La carta: Nosotros misericordiosos

Antonio Algora, obispo de Ciudad Real.– Hay momentos en los que de un modo mucho más intenso estamos llamados a tener la mirada fija en la misericordia para poder ser también nosotros mismos signo eficaz del obrar del Padre». Era la frase que glosábamos el domingo pasado y que el Papa completa de este modo: «Es por esto que he anunciado un Jubileo Extraordinario de la Misericordia como tiempo propicio para la Iglesia, para que haga más fuerte y eficaz el testimonio de los creyentes» (Misericordiae vultus, 3).

opinionUn Año Jubilar que sea ocasión: tiempo propicio para la Iglesia, que es tanto como decir «para que haga más fuerte y eficaz el testimonio de los creyentes». Si me dejo llevar por el lenguaje juvenil: tiempo propicio para ponernos las pilas los católicos, pero no, no se trata de un acto de voluntad y de llamada, de toque a arrebato, que nace del líder, del jefe, ante la posible debilidad de la institución eclesial. No, el Año Jubilar siempre es tiempo propicio, porque quien convoca, en definitiva, es el mismo Espíritu Santo, el mismo Dios que nos ofrece la ocasión de gozar de la misericordia que viene a nuestro ser de pecadores para hacernos santos, como nos dice la Palabra de Dios: «Para que fuésemos santos e intachables ante él por el amor. Él nos ha destinado por medio de Jesucristo, según el beneplácito de su voluntad, a ser sus hijos, para alabanza de la gloria de su gracia, que tan generosamente nos ha concedido en el Amado» (Ef 1, 4).

Hecho así más fuerte y eficaz el testimonio de los creyentes, daremos impulso a la acción apostólica que conlleva la misión de extender la misericordia de Dios a nuestros conciudadanos: incrementar, por una parte, lo que venimos haciendo sí, pero revisado y revitalizado todo, a partir de estilos de vida y de motivaciones recreadas, redimidas, renovadas, para así llevar adelante las acciones de la Iglesia: las experimentadas y las creativamente por desarrollar para los tiempos nuevos que nos toca vivir.

El Papa, como buen padre de familia que sabe sacar del arca lo nuevo y lo antiguo, echa mano de la vieja formulación de las llamadas «Obras de misericordia» y nos ofrece así un estupendo itinerario, válido para llevar adelante lo que el Espíritu dice a las Iglesias. Esto hace inútil todo comentario: «Es mi vivo deseo que el pueblo cristiano reflexione durante el Jubileo sobre las obras de misericordia corporales y espirituales. Será un modo para despertar nuestra conciencia, muchas veces aletargada ante el drama de la pobreza, y para entrar todavía más en el corazón del Evangelio, donde los pobres son los privilegiados de la misericordia divina. La predicación de Jesús nos presenta estas obras de misericordia para que podamos darnos cuenta si vivimos o no como discípulos suyos. Redescubramos las obras de misericordia corporales: dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, vestir al desnudo, acoger al forastero, asistir los enfermos, visitar a los presos, enterrar a los muertos. Y no olvidemos las obras de misericordia espirituales: dar consejo al que lo necesita, enseñar al que no sabe, corregir al que yerra, consolar al triste, perdonar las ofensas, soportar con paciencia las personas molestas, rogar a Dios por los vivos y por los difuntos» (MV 15).

Hagamos una Cáritas más fuerte, si cabe, y más eficaz, ahí estamos todos bien comprometidos y es un orgullo para nuestra Iglesia. Pero siempre que completemos nuestra acción misericordiosa sobre el amplio abanico de miserias que presenta nuestra gente, a la que queremos llamar hermanos en los modelos y formas de vivir que nacen del Evangelio, de la plenitud humana que quiere para todos el Dios y Padre de la misericordia, y que nos ha regalado en su Hijo, por la fuerza del Espíritu Santo, que habita en nosotros.

Vuestro obispo,

† Antonio.

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3 COMENTARIOS

  1. Reconozco que actualmente no soy católico, aunque he recibido la educación católica que, quisiera o no, era la única existente en este país cuando era un niño (en aquel tiempo la Iglesia no se manifestaba a favor de la libertad de culto, ni de la de pensamiento, ni de la expresión, ni de educación ni de ninguna otra).

    Comparto con usted la necesidad de que lo que ustedes llaman «obras de misericordia» sean norma en la convivencia de las personas: dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, vestir al desnudo, acoger al forastero, asistir los enfermos, visitar a los presos, enterrar a los muertos. Yo las llamaría simplemente gestos de humanidad.

    Por eso, me gustaría conocer su opinión sobre hechos que están sucediendo, en concreto la actitud de los políticos europeos (y, sobre todo, los gobernantes españoles, muchos de los cuales se reconocen católicos) ante la situación que están viviendo los refugiados en el mundo que, según las últimas cifras, son alrededor de 60 millones de personas con las mismas necesidades, aspiraciones y miedos que usted y que yo.

    Me gustaría saber también su opinión respecto al trato que reciben los inmigrantes no refugiados de guerras que están llegando para buscar una vida mejor a Melilla o el trato que la guardia civil les dispensa, y si ello es compatible o no con las obras de misericordia.

    Por último, con respecto a la última de las obras de misericordia que usted cita (enterrar a los muertos), me gustaría conocer su opinión respecto a la situación que viven los familiares de personas asesinadas durante el franquismo que, desgraciadamente, no han podido aún dar sepultura a sus seres queridos, y la falta de colaboración del actual gobierno (que, como digo, en buena parte se reconoce católico) con las familias. Máxime teniendo en cuenta que, aunque alguna de ellas hubiera actuado contra otras personas católicas, una de las obras de misericordia espirituales es perdonar las ofensas.

  2. Señor obispo, ha escrito usted un artículo de opinión en un periódico que no es una hoja parroquial, por tanto debe saber que está abierto a la opinión o comentario de personas que no son fieles de su religión.

    Las preguntas que le he planteado son correctas en el fondo y en la forma, y sigo esperando su respuesta. Si no responde usted a las preguntas que se le plantean, demostrará tener varias varas de medir su misericordia, dependiendo de la persona que la precisa.

  3. Señor obispo, sigue usted sin responder a las preguntas concretas que le planteé (tengo que reconocer que me imaginaba que iba a suceder, pero dejaba abierta la puerta a que mostrara usted algún signo positivo de decencia). Es obvio que una cosa es hablar de misericordia y otra tener el valor de llevarlo a la práctica apoyando a los que lo necesitan.

    Su silencio es cómplice con el sufrimiento de las personas, es usted un demagogo, no sé si por falta de valor o de capacidad de amar a los demás. O, más bien, de las dos cosas, me temo. Qué lejos ha dejado usted el ejemplo de Jesús, que dice querer seguir, no sé cómo se atreve usted siquiera a citarlo.

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