De heresiarcas, traperos y hombres de Dios (15)

Manuel Cabezas Velasco.- La embarcación que había sido elegida por el grupo de correligionarios fieles a la ley mosaica para emprender su huida de forma rápida, era conocida como el nombre de fusta. Esta nave, a modo de pequeña galera, por su velocidad y habilidad para transitar por aguas poco profundas, era muy utilizada por los corsarios berberiscos, apelativo que procedía del vocablo bereber que abarcaba las tierras de Ifriquiya, Tlemcen o Tiaret.

fusta
Fusta

Su impulso se llevaba a cabo por remos cuyos bancos en cada lado los empujaban entre doce y dieciocho hombres para propulsar a la fusta dentro y fuera de los puertos o durante los combates –para lo que se acompañaba de unos dos o tres cañones –; aunque también con un mástil que soportaba un velamen de forma triangular – vela latina – que aligeraba el esfuerzo de los remeros durante la travesía.

Había que buscar aprovisionarse de la mejor manera para emprender la marcha, aunque ahora venía un momento muy duro que había que superar: la separación de los jóvenes padres, que también venían huidos de la justicia y que sólo habían gozado de la protección de los conversos de los que ahora tendrían que separarse.

Sancho miró a los ojos de su esposa María y ella ya supo que había llegado el momento, mas la dama no tenía la dureza y el aplomo del heresiarca para afrontar este trance. Sancho se vio obligado a tomar las riendas de la situación.

– ¡Joven cristiano, acércate! – se dirigió de forma seria el converso al joven padre.

– ¿Qué deseáis señor don Sancho? – respondió aturdido el muchacho.

– ¿Tenéis algo de valor o de comida para alimentar a tu mujer y tu hijo? – le inquirió Sancho al mozo.

– ¡Apenas gozo de las posesiones que portábamos mi amada Cinta y yo cuando nos conocimos! – respondió apenado el joven.

Sancho tuvo que plantearse qué hacer en estos momentos en los que ellos mismos tenían muchas restricciones por las confiscaciones sufridas y las ventas a un precio depauperado que habían tenido que realizar para traer consigo algún dinero con el que sufragar los gastos de la huida. Nuevamente dirigió la mirada a su amada esposa, y no hizo falta nada más.

– ¡Joven… (no recordaba su nombre), aquí tenéis estos presentes para que os puedan ayudar en vuestra marcha! – se dirigió al muchacho, que no articulaba palabra. ¡Debéis encontrar un lugar seguro para pasar estos duros meses y para que vuestra dama se recupere! – le aconsejó el maduro heresiarca al joven que pareció comenzar a entender que se estaban despidiendo.

– ¡Gracias señor por su amabilidad! ¿Cómo podré pagarle por todo lo que ha hecho por nosotros? ¡Cualquier cosa que necesite, aunque sean mis manos, aquí me tiene! – le refirió le muchacho agradecido a Sancho de Ciudad.

– ¡No hay nada que agradecer, muchacho, pues el destino nos unió y fuimos presa de la misma intolerancia que alimentaba el odio tanto de la justicia civil como de la Inquisición! Sin embargo, según tengo entendido acompañabas a un librero y estás familiarizado con la escritura. ¿Quizás cuando ya no estemos nosotros podías contar algo de nuestra historia, de mis compañeros de religión que tantas envidias han despertado, pues si la suerte no nos es favorable seremos presos de las llamas? – le sugirió al joven aunque sabiendo de antemano la dificultad que entrañaba tal empresa.

– ¡Cuente con ello señor, dígame lo que quiere que cuente! – le manifestó agradecido el joven. En ese momento, Sancho extrajo algunos papeles de su documentación que se hallaban bien guardados y se los entregó al muchacho.

Relacionados

ESCRIBE UN COMENTARIO

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí


spot_img
spot_img
spot_img
spot_img
spot_img