De heresiarcas traperos y hombres de dios (4)

Manuel Cabezas Velasco.- La figura de Sancho tenía tal relevancia que mediado el siglo XV el rabí había acogido a un grupo de conversos en una sala especial de su residencia para que pudiesen orar lejos de los curiosos cristianos e incluso contemplar los cometas que se atisbaban en el firmamento desde la calle de la torre de Sancho de Ciudad. Por este motivo el destino de huida más anhelado dada la reciente conquista de Constantinopla a manos de los turcos sería el foco de peregrinación que estos conversos tendrían en su punto de mira. carillonSin embargo, dado el acoso y derribo que la comunidad judeoconversa estaba siendo sometida desde finales del siglo anterior, por la mente de este antiguo regidor municipal pasaría en más de una ocasión la búsqueda de este destino para una posible huida. Con ello no querían nada más que poder volver abiertamente a la práctica judaica, sin tener que esconderse.

Sería a lo largo de varios jornadas cuando Sancho tendría ocasión de rememorar las experiencias vividas que le obligaron a alejarse de su amada Ciudad Real, todas aquellas en las que tuvo que alejarse para luego regresar de nuevo. Sin embargo, en esta ocasión no parecía mostrar la misma seguridad a la hora de anhelar la esperanza de un feliz regreso, parecía que ya no poseía aquella fuerza que le llenó de convicciones a lo largo de los años para ser catapultado como un auténtico guía espitirual – rabí o rabí mayor – que daba luz a la comunidad judeoconversa ciudarrealeña.

Tras una dura travesía alejándose de su amada tierra castellana, el grupo que encabezaban la pareja de judeoconversos Sancho y María, arribaron a una ciudad que también a finales del siglo XIV había sido devastada su comunidad, la hebraica. También era el año 1391 cuando los elementos más representativos de esta judería habían sido destruidos, concretamente un 9 de julio, fecha ignominiosa para la comunidad judaica que engrosaba su ciudad, Valencia, de la cual morirían mártires unas doscientas cincuenta personas y de la restante mayoritariamente era bautizada. Además su sinagoga mayor pasaría a ser la iglesia de San Cristóbal.

Este entramado de calles, callejuelas y demás vías estrechas que mostraban cierta sinuosidad y tenían un carácter sombrío a la par que cubierto, había surgido como fruto de la donación del monarca Jaime I a los judíos valencianos en 1245, aunque sus límites serían de nuevo fijados treinta años después.

Las ampliaciones del recinto judaico que delimitaba la antigua muralla árabe allá por 1390 por parte de los Jurados de la Ciudad generarían un nuevo muro y provocarían la animadversión de los cristianos al tener muchas más dificultades los vecinos del populoso barrio de la Xarea o los pescadores o todos aquellos que viniendo del Grao – el puerto – se veían obligados a rodear el gran centro comercial de la plaza de la Figuera o a la catedral. No obstante, esta ampliación fue efímera, pues llegaría su destrucción un 10 de julio de 1391.

En ese momento, los judeoconversos ciudadrealeños y sus acompañantes sólo tenían como objeto alejarse lo más rápidamente posible del yugo inquisitorial que les acechaba y para ello deberían alcanzar la costa y adquirir una embarcación lo más rápida y fiable posible para que el viaje pudiese prosperar en alta mar.

Tenía que ir deprisa, aunque en ese momento ocurrió algo que no estaba previsto: uno de los acompañantes pidió que el grupo parase, que no podía continuar, mas la esposa de Sancho se dio cuenta de un detalle: los acompañantes no eran dos varones. La persona que manifestaba muestras de cansancio era una joven y, además, parecía tener el vientre algo abultado. María exclamó para sí entonces: ¡Esta muchacha está encinta!

– ¡Sancho, para, no podemos seguir! – gritó María a su marido.

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