Aceras

ReymondeCuando mi hijo era pequeño y salíamos de viaje a conocer lugares nuevos, a su madre y a mí nos extrañaba que estuviera mirando el suelo cuando estábamos delante de un sitio bonito. No sé si es porque los niños pequeños tienen la cabeza amueblada de forma distinta, o si hay algo genético en ello, pero reconozco que una de las primeras cosas que me llama la atención cuando viajo a alguna parte son los suelos de las calles, las aceras. Como los zapatos de las personas, las aceras de las ciudades dan mucha información de ella.
Como los árbitros de las competiciones deportivas, no hay mejor acera que la que pasa desapercibida. La acera es el espacio por donde todos transitamos, pero el estado y mantenimiento de las aceras, desgraciadamente, suele ir por barrios, nunca mejor dicho. Nos sentimos orgullosos de los lugares emblemáticos de nuestra ciudad, pero es incomparable con la satisfacción que sentimos cuando el ayuntamiento acaba de adecentar una acera: Es una manera de dignificar la vida diaria de las personas, viandantes propios y foráneos. Y por eso, las aceras muestran el verdadero sentimiento de nuestros gobernantes locales hacia sus vecinos. No sé lo que vendrá en los programas electorales de los partidos antes de las elecciones municipales, pero supongo que para la gente, lo que ponga o no ponga al respecto, no será lo más decisivo.

Lo primero, es la elección de las baldosas. Una losa que se precie, no solo debería de ser antideslizante y fácil de limpiar, también ser silenciosa y cómoda con el paso de las ruedas de las maletas o los carros de la compra, no acumular residuos de agua, no perturbar la mirada al frente. Uno deduce que a veces se escogen losas sin pensar en si se valoran estas cosas también. Después, viene la colocación de las baldosas y su mantenimiento. Suelos que con el paso del tiempo se deterioran. Baldosas con las que te tropiezas, baldosas que se levantan con el crecimiento de las raíces de los árboles anejos, o se hunden con el suelo, baldosas que se despegan y que al pisar en días de lluvia te mojan los tobillos, baldosas que se rompen y pueden provocar que los niños o las personas mayores se caigan. Cuando no, aceras parcheadas de baldosas de distinta serie por levantar el suelo para hacer obras una y otra vez, o catálogos de aceras, según la añada de su colocación. Creo que quienes hayan estado en Lisboa, entenderán que me guste tanto su suelo.

No hay lugar turístico que se precie con unas aceras maltrechas. Sin embargo, en Ciudad Real, una de las cosas que más me sorprende de su Plaza Mayor son los agujeros de su suelo.  A lo largo del año se instalan cantidad de tenderetes: Ferias de comercio, carpas para bailes, atracciones de feria… Cuando desaparecen, es fácil saber donde han estado, no solo por el recuerdo, sino por los agujeros que se quedan como cicatrices de su paso. Los promotores de estas ferias quieren instalarse aquí porque es donde transitan más personas a lo largo del día, y tienen más opciones de negocio. Por eso creo que Ciudad Real dejará de ser un pueblo el día que se dejen de instalar carpas en esta plaza, y se amplíe la zona de instalación de estas carpas. Y arreglen su suelo. Otra cosa que incomoda al paseante por sus calles y callejas es tener que doblar un recodo, por la doble alineación de sus edificios. Es tan nuestro eso de tirar lo viejo, buscando otras rentabilidades, como si el progreso significase usar la piqueta de demolición a troche y moche.

Pero luego viene la prueba definitiva de la sintonía de los ciudadanos con sus gobernantes: la limpieza. A las pocas semanas de terminar el acerado de la Calle Ciruela (para los que no la ubiquen, es la calle del Teatro “Quijano”), el suelo ya estaba lleno de restos de chicles. Las colillas forman parte del paisaje de éstas y de todas las calles, por mucho que las limpien. Que en muchos casos no se limpian hasta pasadas varias semanas, verificable en la época de la caída de las hojas. Hará unos dos años, en la Calle Tablas de Daimiel, he llegado a ver una mierda de perro tanto tiempo que llegué a pensar que se trataba de una instalación escultórica por iniciativa de la Concejalía de Cultura, tan seca, tan asquerosa, que tal vez fuera una obra de la imaginación humana: monumento a la basura. Hasta que un buen día desapareció. Verídico. Nuestros ciudadanos o son unos guarros, o son unos pasotas, o tienen un aguante y un estoicismo digno de condecoración. Aunque creo que hay un poco de todo.

Pares y nones
Antonio Fernández Reymonde

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3 COMENTARIOS

  1. Efectivamente Antonio, me hago eco de su última frase «Nuestros ciudadanos o son unos guarros, o son unos pasotas, o tienen un aguante y un estoicismo digno de condecoración. Aunque creo que hay un poco de todo»…, y de todo eso lo único sancionable son lo de las mierdas de perro que los cerdos y cerdas no recogen…., ¿porqué no lo demás? Lo de las colillas es inaguantable… sobre todo cuando los guarros y guarras las tiran encendidas ¿sin sanción? ¿porqué?…

  2. Antonio, el problema es que no hay Educación para la Ciudadanía. Eso sí, si quieres adoctrinar a tu hijo, no hay problema. En cualquier público tienes la opción.

    No hay programas concretos que hagan ver a los niños la importancia del respeto a lo público. La necesidad de mantener la ciudad en perfectas condiciones, como si fuera la casa de uno mismo. QUE ES LA CASA DA CADA UNO y no se dan cuenta.

    Y, esta pescadilla que se mueve la cola, lleva pasando muchos años de padres a hijos.

    Yo tengo muy mala leche, y cuando alguien tira algo le llamo la atención y le digo: perdone, pero creo que se le ha caído eso al suelo…normalmente te miran con cara de ¿Pero tú quién eres, jilipollas? Y, claro, lo siguente ¿Qué es? ¿Le sueltas un sopapo? Pues claro que no, te jodes y te callas…de nuevo vence el/la troglodita.

    Si ya te pones en la puerta de un establecimiento de chucherías es para llorar, porque la tranquilidad con la que se tiran las fundas, chicles y bolsas al suelo es pasmosa. Casi tanto como las servilletas de las terrazas. Esas que debían ir por norma con un logo del local, para poder multarles en el caso de que se tiren al suelo y que siguen siendo de «marca blanca» para el «pío pío que yo no he sío».

    El botellón ¿Quién les dice a los «hormonaos» que por lo menos tiren los restos de la batalla a un contenedor? Total, si ya viene luego la barredora y se lo lleva ¿Alguno de los «hormonaos» sabe lo que vale el servicio de barredora después de cada botellón?

    Pues eso, Educación para la Ciudadanía…más valores y menos doctrinas.

  3. No solo la denuncia, sino la historia urbana de una desidia. Aquí en estas páginas, en ‘Periferia sentimental’ el 13 de octubre de 2013 realize el esbozo bajo la forma de ‘Pavimentos e historia’ . Bien es verdad que los pavimentos, sus acabados, su diseño y sus tropelías pueden ser leídos como las rayas de la mano.

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