Gilipollada tras gilipollada hasta la victoria final (más madera): «En busca del arca perdida de Noé», de Charles Berlitz

palabrasmarginalesEl señor Berlitz le sacó una tajada buena a eso de contar historietas. Las historietas del señor Berlitz se vendían muy bien hace tres y cuatro décadas, cuando el personal ─como ahora─ estaba dispuesto a pagar por tragarse descomunales safaris de esos en las que no queda muy claro qué es cierto y qué no. El señor Berlitz no tenía un pelo de tonto. Sus lectores puede que tampoco, tan solo tenían un concepto muy raro del universo en que vivían. Porque, vamos a ver, para “desequilibrar” el eje de rotación de la Tierra ─pongamos por caso─ hace falta más que un asteroide o todas las bombas de hidrógeno disponibles en el planeta y lanzadas al mismo tiempo sobre un sitio, que ya habría que poner de acuerdo a mucha gente. Es fácil desorientar a los iletrados. en-busca-del-arca-de-noeHacerles creer ─verbigracia─ que hay suficiente agua en el mundo como para, soltada toda de una vez, inundar continentes, mesetas y cordilleras. Pero, claro, como en el libro de Berlitz salen, entre otras cosas, osos que tiran piedras, no es raro que quien lo comprara ─con la mejor intención del mundo de conocer esos misterios que daban y dan de comer a una nutrida cáfila de charlatanes─ desease ver lo que en él se observa, esto es: una descripción de un mundo maravilloso en el que barcos de cientos de metros de eslora, construidos hace siglos en maderas descritas en libros sagrados, descansen en la actualidad en lo alto de montañas y en el fondo de los mares (¿por qué no en medio de una llanura, donde todo el mundo podría verlos?). En el mundo descrito por Berlitz se dan extraños fenómenos geológicos, como por ejemplo el muy sorprendente descrito (con poco detalle, vamos) en la página 161 y según el cual el fango se endurece hasta transformarse en roca. No es que sepamos nosotros mucho de geología (ni de otras cosas, si a eso vamos), pero parece que los lectores de Berlitz que se tragaban sus descacharrantes teorías (por llamarlas de alguna forma) no sabían mucho más. Engañar al que no sabe no es un precepto bíblico, que nosotros sepamos, pero queda bien claro que algunos pseudocientíficos se aplicaron a él con denuedo, y con lustrosas ganancias, a juzgar por las inexplicables ventas millonarias de sus libracos. Tengan cuidado. Hay libros que, según y cómo, es mejor ni abrirlos.

Emilio Morote Esquivel
Palabras marginales

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2 COMENTARIOS

  1. Coincido. Cuando era nene recién salido de la EGB me dio por leer (morboso que era) libros con chaladuras de platillos volantes o las gilipolleces de Erich von Däniken (nadie se ha forrado más con tanta chorrada), incluso alguno de este señor que, por fortuna, no recuerdo ya. Pero sí concedo un mérito a esta morralla, es el de Plinio el Joven: no hay libro malo que no tenga algo bueno, pues me hicieron leer tanto como a otros libros de caballerías, sirviendome de vacuna insuperable contra la farfolla. Hay algunos que no leerían nada si no leyesen esto, y ese es su mérito. No es la primera vez que pasa: incluso el quemadísimo y superdesengañado canciller Pero López de Ayala se quejaba de haberse desnortado en su infancia como un bobo leyendo memeces:

    Plogome otrosí oír muchas vegadas
    libros de devaneos, de mentiras probadas;
    Amadís e Lançalote, e burlas escantadas,
    en que perdí mi tiempo a muy malas jornadas.

    Y casi todos los escritores del XVI se expresan en términos semejantes. Incluso aquí, en Bahía Nepal, muchos publican que harían mejor en rascarse las nalgas (con reverencia hablando) con el papel donde excretan sus neuronas. Por fortuna, tenemos a gente como tú y otros que escriben aquí de los que, muy por el contrario, se puede aprender no poco y es un auténtico solaz leer.

  2. Vaya, ya he vuelto a olvidar algún acento por el camino y a dejar otro que debí quitar cuando corregía. ¡Mecachis en la mar y cuán hideputas son la rapidez y el abandono…!

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