Memento mori: jueves y duelo

José RiveroSobre la muerte y su significado se interroga Argullol: “Después de la muerte de Edipo -que es la muerte de un sistema de pensamiento, de una tipología del humano-, ¿a qué se dedica la tragedia? ¿Hacia dónde se dirige?”. Y no contesta. ¿Cómo podría hacerlo?
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También sobre otras formas de muerte, escribe Goethe : “En un momento dado de la vida, morimos sin que nos entierren. Se ha cumplido nuestro destino. El mundo está lleno de gente muerta, aunque ella lo ignore”.

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Fijaba José Gaos que “los creyentes mueren a la misma hora: horas de vísperas, después de un honesto y laborioso día de trabajo. El no creyente, por el contrario, muere a la hora del alba: la hora lívida de la aurora que precede al amanecer”.
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¿Será verdad?, que la muerte sólo persigue a los vivos mientras duermen.

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Medio vivos, ¿no es lo mismo que Medio muertos? Siempre la mitad de algo ha sido igual que el resto mediado, o que la otra mitad. No hay dos mitades diferentes.

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Por ello y desde estas identidades de lo opuesto, Borges sostenía que: “La muerte es una vida vivida. La vida es una muerte que viene”.

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Pero ello no impide que haya Muertos vivientes, que no sabemos bien que son más allá de eso, de ser puros zombies. Igual que a algunos hablan de los ‘Vivos murientes’, de los ‘Vivos  moribundos’ y de los ‘Medio muertos’. Que no dejan de ser oxímorones muy crecidos a los que recurrimos con frecuencia y fastidio. Como lo hacía Santa Teresa cuando hablaba  de ‘Vivo sin vivir en mí’, o como ‘La vida es sueño’ de Calderón. También Shakespeare:

Morir, dormir, no despertar más nunca,

poder decir todo acabó; en un sueño

sepultar para siempre los dolores

del corazón, los mil y mil quebrantos

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O como el ‘Ars moriendi’ texto anónimo del siglo XV; llamado también ‘Tractatus (o Speculumartis bene moriendi’, que retoma instrucciones usuales para la ‘Preparación de la muerte’.

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Pero ¿cómo se prepara uno para lo que desconoce? ¿Cómo decía Séneca? “Incierto es el lugar donde la muerte te espera; espérala pues, en todo lugar”. Pura literatura y puro humo.

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La muerte como pérdida de lo propio y de lo ajeno. Por eso lo afirmado por Laurent Gaudé: “cuando muere alguien querido, uno pierde algo de sí mismo”. Que es parecido a “cuando muere alguien querido, morimos un poco”.

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Aunque no es menos cierto lo afirmado por Marcel Duchamp: “Siempre son los demás los que se mueren”. Porque cuando muere uno, el relato ya es de otro.

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Lo que sí parece ser cierto, es una continuidad reflexiva como la anotada por Ortega y Gasset al fijar que: “Lo que llamamos la muerte es sólo una teoría, la realidad que hay debajo de ella es la soledad en que nos quedamos cuando alguien muere”.

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Esa soledad sentida y presentida, fue la retomada y recordada por Fernando Vela, en el Oficio fúnebre del maestro del 18 de octubre de 1956. Un Oficio de Tinieblas, verificado con las propias palabras de Ortega, que retoman las de Cicerón (“La vida de los muertos perdura en la memoria de los vivos”).“Los muertos no mueren por completo cuando mueren; largo tiempo permanecen; largo tiempo flotan entre los vivos que les amaron algo incierto de ellos. Si en esa sazón respiramos a plenos pulmones y abrimos las puertecillas de nuestro sentimentalismo, los muertos entran dentro de nosotros, hacen en nosotros morada, y agradecidos, como solo los muertos saben serlo, dejándonos en herencia la henchida aljaba de sus virtudes”.

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Uno escribe para no morir o para que la gente no muera.

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Todo ello da lugar a la pregunta insidiosa que realiza Pascal Quignard. “¿Por qué existe el amor por un muerto cuando no se puede considerar la hipótesis de un deseo por un cuerpo que no existe?”.

