había diarios digitales aún): “Extraño atraco en la Gran Vía. Tres individuos asaltan una sucursal y dos de ellos aparecen dormidos a los diez minutos frente a una comisaría en el interior de una furgoneta con todo el botín.El otro caco fue detenido en un banco… de los de sentarse. Testigos presenciales afirman que el vehículo fue aparcado allí por un individuo que luego se dio a la fuga”. Me llamaban individuo, jejejeje. Aún sonreía cuando camino de la oficina escuchaba en la radio los testimonios de los empleados de la sucursal, una señora anciana que era la única cliente en ese momento y, sobre todo, las conjeturas del jefe de la policía: “No tiene explicación, ninguna. Estaban dormidos y sonrientes y olían a gachas podridas”.

Al llegar a mi curro los compañeros me comentaron lo sucedido. ¿Ah, sí? Fíjate, oyes. Dije. Menudo atasco, siento la tardanza. Al día siguiente fue desvelándose el misterio a medida que los interrogaban. El testimonio clave fue el del conductor. “Llegó un tipo y me roció con… eso”. Y a partir de ahí todo cobró sentido. Alguien había intervenido de esa extraña manera y llevado el furgón con los cacos y la pasta hasta las mismas puertas de la policía. Pero… ¿quién? Se preguntaba la prensa, las radios y la tele (no había teles privadas ni cable, aun). Joder, éste es como el Dioni pero al revés… A lo mejor fue un miembro de la banda arrepentido… Y así, el banco recibió el dinero robado (entonces los bancos eran bancos y sólo bancos), y la sociedad se vio a salvo de tres mangantes de pelo y medio merced al ladron bueno. El ladrón quemásdá, me bauticé yo mismo, jejejejeje. A partir de entonces se desencadenarían los acontecimientos y mi trabajo de sherif empezaría a aumentar exponencialmente. Pero ya les contaré otro día.

Se habrán preguntado que porqué a mi no me hizo efecto el gas de letalidad transitoria... Fácil. Soy de Villatobas, que aunque no esté en La Mancha es como si estuviera.

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