Desmitificando al fabuloso Valle-Inclán

Eusebio Gª del Castillo Jerez.– El salón de actos de la Biblioteca Pública de Ciudad Real acogía esta tarde la charla-coloquio ‘Enigma Valle-Inclán’, con Manuel Alberca, autor de la biografía «La espada y la palabra. Vida de Valle-Inclán», galardonada con el XXVII Premio Comillas de Biografía y Memorias. Un evento que, con motivo del 150 aniversario de su nacimiento el pasado 28 de octubre, ha servido de homenaje al escritor gallego padre del esperpento. Al catedrático de Literatura Española de la Universidad de Málaga (UMA) le ha acompañado su homólogo de la UCLM, Joaquín González Cuenca, con quien ha disertado acerca de las contradicciones y enigmas que rodean la vida de Ramón María del Valle-Inclán.
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Manuel Alberca advertía de la «notable» diferencia de su obra con otras biografías del célebre escritor gallego. Un trabajo que «desmitifica» los relatos sobre su vida que se realizaron los primeros años después de su muerte en 1936. Una de las más conocidas, la de Ramón Gómez de la Serna, «que es una gran obra literaria pero no biográfica», matizaba.

Valle-Inclán poseía una singular personalidad y «le encantaba fabular sobre su vida». Lo que contaba, inventado o deformado, era transmitido por los periodistas de la época, asentándose como realidades con el paso del tiempo. «Esto es lo que reproducen sus primeras biografías, una imagen chistosa pero poco real», comentaba.

Se convirtió a Valle-Inclán en un luchador revolucionario; en «una suerte de héroe que sacrificó su vida en pos de la gloria», porque en aquella época cualquier atisbo de crítica se interpretaba como un signo revolucionario. «No lo era, para nada…», aseguraba el Catedrático de Literatura Española.

Su trabajo, explicaba Manuel Alberca, baja al personaje del «pedestal mitológico», retirándole la «aureola hagiográfica».

Valle-Inclán procedía de una familia burguesa bien asentada. Eligió «por gusto» dedicarse a la literatura, aunque no consiguió vivir de su obra teatral, lo que realmente reportaba dinero a los autores de principios de siglo. Era muy extrovertido, un «actor sin escenario» que se convertía en protagonista indiscutible de cualquier tertulia. «Dominaba la palabra con un gran despliegue discursivo».

Además, el literato era «intrigante y muy sagaz», y merced a ello consiguió nombramientos y cargos; prebendas que le permitieron vivir con desahogo, incluso en la República. «Supo moverse en ambientes que no le eran propicios».manuel-alberca-valle-inclan-1

Alberca ha «resituado» al personaje, a quien habría que ubicar políticamente en el tradicionalismo, como militante activo del carlismo que fue, y de profundas creencias cristianas. «Un hombre del XIX», pese a que,  paradójicamente, su obra sea «tremendamente» moderna e innovadora.

No fue un bohemio, aunque se relacionara con ellos en los ambientes literarios. «Era más un dandi», elegante y con un gran sentido de la estética.

Su biógrafo no pasó por alto la afición de Valle-Inclán por los duelos, «una práctica extendida entre determinados gremios, como periodistas o militares…» Lanzó (y le lanzaron) el guante en numerosas ocasiones, aunque, tras las negociaciones de los padrinos, pocas veces llegó a batirse en duelo. No obstante era un «magnífico» espadachín.

Como hombre de honor y devoto de los valores caballerescos, no se perdonó dejarse llevar en la pelea tabernaria con Manuel Bueno en la que sufrió una fractura conminuta de cúbito y radio. La herida se gangrenó y hubo que amputarle el brazo. Una refriega a estacazos y botellazos que «fue un fracaso para él», y que a lo largo de su vida trató de ocultar.

Conoció a la que sería su mujer, Josefina Blanco -diez años más joven-, al coincidir en una obra de teatro que ambos interpretaban: «La comida de las fieras», en la que Jacinto Benavente creó un personaje a la medida de Valle-Inclán. Se casaron años después cuando ella estaba embarazada y a falta de 3 ó 4 meses del nacimiento de su hija. Con el paso de los años se fue fraguando el desencuentro. Se distanciaron y Josefina acabó presentando una de las primeras demandas de divorcio, en 1932, contando ni más ni menos que con Clara Campoamor como abogada.

Los últimos años de de la vida de Valle-Inclán fueron tristes, concluía Alberca, y marcados por las complicaciones del cáncer de vejiga que padecía.

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