«Pulp», de Charles Bukowski

palabrasmarginalesBukowski era un enteradillo de la vida que entraba en los bares, cuando nadie podía sospechar que iba a hacerse famoso, y se ponía fino de güisqui. Eso está bien. Lo que pasa es que su literatura se resintió luego, nos parece a nosotros, de tanto exceso. La palabra escrita por Bukowski hiere porque él sabía lo que era el dolor.
La sorpresa, en este caso, es que Pulp, la última novela que publicó este marginal de las letras americanas –tal vez, y como reza su publicidad, el último escritor maldito– consiste en una hilarante concatenación de situaciones que bien podrían haber salido del libro de cuentos Sin plumas de Woody Allen. Es cierto. Bukowski sabía hacer reír. Por qué no lo hizo más, sacar una sonrisa de la cara de sus lectores, es un misterio como no sea que recurramos a la imaginación y elucubremos que este hombre había sufrido tanto en la vida que todos sus libros tenían que ser desgarrados, hasta que al final, comprendiendo que no podía irse de este mundo dejando que la gente pensara de él que era un amargado, o solo un amargado, se le ocurriera, como se le ocurrió, diseñar una parodia de la novela negra americana en un pequeño tomo de menos de doscientas páginas titulado, ya lo hemos dicho, Pulp. pulpSu editorial lo vende como un homenaje a la literatura barata de kiosco que tan popular es o ha sido en los Estados Unidos. Nosotros, hispanos desconocedores de tan augusta tradición, solo encontramos en estas páginas –nada más pero también nada menos– una estupenda excusa para pasar el rato sonriendo y hasta riendo. Hay aquí un detective involucrado en un extraño caso en el que están envueltos Céline resucitado o no muerto, una secta de extraterrestres y hasta la propia Muerte, con mayúsculas, que es la que, como siempre, se sale con la suya. Alguien debería rodar una película basada en este libro, alguien, claro, que estuviera dispuesto a perder dinero, porque el humor del absurdo –cuyo trasunto tenemos en España en obras como Tres sombreros de copa de Miguel Mihura– no es comprensible para la mayoría, esa mayoría que diseña a su gusto el sostenimiento de la industria editorial española. Puesto que no lo hemos hecho con Cervantes, no íbamos a hacerlo con Bukowski, pero si nadie se decide en Estados Unidos a novelar este tomo, sí que sería interesante una película, otra aparte de Barfly y Factótum, que cuente, desde la cruz a la fecha, la peripecia vital, como se dice ahora, de un escritor cuya vida resultará a muchos más interesante que la media más o menos tirando a normalilla de su obra, obra en la que Pulp resulta una interesante excepción.

Emilio Morote Esquivel
Palabras marginales

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