Botellón y año teresiano

Ángel RomeraUno de los honorables y nunca bien alabados redactores de Mi Ciudad Real pedía en estas páginas iónicas e irónicas un poco de «recogimiento» a los botelloneros, y unos cuantos nos hemos quedado tan deslumbrados (o zumbados) ante la palabra como ante un nirvana osatori del budismo zen.

No en vano el vocablo ha sido usado en los sutras de nuestros más altos místicos para indicar uno de los grados propios de la propedéutica o ascética previa al arrobamiento místico o, para el caso, coma etílico, que también es un morirse porque no se muere.

¿Es que hay tanta diferencia del éxtasis (pastilla) al éxtasis (místico)? Después de todo, eso de la bilocación o poder estar en dos lugares a la vez lo percibe doble también cualquiera con un nivel de vino de consagrar suficiente en la sangre, y eso de flotar en el aire y hacerse sus necesidades encima ensuciando el lugar también son atributos propios de un buen cuelgue poligonero, no menos que los koan o lenguaje paradójico, inefable e ininteligible.

Sin duda, en este año teresiano, habrá que estudiar mejor las relaciones existentes entre los y las ninis (clase improductiva de la actualidad) y los monjes y monjas de clausura de antaño (lo mismo, en el pasado), y lanzar al albur alguna teoría desquiciada que explique por qué, en Ciudad Real como en toda España, ni siquiera es preciso que las cosas cambien para que todo siga igual.

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Ángel Romera

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