Del culto a la torrija

Diana Rodrigo Ruiz.- Hace ya años me nacieron en un país de mayoría católica, fui bautizada en dicha religión como “Dios manda” por los rituales correspondientes y, poco a poco, crecí en el seno de una familia de las llamadas católicas pero no practicantes.

DianaRodrigoMuy pronto perdí la fe –esa ventaja que tienen los creyentes sobre los escépticos, ya que encaran la muerte y las vicisitudes de la vida con más optimismo–, pues a los once años entré en guerra dialéctica con el que era mi catequista, ya que osó argumentar que los animales no tenían alma y al morir no iban a ningún sitio, no así los humanos… a los que por gracia divina nos esperaba lo prometido, el paraíso. Desde entonces me convenció y, por otros desencantos vitales y clericales, hízoseme la luz y ahora vengo profesando otras creencias más apasionantes, como el culto a la torrija.

Para mí, es el alimento por excelencia en las mesas de estos días tan solemnes y tan lúdicos y, sin duda, uno de mis dulces favoritos dentro de toda la gastronomía española.

Además, adentrándonos en el mundo de la torrija, es mucha la historia que alberga en su interior. Una historia apasionante que ya viene contándose desde el siglo I d.C., cuando el gastrónomo romano Marcus Gavius Apicius las menciona en uno de sus recetarios. Aunque no fue hasta la Edad Media cuando, este delicioso pan migado en leche y endulzado con azúcar y canela, se extendió por toda Europa y se adoptó como dulce típico en la celebración de la Semana Santa.

Este dulce se elaboraba entonces como ahora, a base de pan duro, huevo, leche, azúcar y canela –otros ingredientes, como el vino o el almíbar, se añadirían después–. Se servían a recién paridas para que se recuperaran más rápidamente y poco a poco, se comenzaron a incluir en las dietas de la Cuaresma, ya que es un alimento muy rico en calorías y hacía más llevadera la abstinencia de alimentos.

Como último apunte añadir que en Francia se comen como suppe dorate, arme ritter en Alemania, french toast en Estados Unidos, fotzelschnitten en Suiza, pofesen en Austria y en diversos lugares de España torrejas en vez de torrijas.

Aunque hoy en día hay miles de versiones más modernas, siempre se las ha asociado al pan duro y a la escasez económica; pero lo cierto, es que antes era la manera de comer algo dulce sin hacer muchos dispendios y, a la vez, aprovechar los restos de pan de jornadas anteriores.

En mi caso he probado todo tipo de torrijas modernas: con chocolate blanco, al vino y al queso manchego, con un toque de azafrán y almibaradas con zumo de naranja, acompañando como guarnición a carnes de caza o la llamada para adultos, bañadas en vermut. Tengo que decir que todas son una auténtica delicia.

Aunque sin dudarlo, yo me quedo con las tradicionales, las que con todo el gusto del mundo me hace una de mis tías y que le salen de película. Y es esa mágica mezcla de ingredientes las que mantiene viva mi pasión, esta veneración que yo siento, y me hace siempre guardar culto a la torrija.

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5 COMENTARIOS

  1. Dios es como una torrija.

    No se hace dialéctica con ella. Se le echa un bocado.

    A Dios igualmente se le experimenta, y después, como a la torrija, se le ama de por vida.

  2. ¿Hasta para dar la receta de las torrijas hay que atizarle a la Iglesia? No entiendo. Es como si Arguiñano, para dar la receta de los huesos de santo, tuviera previamente que cagarse en Dios.

    • Algo de lo que carecen los sombríos que pululan por estas páginas. Basta con que la autora componga una especie de elegía a la torrija y ya están los cuervos haciéndose los ofendidos porque no sienta la llamada de la fe. No sé, pero creo que muy endeble debe ser la suya cuando, en vez de disfrutar de ese gran don, acusan como una ofensa que no todos la tengan, como si necesitaran de otros para reforzarla.

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