El caso de la estatua desaparecida (1)

Un relato de Manuel Valero.- Francis Gillow convocó un gabinete de crisis y esperó fumando un gran puro a que llegara a su espacioso y luminoso despacho que daba a la Plaza, su segundo al mando, Luis Houseman, los dos portavoces de la oposición Nicolas Carnation y Helena Red y el oficial de la policía local Timoti Argo.
relato
Exudaba tanto que tuvo que incorporarse del mullido sillón de cuero para no quedarse impreso con el aceite de su propio sudor. No era el calor de julio lo que lo tenía al punto de la cocción sino la perplejidad del tremendo suceso del que había sido informado unas horas antes. Se dirigió a la ventana que daba a la Plaza Mayor, torció dos laminillas y miró por la ranura. Allí estaba el insólito pedestal sin la estatua ecuestre de don Quijote. La gente rodeaba el pedestal y el vacío del huido tratándose de explicar el prodigio de la desaparición de la escultura que simbolizaba la identidad de la ciudad como ninguna otra cosa. ¡Para algo ubicó Miguel de Cervantes al Universal JInete en esta tierra, para que todos viviéramos de él, que la cultura oficial viviera de él, la cultura moderna viviera de él y las asociaciones de coros y danzas le pusieran su nombre o el de su novia, como hubo alguien que le pusoReino de Don Quijote a un pelotazo especulativo nonato( u otanno)  cuando por todos es sabido que en la obra de Cervantes el único que mandó y de coña fue Sancho y que no fue reino que fue insula. Alguien pujó por ponerle también el nombre del Caballero Eterno a un Aeropuerto que se iba a hacer. Y una vidente lo bautizó entre cirios y polvos olorosos con el misterioso nombre de Aeropuerto Manchego Duelos y Quebrantos. Como todo el mundo sabe, el Aeropuerto si fue nato pero sietemesino.

El caso es que sobre el pedestal que soportaba hasta ayer mismo el enclenque cuerpo de don Alonso el Loco no había nada. Había, si, mujeres con niños cogidos de la mano que susurraban entre sí, jóvenes imaginativos de la LOSE, no de la LODE, no de la… bueno, jóvenes imaginativos que mascaban chicle y hacían fotos a la nada con los móviles, y achacaban la desaparición de la estatua al primer OVNI de la temporada que la había deglutido con un sorbetón de luz como si fiera moco, como en las pelis. El pedestal vacío parecía la Kaaba ante tanta vuelta y vuelta. Los ciudadanos no habían leído, escuchado o visto en la tele ni estaban informados de que la estatua ecuestre de don Quijote iba a ser trasladada de lugar por alguna razón. Alguien recordó que el alcalde de Filadelfia se había empeñado en adornar el barrio latino con la señera figura del Caballero Magnifico y que tal vez por eso, la estatua estuviera ahora camino de Pensilvania para ser reproducida. Pero tampoco.

En el Ayuntamiento el primer sorprendido era el alcalde  Francis Gillow que aguardaba mirando por la ventana, fumando un gran puro y rezumando como un botijo a que apareciera el gabinete de crisis.

El primero en llegar fue el jefe de la policía Timoti Argo. Llamó dos veces y luego asomó la cabeza por la puerta con cara de haber sido acosado por el cobrador del frac.

-Pase. Y más vale que tenga alguna explicación para esto –dijo el alcalde señalando con el puro hacia el diezmado pedestal.

-Señor Gillow- se excusó el oficial- Hemos inspeccionado meticulosamente la zona y no hay rastros ni señales de que la estatua haya sido arrancada o desmontada con violencia. Parece como si se hubiera evaporado.

-¿Evaporado? ¿Una estatua de bronce de dos toneladas? – le gritó el alcalde con cara de pocos amigos.

(Continuará)

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