Una carcoma recorre Europa

ReymondeSeguramente no venga a decir nada que uno no haya oído o pensado antes, pero sí que vengo a ordenar mis ideas con respecto a uno de los problemas más serios quedesde hace añosafecta a Europa (y en consecuencia, a nosotros) y que tiene que ver precisamente con el cambio del paradigma nacional en relación a la Unión Europea. Quisiera fijarme en tres indicativos: la deslocalización económica, la ineficacia de las instituciones europeas, y el racismo.
En primer lugar, la globalización, término amable que se usa en lugar de la deslocalización. La globalización alude a aspectos culturales, en donde se admite la presencia multicultural procedentes de diferentes partes del Mundo; mientras que la deslocalización alude al traslado de los centros de producción industrial a otros lugares del Mundo cuyo coste por mano de obra es mucho menor (incluso entre países de la propia Europa). El supuesto beneficio social está en el abaratamiento del precio final de los productos en el mercado, pero al final lo que se ha producido es una brutal desindustrialización (por no hablar tampoco de cómo ha afectado al campo – baste recordar el cierre de la planta azucarera de Ciudad Real que había en la carretera de Toledo) y la falta de seguridad en el trabajo (tanto en el mantenimiento del empleo como en el empeoramiento de las condiciones salariales); lo cual va parejo al beneficio incontrolable para las grandes empresas. Pero por si fuera poco el problema de la deslocalización de la economía productiva, el de la economía especulativa no es menor, con los flujos de capitales a paraísos fiscales, que restan al Estado importantes cantidades de dinero vía impuestos (y esto, considerando además que las políticas fiscales para bancos y empresas son mucho más beneficiosas que las que se aplican en impuestos indirectos y directos a los trabajadores): Baste recordar el reciente informe de Oxfam, donde se implica a los bancos Sabadell, BBVA y Santander; o la relación de éstos con los “Papeles de Panamá”.

En segundo lugar, porque lo de la Unión Europea ha resultado ser un fiasco, donde lo que mejor funciona es la propaganda de lo bien que nos va dentro de Europa, sin que sepamos a ciencia cierta ni lo que nos da, ni lo que aportamos, cómo se toman las decisiones, y un sinfín de preguntas sin respuestas claras sobre dichas decisiones políticas; La burocracia europea es vista con recelo por buena parte de la ciudadanía europea de toda condición. Para colmo, el recelo hacia los propios socios es alimentado sin pudor por quienes deberían velar por la cohesión interna, como hizo recientemente el presidente del Eurogrupo, JeroenDijsselbloem, con unas declaraciones al diario FrankfurterAllgemeineZeitung : “Durante la crisis del euro, los países del norte de la zona euro han mostrado solidaridad con los países en crisis. Como socialdemócrata, creo que la solidaridad es extremadamente importante. Pero quienquiera que pida solidaridad también tiene obligaciones. Uno no puede gastar todo su dinero en alcohol y mujeres y luego pedirte ayuda. Estos principios se aplican a nivel personal, local, nacional y también europeo” … y encima se califica a sí mismo como socialdemócrata ¡menudo pájaro! A nadie sorprende ya esa complicidad o inacción de los poderes europeos frente a la plutocracia, que debilita hasta la extenuación a los países del sur, aplicando políticas de recortes inmisericordes con las regiones más débiles,mientras aceptan la existencia de paraísos fiscales entre los países socios, como Luxemburgo o Irlanda.

Por último, el paisaje de la decadencia viene acompañado por la presencia creciente de población de otras razas, sean inmigrantes o nacionales – hijos de inmigrantes – con lo que para algunos, o para muchos, resulta muy sencillo establecer un falso silogismo, una falacia: si la presencia extranjera es notable, y va pareja a la decadencia de Europa (cuyas instituciones, nacionales o europeas, invierten determinada cantidad de dinero en atender – supuestamente – las necesidades que genera la falta de recursos de estos sectores de población), buena parte de culpa de la decadencia es de los extranjeros. El discurso es así de simple. Lo que no se añade en el discurso son propuestas de integración (ni hacia los nacionales, ni hacia los inmigrantes), ni un análisis sobre el daño o la aportación quepuede hacer esta población sobre las economíasen términos relativos o absolutos. Baste recordar que los atentados terroristas en Europa son cometidos por ciudadanos europeos. Se trata pues de criminalizar a la gente de otra raza, sin entrar a valorar la responsabilidad de las potencias de Europa (especialmente de Francia y Reino Unido, principales beneficiarios de la actual partición del mapa con la desintegración del Imperio Turco en 1918) ni de sus hermanos saudíes, que tiran la piedra y esconden la mano bañada en petróleo.

