Las piedras de la memoria (7)

José RiveroN.B. La serie que comenzada el 13 de enero de 2015 con idea de continuidad, avanzó mal que bien, hasta su sexta entrega del 13 de octubre pasado. Circunstancias diversas, dictadas por cierta furia de la actualidad electoral del momento, fueron aplazando sus entregas siguientes en el faldón de la ‘Periferia sentimental’.
Además de ello, desde primeros del año en curso, he optado por alternar las piezas más construidas de la ‘Periferia‘ por las más livianas, volandera e irónicas del ‘Divagario’, por lo que todo parecía favorecer el aplazamiento de unas notas que tenían un carácter más intemporal y otra suerte de acomodo.  Por lo que ahora, casi cinco meses más tarde puede haberse perdido el hilo del relato para el potencial lector. Pese al riesgo de que ocurra tal desconexión, prefiero avanzar, por ver de concluir el relato abierto. Que tiene que ver con el desencanto por la ciudad, experimentado en los años sesenta por el Cronista local Julián Alonso, y la consecuente continuidad de ese desencanto en los años sucesivos.

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La transformación que dictara Ballester, no sólo es ineludible sino que es moderna y radical, al oponerla al inmovilismo de los pretéritos y melancólicos, tales como Julián Alonso o el mismo Emilio Bernabéu. Al captar la crudeza de su aserto, introduce el bálsamo curativo, consistente en una peculiar propuesta conservadora. “Los pueblos que tienen una historia, una tradición, los pueblos no cuneros, no pueden hacer tabla rasa de su pasado, de sus antecesores, por pobres y humildes que sean, porque la tradición es un título de nobleza, y la nobleza obliga a muchas cosas, y entre ellas, a ser fieles a recuerdos y a cosas pasadas”.

rv02La teoría ballesteriana del recuerdo y de la nobleza, produce el resultado  de un organismo injertado, cual Frankestein, por aplicaciones visuales del pasado. «Y así conviene pensar sin en el irreversible proceso de transformación de nuestra ciudad entre otros criterios que lo rijan, no habría de establecerse uno conforme al cual se delimitara una zona del viejo Ciudad Real, que conserve más o menos intacta su típica fisonomía, en la cual, sin perjuicio, o mejor dicho, además de una urbanización adecuada, se mantuviera externamente el aspecto tradicional en edificios, calles y rincones”.

La teoría del ghetto melancólico y troceado, o la visión prolongada de ‘El Pueblo Español’ fosilizado, no deja de producir sentido y de reflejar la falsa conciencia de los rectores habidos –Ballester fue Alcalde y también Cronista Local–, que trataron de justificar las transformaciones pavorosas, que al ser irreversibles, hay que aceptar como la inefable Ley Histórica del Progreso, como si de una Ley de Hierro se tratara. El mismo Ballester que elogiaba los alaridos de las masas al salir del cinematógrafo y se emocionaba con el insurgente rv03ruido del naciente tráfico, realizaba una propuesta sentimental, digna de un parque temático del pasado, verificado para mayor gloria de la Nobleza Local y de su cuna y nacencia. La dignidad del pasado no es un valor castizo y recreable en simulacros zarzueleros y en permanencias folclóricas cual dioramas sentimentales; la dignidad del pasado, de lo ido, es justamente su capacidad de generar nuevas percepciones sobre toda la Historia. Y  su vacío.

La serie del ya repetido Ramírez Morales[1] sobre diversos documentos históricos, concluía su argumentación con una afirmación imnprobable: “El camino queda preparado, y no permita Dios que se pierda en lo sucesivo, ningún documento de los que constituyen el patrimonio histórico de Ciudad Real”. Desde esta perspectiva, parece claro que el legado edificado no tenía aún –o, aún para ellos no lo tenía todavía– ese carácter de Patrimonio Histórico, ni de bien patrimonial que se tutela y se defiende. Prevalecía el interés de un legajo o de un documento mohoso, más que el de una estructura edificada o de una configuración urbana; como si éstas no fueran partes vitales y cruciales de ese Patrimonio Histórico. Su carácter –para ellos– radicaba más, en el de elementos físicos que impedían una adecuada renovación formal de la ciudad y, que por tanto, había que remover y demoler. En aras del progreso.

[1] D. Ramírez Morales. La historia de Ciudad Real a través de sus archivos, Lanza, 10 y 11  mayo 1967.

Periferia sentimental
José Rivero

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