De heresiarcas, traperos y hombres de Dios (3)

Manuel Cabezas Velasco.- El joven aprendiz de impresor no paraba de dar vueltas por la casa de su padre, pensando en aquellas líneas que le vinculaban a un pasado hasta entonces desconocido para él. Su padre aún seguía con evasivas. No parecía mostrarse muy abierto a contar nada de aquellos hechos, pero Ismael no podía seguir pasando todas las noches dando una y mil vueltas, soñando con que escondía aquel papel que había encontrado por casualidad y que su progenitor estaba tan receloso de mostrar.

de-heresiarcas– ¡Disculpe padre, pero necesito saber algo, de aquel papel que descubrí! – comentó temeroso ante una brusca respuesta del rudo impresor. ¿Acaso estamos en peligro por algún motivo?

– ¡Sí! – contestó rotundamente el padre. ¡Debemos mantener ciertas precauciones, pues no están bien vistas ciertas creencias y menos aún la traición a los que alardean de una rigurosa fe y exigen el fiel cumplimiento de la misma! – precisó seriamente para mantener la atención del muchacho, y siendo tajante para evitar profundizar más en la cuestión.

– Perdone padre, ¿acaso no me va a decir algo más? – siguió interrogando de forma insistente el joven Ismael.

– ¡Aún no, mas debes ser más discreto a partir de ahora y menos aún revelar a nadie la existencia de dicho papel pues nuestros huesos podrían acabar en la cárcel como mal menor! – respondió de forma rotunda con objeto de dar terminada la conversación.

La conversación mantenida entre padre e hijo hizo recordar al impresor su pasado y sabía a ciencia cierta que ya no le podía ocultar por mucho más tiempo los secretos de su pasado a su vástago. Más aún, cuando desde hace ya tanto tiempo que no tenía a su mujer haciéndole compañía, y que era la promesa que tenía que cumplir.

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Sancho y su mujer aún sentían añoranza de su lugar de origen, Ciudad Real. En él habían transcurrido varias décadas y habían tenido que soportar el odio que los cristianos les mostraban, por gozar de una posición que no estaba al alcance de muchos, incluso habían despertado el recelo dentro de sus correligionarios, lo que les obligó a emprender una huida a un destino incierto.

Pero, ¿qué podemos decir de su población de origen? ¿Cuál era esa situación en la que se encontraban?

Ciudad Real era una localidad que había surgido a mediados del siglo XIII siendo un proyecto fundacional del Rey Sabio Alfonso, que sobre las bases de una aldea conocida como Pozuelo Seco de Don Gil, había fundado la población de Villa Real, en un territorio enteramente dominado por la Orden de Calatrava. El nombre de Ciudad Real vendría dos siglos después al ser reconocida como prueba de su fidelidad por el monarca Juan II. No obstante, su ubicación no era producto del azar, pues hallábase en el Camino Real de Córdoba a Toledo.

En esta población, en los siglos medievales se configurarán tres barrios o collaciones conocidos como Morería, Judería y Barrio Cristiano, los cuales como consecuencia de las persecuciones religiosas acabarían provocando su dispersión, acogiendo a sus diferentes poblaciones de origen a lo largo y ancho de la ciudad.

De la estirpe a la que pertenecían Sancho y María, sus antepasados habían ocupado la otrora Villa Real desde los últimos años del siglo XIII, aunque ya se conocía su existencia desde el surgimiento de esta localidad.

La separación de los barrios en Villa Real se realizaría mediante cercas o tapias, siendo conocidas como “juderías”, aunque los cristianos, musulmanes y judíos mantenían una cierta interrelación teñida de tolerancia que desaparecería a finales del siglo XIV, más concretamente en 1391, cuando la aljama de Villa Real fue finiquitada, siendo atacado el barrio judío, falleciendo muchos de sus moradores y viéndose obligados a aceptar el bautismo cristiano.

Reflejo de lo ocurrido sería la transformación de la sinagoga mayor en la iglesia de San Juan Bautista del convento de Santo Domingo, todo ello obedeciendo a la donación del rey Enrique III a su maestre-sala Gonzalo de Soto en 1393, el cual 3 años después la vendería al tesorero real Juan Rodríguez de Villarreal, que acabaría donándola en 1399 a los dominicos bajo la condición de convertir esta propiedad en una iglesia bajo la advocación de San Juan Bautista en los terrenos limítrofe a su convento. También el fonsario judío había pasado a manos de particulares.

La judería de Villa Real ocupaba una superficie que venía delimitada por la calle de la Paloma por el Oeste prolongándose hasta el lienzo de muralla que se atisbaba entre las puertas de la Mata y de Calatrava por el este. Al norte se hallaba la calle de Calatrava y al sur la calle de la Lanza, prolongándose por la calle de La Mata.

La arteria principal de esta Judería era la calle homónima, que tras 1391 pasaría a denominarse Real de Barrionuevo y posteriormente de Libertad, siendo las calles perpendiculares a la misma desde el centro hacia la muralla la calle de la Tercia y al norte la calle de Culebra, la calle de la Sangre y al norte la calle de Combro o Cohombro, la Calle del Lobo y al norte la del Refugio, la calle Peña y al norte la calle del Lirio. Divisábanse desde las calles Lirio y Peña hasta la muralla una suerte de descampados y huertas.

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