Creo coincidir con los partidos de extrema derecha en Europa en entender estos tres elementos (la deslocalización económica, la ineficacia de las instituciones europeas, y el racismo) como los causantes de la desafección de sus ciudadanos.Pero evidentemente no coincido con sus propuestas, porque lo que caracteriza a la extrema derecha (valga la redundancia) es que es extrema y es derecha: es decir, en última instancia velan de forma extrema por los postulados conservadores que ya de por sí son favorecidos por el actual sistema – por mucho que renieguen de dicha etiqueta, que por otra parte está muy mal vista.Es un eufemismo llamarle populismo, aunque se le llama así porque su discurso refleja un pensamiento muy simplista y muy fácil de untar: es el discurso alternativo contra las consecuencias de la globalización, la cesión de soberanía y los flujos de migración, que los partidos tradicionales rehúyen; y tan solo con esa pequeña mención ya consiguen un respaldo popular notorio. Lo que no está nada claro es cómo este discurso se pueda materializar con garantías en acciones contra los verdaderos promotores del caos (que es la oligarquía económica, y no los inmigrantes o los disidentes) para revertir la situación actual a la de otras épocas más gloriosas. Ciertamente, la solución no está en nuestras manos; pero sí la responsabilidad, la de no dejarse engañar por ese discurso mentiroso de “los nacionales primero” ¿Entonces, de qué sirve a nuestros grandes empresarios presumir de Marca España, si luego no revierten parte de la riqueza que generan en el propio país mediante impuestos, como hacemos los curritos? No es la raza, es la brecha entre ricos y pobres.

Y la brecha Norte – Sur. Para nuestros hermanos puritanos del Norte, Europa empieza en los Pirineos. Si fuésemos potencia, España sería una amenaza. Si fuésemos pobres, sería un lastre. Y encima, las noticias que llegan desde España (que en tiempos de Zapatero venían sazonadas de una crispación interesadamente alta por parte de la derecha; y que en tiempos de Rajoy ha sido una cadena sin fin de asuntos judiciales sobre asuntos de corrupción política y corruptores clientelistas – que ha alcanzado hasta a una heredera al trono) no son precisamente generadoras de confianza en nuestro país – más allá de lo que digan las cifras, que en esto, hasta los bancos alemanes y franceses tienen de qué callar.

Pares y nones
Antonio Fernández Reymonde

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1 COMENTARIO

  1. La situación de la Unión Europea (UE) es de emergencia, tanto por la dureza de la crisis y sus efectos en nuestra realidad social y económica, como por los cambios estructurales que debemos producir para enfrentarla y encarar nuestro futuro en el medio y largo plazo.
    La UE necesita generar en la ciudadanía un compromiso fuerte para hacer frente a los retos que tiene por delante.
    La salida de la crisis sigue siendo incierta y, por tanto, es necesario reformar el funcionamiento de las instituciones financieras para evitar que se esté incubando ya la próxima crisis. Lo deseable sería que esta reforma operara a nivel mundial a través del G-20.
    Tenemos que reconocer que, desde la crisis de Grecia, ya nada será igual.
    A pesar de la reticencia alemana, a pesar de su lectura restrictiva del Tratado de Lisboa, a pesar de la lentitud exasperante en la ayuda a Grecia, se ha terminado por imponer algo que ya es irreversible: la Unión Monetaria y el Mercado único necesitan una Unión Económica, una coordinación de políticas económicas y de empleo, y un reforzamiento colectivo del euro. Es decir, un gobierno económico.
    Es obvio que la crisis económica actual está cuestionando la evolución del modelo de globalización basado en el capitalismo liberal occidental.
    En el año 2050, el PIB de siete economías emergentes (China, India, Brasil, Rusia, Indonesia, México y Turquía) será un 25% superior al de EE.UU., Alemania, Japón, Reino Unido, Francia y Canadá.
    El centro de gravedad económica se está trasladando.
    Aunque, no nos engañemos, ya que las respuestas que se adopten por los Gobiernos en este escenario, dependerán, en buena medida, de las principales tendencias que se proyecten en áreas claves para la gobernabilidad mundial: demografía, economía, energía, medio ambiente, ciencia y tecnología y geopolítica.
    Ese escenario no va a ser muy halagüeño para el Viejo Continente si tenemos en cuenta que, en el año 2025, la población será de 8.000 millones de personas, las potencias emergentes alcanzarán el 34% de la riqueza mundial y la demanda de energía se incrementará en un 50% respecto de 2005.
    Europa debe despertar…¡ya!…

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