Más allá de la realidad (V): Acueducto Claudio

Textos de Jesús Arévalo Lorido y Sonia González Martínez (técnicos del Museo Manuel López Villaseñor).- “Acueducto Claudio”  (Roma 1953), en esta obra domina la rotunda arquitectura pesada y colosal casi todo el lienzo. El artista otorga la importancia que tuvo y tiene, a uno de los mayores logros de la ingeniería del mundo antiguo, estableciendo un estándar no igualado durante mas de mil años.

acueducto-claudioPERIODO ROMANO Y REGRESO (1953-1959)

Villaseñor: “De mi experiencia en Italia una de las cosas que mas me marcó fue el estudio de la perspectiva. Aprender a ampliarla y reducirla según el nivel de presencia que quiero poner en el objeto…”

Concluidos los estudios en San Fernando, participa durante seis meses en la dura y reñida oposición que le lleva a obtener el gran premio de la academia de España en Roma, que el Estado español, aún hoy, otorga a los artistas licenciados en Bellas Artes. Ello le permitirá vivir sin más obligación que pintar y conocer cuanto la Italia clásica y renacentista puedan revelarle.

Será en 1949 cuando viaja a Roma, durante 4 años, época mas importante y feliz del pintor que contaba en este momento con 25 años. Muchos aspectos de la pintura que el joven artista intuía en los años en los que realizaba su aprendizaje en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando, encontrarían su confirmación en este momento.

Viajará por toda Italia, empezará a descubrir el “Quatrocento“ y el “Trecento” italiano, quedará impresionado por los muros de Villa Libia, con sus ornamentales bodegones cotidianos que dejarán en él una profunda huella. Descubre a Piero della Francesca y de él aprende a valorar algo que no había considerado hasta entonces y que tan importante resultarán en su obra posterior: “la ordenación del espacio con rigor y poesía”. De igual modo le fascinarán las obras de Giotto, Mantenga, Ucello y Masaccio entre otros. Igualmente  aprenderá de artistas vanguardistas de la época como Morando, Marino Marini, Carrá o Sironi.

Regresará a España en 1953.

Villaseñor: ”Quería solo lo que había de más perenne, de más inmutable en las cosas representadas”

Su pintura de los 50 y 60 es forma y sobre todo materia, pero forma y materia fuertemente dramatizadas. Consolida plásticamente la trilogía Hombre – Tierra – Historia y la convierte en escenográfica conjunción de formas estilizadas que se yerguen sobre el lienzo en serena monumentalidad. Tierra, arquitectura y figura (ésta en escasa presencia) trazan una sintetizada perspectiva ideal y mental.

Los paisajes los pinta con rotundas y colosales arquitecturas, dando pinceladas fuertes y marcadas, resultando los elementos casi esculturas. Predomina en su gama cromática, los negros, los pardos y los blancos. La superficie del lienzo se llena de raspaduras, añade arena y ceniza para dar carga a la pintura, creando surcos en ella.

Pero debajo de todo ello hay una gran serenidad concentrada, una intensa meditación, un orden que nada tiene de arrebatado, de cruel y hay (aunque en ocasiones sea difícil de descubrir) una encubierta ternura por lo humano. Puede ser una venta única en todo el paisaje de encastilladas casas, o un esquema de árbol, o una diminuta figura, o una puerta entreabierta, quizá sea un primer tazón, apenas visible por lo pequeño, en un lejano hueco, o un surco en la tierra.

Puedes ver todos los cuadros de Manuel López-Villaseñor publicados en esta serie a través de [este enlace]

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