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Según Eduardo Arroyo, “existen muertos que crecen con el tiempo y otros, los más, que decrecen”. Pero ¿no era la muerte, una suerte de parálisis?, ¿de dónde, pues, ese crecimiento y su contrario?

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Incluso el enterrador como jardinero metafórico y de naturaleza imposible. Que a los ojos de Renard, “cavando se diría que va a plantar muertos para crezcan vivos”.

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Las flores que acompañan a los difuntos tratan de diluir el próximo olor de la carne putrefacta. No son pues ornato, son higiene.

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No es otra la visión de Verdú: “Las flores que se llevan al cementerio para honrar a los difuntos dan razón plena de esta ecuación. Las flores que se ofrendan al muerto cumplen desde el principio al fin con una secuencia paralela. Son arrancadas de su vida en el arraigo de la planta para ser emplazadas junto al cuerpo del cadáver, vecinas al cual se aproximarán plenamente cuando se marchiten”.

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Hay terremotos que son como la muerte. De igual forma que hay muertes que acontecen súbitamente como un terremoto.
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La muerte en un restaurante, como ocurre en ‘La piel suave’ de Truffaut, nos muestra lo distinto que era matar en 1964 de lo que fue luego matar en 1994, en ‘Pulp fiction’.

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Post tenebram spero lucem”, citado por Cervantes en ‘Los trabajos de Persiles y Segismundo’. También en el enterramiento de Santa María de Vallicella.

No deja de ser un oxímoron memorable. Encontrar  las luces en la más radical de las sombras.

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Decía Faulkner “lo que hacen todos los grandes autores: mirar el mundo con los ojos de los muertos”.

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memento-mori-34Casi en conexión con lo afirmado, muchos años antes, por Quevedo: “Vivo en conversación con los difuntos. Y escucho con mis ojos a los muertos”.

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Una conversación rara, captada por Julio Cortázar en ‘Preludios y sonetos’, cuando anotaba con misterio no menos raro que: “los muertos hablan más, pero al oído”.

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Y esas miradas, esos cuchicheos y esas conversaciones al oido daban pie a Calvo Serraller para reconocer con entereza que: “Es obvio que los hombres vivimos para morir. Pero también gracias a los muertos, a los que debemos nuestro cuerpo, nuestra alma, nuestros genes. Y nuestra cultura”.

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Que es casi, una redefinición del principio de Bergamín, al advertirnos que “Todo lo que es, repite su ser en otro más”. Como si fuéramos, lo que otros ya han sido, lo que otros ya vivieron, lo que otros ya fueron.

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O también, la imposibilidad expresada por Agustín García Calvo al decir que “Nadie  es de verdad”. Como si esa repetición, como si esa carga del pasado y de los muertos, nos hiciera falsos, inauténticos y repetidos.

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Una repetición de la cual obtenemos la conciencia, como quería Kierkegaard. (“La conciencia es repetición”), Luego somos, porque nos repetimos. ¿O somos aquello que repetimos?

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Una repetición que nutre y alimenta la memoria, como acontece con el aprendizaje infantil: “aprenden por repetición”. Y ya se sabe con San Agustín que “la memoria crea el yo”. Por lo tanto, esa repetición misteriosa, de los que nos han precedido, crea mi propia conciencia. Mi propio yo.

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La muerte como ‘antimemoria’, en palabras de Leopardi, al afirmar que “la muerte es enemiga capital de la memoria”.

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Por ello la vida vista como un ‘remake’. La vida, pues, como un “Déjà vu”.

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Pese a todo ello hay que seguir el consejo de Antonio Machado:

Vivid, la vida sigue/

los muertos mueren y las sombras pasan/

lleva quien deja y vive el que ha vivido”.

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Periferia sentimental
José Rivero

 

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2 COMENTARIOS

  1. Mecachis en la mar, si tuviera que comentar uno por uno tus aforismos tendría que escribir artículos más que largos. Soy escaso en elogios, pero sin duda estás entre los mejores apotegmistas de la literatura española contemporánea; y ya llevas varios libros recopilatorios, cada vez más inencontrables, en tal línea; eres el José Bergamín de hoy en día.

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