‘Los niños perdidos de Albacete’, sarcasmo y misterio al calor de una feria

José Rivero.- Alfonso Ungría presentaba ayer, en la librería 2Pajaros de Ciudad Real, su segunda novela, Los niños perdidos de Albatece, editada por Almud ediciones. Ungría tiene a sus espaldas una larga trayectoria como director de cine de largo recorrido. Recordemos  El hombre oculto (1970), Soldados  (1977) o La conquista de Albania (1983), por citar las más conocidas de su filmografía. Pese a ello, decidió en 2011 abandonar el ejercicio de la cinematográfica y comenzar su propia trayectoria como escritor.
ungria-libro-2Abandono forzado por las particulares circunstancias del cine español, que le impedían poner en pie sus propias películas, fruto de tantas limitaciones de un mercado trampeado. Este hecho ya ocurrió con Manuel Gutiérrez Aragón, que comparte con Ungría sus intereses literarios. Incluso el abandono cinematográfico es visible en otros casos tan llamativos como los de Carlos Saura y Víctor Erice.

El salto literario de Ungría se produjo con La mujer falsificada (2013) que inauguraba un periplo escrito,  a caballo de la novela negra y de la crítica social, de la mano de un investigador-periodista, Iván Ugarte, que vuelve aparecer en esta, su segunda entrega novelística, Los niños perdidos de Albacete (2016). Y esas características ya citadas, de la novela negra y de la crítica social se anudan en el fondo de la ciudad de Albacete en vísperas de la semana de Feria de 2014, en un lapso temporal acotado entre el 22 de agosto y el 9 de septiembre.

Por ello la lectura de Los niños perdidos de Albacete nos depara momentos sarcásticos y momentos políticos, en la mejor estela de nuestro último premio Cervantes, Eduardo Mendoza, que ya había dado muestras de esa combinación de novela sarcástica con una pieza de investigación en El misterio de la cripta embrujada (1978) y en El laberinto de las aceitunas (1982). Para redondear la sutileza del relato político de Riña de gatos.Madrid 1936 (2010).ungria-libro-1

Un enigma doble del libro en cuestión, el de los niños desaparecidos y el de por qué Alfonso Ungría elige la ciudad de Albacete para hacerlos desaparecer. El primero de los enigmas lo resolverá para el lector, el ya citado e inquieto Iván Ugarte, desplazado circunstancialmente a la vecina ciudad navajera. El segundo de los interrogantes planteados, queda colgado en las dudas de toda gestación del proyecto literario. Lo que no impide que los perfiles locales y provinciales, de la ciudad/provincia vecina compongan un escenario adecuado para el desarrollo del misterio de los niños perdidos.

Junto a ello, junto a la carne de la historia, el hueso oculto en el texto. Así la parodia de la Feria, de cualquier Feria ahora que ruge ruidoso el carnaval, como propuesta identitaria que choca y golpea con la imagen de la globalización total. Globalización del mercado de cualquier Chinatown, asentada en alguna periferia industrial, y endogamia del localismo festero, componen el otro par conceptual de la reflexión realizada por Alfonso Ungría. Reflexión que nos traslada de la risa de la parodia a la mueca del espanto.

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