Tarjetas negras, guantes blancos

Manuel Valero.- No crean que me voy a poner en primera fila para hacer picadillo a los tarjeteros negros de guante blanco, como las viejas desdentadas al paso de la aristocracia rumbo al cadalso mientras remataban la bufanda del invierno.
ManoloValero3
La debilidad humana es demasiado fuerte y presumo que si a más de uno nos hubieran obsequiado con ese plastiquito, cual llave a los placeres de la vida de gañote y burlador, a lo mejor hubiéramos tirado de chequera ajena con la misma donosura con la que ahora voceamos el canalla proceder de los trincones cuando la crisis ya estaba descuadernando la entidad desvalijada.

Mi reflexión es que la banda de los 86 son reflejo de la sociedad de la que emanan, de modo que cuando la corrupción abunda por doquier por todos los puntos cardinales, transversal a idearios y condición, es porque en el conjunto de esa sociedad juguetea el duende burlón de la picaresca nacional. Ayer mismo oí decir a alguien en alusión a uno de ellos que sólo sacó por la rendija del cajero mil y pico de euros, que para eso no se exponía. Sus contertulios no le afearon esa filosofía tan propia, ese montárselo de algún modo mediante prebendas amistosas y oportunidades oportunistas. Pregunté por el nombre de los gastosos y me dieron unos cuantos.

cajamadridPregunté por el nombre de los cuatro inocentes que no distrajeron ni un céntimo: nadie los conocía. Hasta que otro dijo, cuatro gilipollas. Esa es la realidad. La cultura del listo, del oportunista, del avieso espabilado que aprovecha el viento a favor para bogar hacia su cuenta corriente sin dar un palo al agua, forma parte de nuestra idiosincrasia. Ahora nos hemos puesto estupendos porque caen parados de lado y más gente de lo socialmente aceptable anda pasándolas putas, a cubierto de amigos, familiares, jubilados, y chapuzas en negro.

A lo mejor extraemos de esta inmensa cueva del latrocinio a discreción sin discreción en que hemos convertido este atormentado país, la mejor de las lecciones: que la honradez existe y comienza en uno mismo. Ser honrado no significa ser santo, ni mucho menos, gilipollas, sino una molécula que unida a otra da como resultado un cuerpo social menos permisivo con la alegría facilona de la picaresca ocasional. En una sociedad más dada a la preservación y a ciertos valores morales, quizá más calvinista, diría alguno, hubieran sido cuatro trincones y 86 hombres buenos. Al revés, exactamente.

A uno no le extraña que Blesa el guapo se lo llevara crudo, como el Díaz Ferrán, tronante defensor de más trabajar por menos dinero. Al fin y al cabo su carga moral de delincuentes blancos los hace coherentes en la abyección. Lo que irrita y chirría es la atronadora contradicción entre quienes se subían al púlpito arremetiendo contra el capitalismo liberal, las medidas del Gobierno, casi llamando a la insurrección social, mientras, una vez entre bambalinas, sacaban la negra y se daban a la parranda.

Hay un hastío que se propaga como la peste y ahora nos hemos descubierto tan pulcros y honrados que nos quitamos la camisa a jirones en un arrebato de misticismo social. Como si los 86 tarjeteros fueran una asombrosa e inexplicable excepción en medio de la sobriedad circundante. Claro que hay ciudadanos honrados, miles, decenas de miles, centenares de miles, pero la pregunta es cuántos de nosotros hubiéramos devuelto el cacho plástico (negro para más inri como un diabólico sarcasmo) o acudido directamente a Hacienda para confirmar las cargas del dinero y su blancura o, simplemente, haber olvidado la card en un cajón de la casa por considerar reprobable hacer uso de un dinero regalado al tiempo que se descascarillaba la caja. Lo hicieron cuatro; otros 87, se fueron de jolgorio. Yo procuro no hacerme la pregunta. Me da miedo la respuesta. La impostura siempre acaba con el impostor en pelotas.

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6 COMENTARIOS

  1. Manolo el artículo de Gómez Castañeda en ‘Lanza’, consejero de Caja MAdrid/Bankia por IU, se produce tarde y a destiempo. Una confesión mojada. Lo que nadie cuestionaba es la Gobernanza de las Cajas de Ahorro en manos de Partidos, Sindicatos y Empresarios, figurones en sus respectivos Consejos. Cajas que, no olvidemos, eran el 50% del sistema financiero, antes del saldo y las rebajas. Y resultaron ser responsables de los rescates millonarios, sin responsabilidad de sus Consejeros, causantes del desaguisado de las tarjetas negras. Creo que aunque no te guste el modelo jacobino de la Revolución Francesa, deben rodar cabezas, en aras como se decía entonces de la Salud Pública.

  2. La democracia, por ser un sistema soportado en las libertades ha de basarse fundamentalmente en la credibilidad y en la responsabilidad. La democracia para ser creíble debe ser moral y si no lo es, a la larga se convertirá en una cosa «deforme y sin contenido”. Pero una cosa no puede ser sujeto de moralidad. La moralidad está en las personas que la manejan, ellas son las que la hacemos conveniente o detestable.
    Cuando lo legal se aparta tanto de lo moral…la democracia se tambalea y los deseos de que venga un «salvador» a mi gusto…aumentan.

    • 17 años de inhabilitación a Elpido. Eso lo dice todo sobre el «sistema».

      Blesa 1- Españoles 0. Se oyen sus carcajadas hasta en Siberia.

      Me uno a Rivero: que la guillotina de la Justicia y la Urnas hable. Ya no es que seamos jacobinos. Es que estamos «hasta los huevos» y me perdonaréis el exabrupto.

      Y, aunque ya soy un cansino con esto, como dice Gonzalo: Si peor no podemos estar. Así es que, no tengamos miedo a lo nuevo. Peor no lo van a hacer. ES IMPOSIBLE. Ya hemos tenido populistas, demagogos, mafiosos, organizadores de los Gal, directores de la Guardia Civil cocainómanos y amantes de las orgías. filesas, malesas, Gúrteles, Eres ¿De verdad que nos debemos asustar por el auge de Podemos? Yo, no. Prefiero mil veces a gente que no ha pasado por un tribunal que a quienes llevan desde 1978 pasando por las más increíbles tomaduras del pelo al pueblo español.

      Y, como no me lo puedo callar, quiero mis 24.000 millones. No me dá la gana que se los queden los accionistas de Bankia. Que devuelvan hasta el último céntimo.

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